Tierra de gigantes
El historiador de la ciencia Francisco Pelayo plantea que, en un primer momento, tanto los europeos como los indígenas interpretaron los vestigios americanos de megafauna como testimonios indubitables de la antigua existencia de gigantes.
Gigantes entre los españoles
Entre los españoles, esta creencia tenía una doble raíz. Abrevaba, por una parte, en los clásicos grecolatinos, fundamentalmente en la obra de historiadores y poetas que reportaron tal suerte de hallazgos como Plinio, Plutarco, Estrabón, Ovidio, Pausanías y Suetonio. Por la otra, se basaba en la tradición bíblica –en los libros del Génesis, Números, Deuteronomio, Eclesiástico, Baruc y Sabiduría– que habla de una raza antediluviana de gigantes y en el dicho de autoridades como Agustín de Hipona, quien ratificó su supuesta veracidad al toparse con un molar descomunal en la playa norafricana de Útica.
En la Nueva España y dentro de esta misma tradición, Olmos profesaba que los gigantes eran hijos del Diablo y de “una buena mujer” y que vivieron cuando “aún no estaba inundado el universo”; Vetancurt creía fervientemente que habían nacido “de las hijas de los hombres que se juntaron con los hijos de dios”, y Veytia aseveraba que “no tuvieron distintos progenitores que los mismos Adán y Eva, padres comunes de todo el linage humano”, de donde pertenecerían a las “siete familias que se unieron en la dispersión de Babel”.
Gigantes entre los mesoamericanos
Edades previas
Los mesoamericanos, por su lado, concebían la sucesión de cinco soles o eras cosmogónicas. Contaban que, en los cuatro primeros, los dioses habían creado seres humanos imperfectos, por lo que más tarde se vieron en la necesidad de destruirlos enviándoles cataclismos respectivamente asociados a la tierra, el viento, el fuego y el agua. De acuerdo con el magnífico análisis del historiador Roberto Moreno, ocho documentos históricos refieren que existieron gigantes en dos eras: en el Sol de Tierra (Tlalchitonátiuh o 4 Jaguar), al final del cual fueron devorados por jaguares, según la Histoyre du Mechique, la Historia de los mexicanos por sus pinturas, los Anales de Cuauhtitlán, los Memoriales de Motolinia, además de la Sumaria relación y la Historia de Ixtlilxóchitl, y en el Sol de Agua (Atonátiuh o 4 Agua), el cual concluyó con su muerte, ocasionada por una terrible inundación, como se cuenta en el Códice Vaticano A y la Historia... de Muñoz Camargo.
La Histoyre du Mechique también recaba un mito en el que la humanidad fue engendrada por los dioses al mezclar la sangre de sus lenguas con los pedazos de un hueso de una vara (83.59 cm) que se encontraba originalmente en el inframundo. Ehécatl descendió por él para arrebatárselo al Señor de los Muertos y, en el momento de regresar a la superficie, “se le cayó y se rompió, por lo cual, el hombre salió pequeño, pues ellos dicen que los hombres del primer mundo eran gigantes en grandor”.
Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris Nanterre y director del Proyecto Templo Mayor, INAH.
López Luján, Leonardo, “Mamuts, gigantes y elefantes en la Nueva España. Los orígenes mexicanos de la Paleontología de vertebrados”, Arqueología Mexicana, núm. 163, pp. 14-23.