Eduardo Matos Moctezuma
Probablemente nunca antes en toda la historia de la Arqueología había presenciado nadie una visión tan prodigiosa como la que nos revelaba ahora la luz de nuestra linterna –la primera luz que penetraba en la oscuridad de la cámara desde hacía tres mil años– de un grupo de objetos a otro, en un vano intento de interpretar el tesoro que se extendía delante de nosotros. El efecto era fascinante, abrumador.
Howard Carter, 1922
A las cuatro de la tarde del día nueve de enero pudimos levantar una de las piedras que formaban la bóveda de la segunda cámara de la tumba, y por la estrecha abertura que quedó, usando una lámpara eléctrica, pude observar un cráneo humano y junto a él dos vasos, uno de los cuáles me llamó poderosamente la atención pues parecía barro negro extraordinariamente pulido.
Alfonso Caso, 1932
Se retiraron las piedras y mezcla y por el claro así abierto pude mirar, con la ayuda de una linterna eléctrica, lo que había detrás de la gran losa triangular. Se trataba de una espaciosa cámara con relieves de estuco en los muros y un enorme monumento esculpido que la llenaba casi totalmente.
Alberto Ruz, 1952
Las tres citas que preceden a este artículo corresponden a momentos y regiones diferentes. Sin embargo, no deja de ser paradójico que los tres arqueólogos que intervinieron en los descubrimientos utilizaron medios más o menos similares –y no me refiero al uso de linternas–, que los llevaron a penetrar en los arcanos de la muerte para conocer un poco más de su presencia. Los tres hallazgos fueron trascendentes para el mundo de la arqueología, pues cambiaron o ampliaron de manera considerable el conocimiento acerca de las prácticas mortuorias de las sociedades donde se encontraron. Por eso, cuando escribí los “Antecedentes” a mi libro Muerte a filo de obsidiana, hace ya 30 años, comenté:
Desde la más remota antigüedad el hombre ha ido dejando sus restos materiales que el arqueólogo se encarga de explorar e interpretar. Es así como hoy contamos con una documentación amplia acerca de diversos ritos mortuorios, técnicas de enterramiento, tipos de tumbas, ofrendas y otros, que dan al estudioso material interesante sobre el concepto del más allá. No es de extrañar que los hallazgos más emotivos en arqueología hayan sido los relacionados con tumbas; varios casos como el de Tutankamon en Egipto; el hallazgo durante la revolución cultural de la fastuosa tumba de una princesa china y, sin ir tan lejos, el descubrimiento de la tumba de Palenque y de la tumba 7 de Monte Albán vienen a confirmarnos lo antes dicho (Matos, 2000).
Matos Moctezuma, Eduardo, “La arquitectura funeraria en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 77, pp. 18-25.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
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