Samuel Villela Flores
Proveniente de una tradición mesoamericana de culto a deidades de la fertilidad y de la tierra, hoy en día se desarrolla en la Mixteca nahua tlapaneca, o Montaña de Guerrero, un culto a deidades agrícolas bajo diversas formas, como los San Marquitos, los tamales tzoalli y otras entidades sagradas. La continuidad de este culto se relaciona con prácticas agrícolas y rituales curativos y territoriales, y permite entender rasgos peculiares de esa religiosidad indígena contemporánea.
En 1929, la antropóloga, ensayista e historiadora del arte Anita Brenner publicó la obra Ídolos tras los altares, en la cual hizo un recuento del florecimiento cultural mexicano después del movimiento revolucionario de 1910. El título de esa obra se debió al reconocimiento de la práctica indígena –en el periodo colonial– de culto a sus dioses prehispánicos, agazapados tras los altares cristianos. Aunque Anita prosiguió sus investigaciones sobre el arte mexicano en 1931, buscando sus orígenes en Guerrero, no conoció el culto que se encuentra vigente en la región de la Montaña. Si se hubiera acercado a él, quizás hubiera titulado su obra con el nombre que lleva el presente trabajo.
En este artículo queremos destacar la continuidad de un culto con raíces mesoamericanas, que permite adentrarnos en una de las peculiaridades de la religiosidad indígena en el principal enclave étnico de la entidad sureña. Veremos algunas expresiones de dicho culto a partir de los San Marquitos, los tamales tzoalli y otras expresiones de esa religiosidad.
El culto a San Marcos
En una resemantización (adaptación del sentido de una cosa para permitir la continuidad del sentido original) del mito mesoamericano sobre los orígenes del maíz, San Marcos evangelista es la entidad sagrada que dio el grano a los indígenas de la Mixteca nahua tlapaneca en Guerrero. De ahí que él sea el principal santo agrícola de los indígenas montañeros. Pero esa advocación agrícola se nos presenta en una dualidad significativa dentro de su religiosidad. Por una parte, encontramos al santo católico tal cual, aunque con atributos campesinos: porta su bule para agua, su túnica verde –que simboliza la vegetación–, una mazorca, una calabaza y está acompañado invariablemente por un felino –un león–, que los indígenas han resignificado en el simbolismo del tigre/tecuani, presente en rituales agrícolas, en complejos dancísticos vinculados a lo agrícola y en la consecuente producción de máscaras, así como en tradiciones y leyendas.
La contraparte de esa dualidad de sentido son los San Marquitos, ídolos prehispánicos antropomorfos o en forma de esferas, que representan gotas de agua o de lluvia, según descripción del antropólogo alemán Leonhardt Schultze Jena, a quien debemos las primeras descripciones etnográficas de ese culto. Estos ídolos se encuentran, en espacios culturales, en la cima de montañas sagradas –donde hay altares a la cruz del cerro y donde se realizan rituales agrícolas, o donde también hay altares como marcadores territoriales–, en altares domésticos y en los graneros donde se guarda el maíz.
Villela Flores, Samuel, “Ídolos en los altares. La religiosidad indígena en la Montaña de Guerrero”, Arqueología Mexicana núm. 82, pp. 62-67.
• Samuel Luis Villela Flores. Maestro en etnología por la ENAH. Profesor investigador en la Dirección de Etnología y Antropología Social (INAH). Coordinador del proyecto “Guerrero”, dentro del proyecto nacional “Etnografía de las regiones indígenas de México en el nuevo milenio” (Coordinación Nacional de Antropología/Conacyt).
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