1. Creo haber sumado aproximadamente doce ensayos publicados que o están dedicados específicamente a Francisco Toledo o contienen una sección que versa sobre él. Como es natural, en algunos salen las mismas cosas; sin embargo, no pude resistir la invitación que me hizo Arqueología Mexicana para escribir un articulo más. Pienso que algunos de los lectores de esta prestigiada publicación no necesariamente se encuentran bien familiarizados con el juchiteco, tantas veces calificado de brujo, de mago, de chamán y hasta de monje. Sí es medio mago, pero de la forma. No me propongo ofrecer una visión sintética de sus quehaceres artísticos o de la obra reciente, porque eso ya lo he hecho. El título que elegí para referirme a él proviene de un poema que le dedicó Luis Cardoza y Aragón. Me parece muy a propósito para lo que voy a tratar aquí.
Más que un texto erudito (mi trabajo sobre su gráfica tiene esa característica), ahora lo que me propongo es intentar una semblanza ligera, que contenga algunas anécdotas inéditas. Sé que debo referirme a nuestras antiguas culturas; por allí voy a empezar, relatando un encuentro y aclarando de antemano que soy rendida admiradora del arte precolombino, pero no especialista.
Debe haber sido durante las vacaciones navideñas de 1981 cuando hice con mis hijos (los recuerdo chiquillos, sobre todo a la menor) un viaje por carretera que principió en Palenque y terminó en la región Puuc. Nos encontrábamos en el Templo de La Cruz invocando a los espíritus cuando apareció Toledo con sus hijos Jerónimo y Laureana; traía un paliacate rojo en la frente. Seguimos en nuestras respectivas contemplaciones y luego nos sentamos a charlar en lo alto. Él había visitado Machu Pichu y de eso hablamos, así como de Alberto Ruz, que había reencarnado en una mariposa bellísima posada cerca de nosotros.
Toledo proponía que terminada nuestra excursión en Palenque nos fuéramos todos a Oaxaca, cruzando el Istmo, viaje que yo ya había efectuado, partiendo de Pichucalco, mientras que no conocíamos Campeche; y por tal motivo le hice una contrapropuesta que no prosperó.
Todavía conservaba como vivienda la primera casa que habitó en Oaxaca, casi frente a Santo Domingo; después habría de cederla al gobierno del estado con objeto de instituir lo que desde hace casi 10 años es el IAGO (Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca). Ya su propósito de ubicar en el inmueble la colección de estampas que había venido reuniendo (y que sigue incrementando) estaba en ciernes y fueron varias las ocasiones en que discutimos el bautizo de la institución. Como él es escatologista, su propuesta nominatoria correspondía a Centro de Artes Gráficas de Oaxaca (CAGO), lo cual no parecía muy prudente. Tiempo después, nuestro común amigo Alfredo López Austin habría de producir a invitación suya su investigación Una vieja historia de la mierda, que Francisco ilustró y que contiene invaluables traducciones de leyendas nahuas, mayas y zapotecas relacionadas con la función y el simbolismo excrementicio. Como todas las ediciones que ha propiciado Toledo, esta es preciosa. La menciono no só1o por eso, sino porque la documentación que la arma es impecable, cual corresponde a cualquiera de los trabajos de López Austin.
Teresa del Conde (1938-2017). Doctora en filosofía. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Directora del Museo de Arte Moderno.
Del Conde, Teresa, “Francisco Toledo. Férvida imaginación sin olvido”, Arqueología Mexicana, núm. 26, julio-agosto,1997, pp. 66-71.
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