El rezago en el estudio de los contextos arqueológicos de Colima no significó, de ninguna manera, que los objetos elaborados por los antiguos pobladores no fueran admirados de manera temprana por el hombre contemporáneo. El asombro, sin embargo, no fue acompañado de alguna explicación que orientara sobre la época en la que fueron fabricados, sobre la identidad de quienes los elaboraron o acerca de su significado en ámbitos culturales alejados de nuestros parámetros sociales. En los relatos que hablan sobre las piezas antiguas se les describe tan sólo como "muñecos de barro" o como "esculturas de cuadrúpedos y figuras humanas".
Se trata de objetos preciosos que dieron cuenta de un estilo desconocido, fabricado por manos educadas en la recreación de una naturaleza bella en su primaria simplicidad. Los objetos que han ido conformando el acervo arqueológico de la región fueron obtenidos con evidente desorden en razón de la ausencia de una instancia que protegiera e investigara los ricos contextos arqueológicos de la región. Pronto se percibió la existencia de tradiciones cerámicas diversas. Entre éstas sobresalían las terracotas depositadas como ofrendas mortuorias en las cavidades excavadas en las entrañas de la tierra -que se conocen como tumbas de tiro- y a las que se accedía a través de un angosto tiro circular.
Al placer de tener objetos bellos en la sala de la casa se agregó, de manera paulatina, la posibilidad de hacer negocios con viajeros -nacionales y extranjeros- que llegaban a Colima con el ánimo de comprar los lotes de objetos recuperados de manera fortuita en las parcelas y potreros. Tanto hacendados como rancheros cobraron conciencia de un novedoso recurso, relativamente fácil de capitalizar. Y si en la temporada de lluvias los campesinos ocupaban sus días en la siembra de parcelas propias y ajenas, los largos meses de estiaje -de diciembre a junio- los dedicaban a la búsqueda sistemática de las antigüedades depositadas en las tumbas fabricadas por los indios.
Es difícil establecer con certeza la fecha en la que el saqueo hizo su aparición en los campos de Colima. Si Manuel Payno habla ya de comercialización de piezas en la primera mitad del siglo XIX, si el periódico El Imparcial de la ciudad de México da cuenta de la compra -en febrero de 1910- de la notable colección del Sr. Miguel Robledo por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, si la propia Isabel Kelly, en sus incursiones iniciales en Colima -hacia 1939-, nos ilustra sobre la contratación de trabajadores cuyo currículum abarca la exploración de hasta 200 tumbas, no queda, sino dar por sentado que el saqueo arqueológico, intermitente en sus inicios (tal vez en el siglo XIX), fue cobrando una fuerza inusitada hacia las primeras décadas del siglo XX.
En todo caso, no puede dejar de señalarse que la irrupción de los "moneros" -nombre con el cual se conoce localmente a los saqueadores- fue resultado no sólo de la creciente demanda de objetos, sino también del escaso interés que despertaba la entonces casi desconocida arqueología del Occidente de México. La falta de todo control propició, además, una novedosa forma de allegarse los pesos y dólares de los turistas "compramonos": la reproducción de las bellas terracotas. La falsa antigüedad de objetos en que se copiaban estilo, formas y acabados irrumpió en el mercado de manera tan sólida que, habiéndolo notado los coleccionistas profesionales, pugnaron por un mayor control de las autoridades correspondientes. Tal demanda coincidió, de manera afortunada, con la creación de los centros regionales del INAH, como resultado de la recién aprobada Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972. Las plagas del saqueo y las reproducciones clandestinas no cesaron, aunque la acción institucional las ha restringido notablemente en los últimos tiempos.
Ma. de los Ángeles Olay Barrientos. Arqueóloga por la ENAH. Maestra en historia por la Universidad de Colima y candidato a doctor en antropología por el CIESAS/ México. Investigadora del Centro INAH Colima.
Tomado de Ma. de los Ángeles Olay Barrientos, “La arqueología de Colima”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 9, pp. 6-11.