La conquista de México

Miguel León-Portilla

Los milenios de Mesoamérica, gloriosa y libre de cualquier sojuzgamiento externo, llegaron a su fin en el siglo XVI. La invasión o conquista española provocó destrucción y trauma. Sin embargo, contrario a lo que se suele pensar, los dramáticos aconteceres ocurridos entre 1519 y 1521, aunque afectaron hondamente a Mesoamérica, no trajeron consigo su total desaparición.

Ni la dicha conquista concluyó en 1521 ni tampoco se produjo de repente en 1519. Como vamos a verlo, invasión o conquista sólo se tornan realmente comprensibles abarcando un contexto temporal mucho más amplio. Éste se traslapa y coincide en buena parte con las últimas décadas de vida mesoamericana autónoma y con los siglos de lo que han sido la Nueva España y el México independiente, en cierto modo hasta nuestros días. Significa esto que no fue súbito sino paulatino el desmantelamiento de muchas de las instituciones y elementos mesoamericanos de carácter político, social, religioso y económico.

Y también implica que, a pesar de tal desmantelamiento, los pueblos indígenas, rebelándose unas veces. y otras en resistencia pasiva y en forma clandestina, defendieron y mantuvieron aspectos clave de su antigua visión del mundo, creencias, tradiciones y prácticas rituales y, desde luego, también sus lenguas.

A la luz de estos hechos. y como parte del conjunto de aportaciones incluidas en Arqueología Mexicana sobre periodización o Tiempo Mesoamericano, mostraré cuán simplista es presentar la conquista de México como algo que ocurrió en pocos años y trajo consigo la muerte de la cultura mesoamericana.

Con esto en mente. subdividiré este acercamiento al tema de la Conquista en tres partes: 1) sucesos cercanos que la hicieron posible; 2) momentos clave en la gran confrontación; 3) ulteriores enfrentamientos y perduración de Mesoamérica.

Sucesos que hicieron posible la Conquista

Bien sabido es que Cristóbal Colón zarpó con la intención de llegar al oriente por el rumbo del poniente. Persuadido estuvo hasta su muerte de que había llegado a los extremos de la India y muy cerca de Cipango y de Catay. No pudo, sin embargo, ufanarse de haber contemplado las ciudades y pueblos ricos en oro y otros tesoros que debían hallarse no lejos de sus descubrimientos.

Entrevió al menos Colón que, navegando más allá de las islas descubiertas, se extendía un enorme litoral, indicio de la existencia de una gran masa de tierra. Esto lo confirmaban uno de sus viajes y los de otros navegantes. Juan Caboto, al servicio de Inglaterra, había llegado a Terranova. Alonso de Ojeda había tocado la que más tarde se llamó Venezuela. El cosmógrafo Juan de la Cosa y Rodrigo de Bastidas también habían avistado las costas de América del Sur. A su vez. Pedro Álvarez Cabral llegó a los litorales de Brasil. Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio habían alcanzado tierras aún más meridionales. Era ya indudable que una gran masa de tierra se extendía, como una muralla, de norte a sur, impidiendo proseguir la navegación a las anheladas Indias. Juan de la Cosa así lo mostró en su célebre mapa y también otros cartógrafos que lo siguieron.

Sólo que en todos los lugares descubiertos no había rastros de ciudades con los anhelados tesoros, aunque de vez en cuando se oían rumores que atizaban el ansia de conocer y la codicia. Así las cosas, Juan Ponce de León, navegando en 1513 desde Puerto Rico, tocó otra tierra a la que llamó Florida. Cuatro años después, el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, despachó una nueva expedición más allá de las islas, con Francisco Hernández de Córdoba al frente. Sus naves llegaron a Isla Mujeres y a las costas de Yucatán. Por vez primera se tuvo entonces noticia cierta de la existencia de gente que vivía en ciudades y pueblos con templos y palacios. Un año después zarpó también de Cuba Juan de Grijalva, quien avanzó hasta Cozumel y recorrió parte del litoral del Golfo de México. El relato que acerca de esto escribió su capellán, Juan Díaz, ltinerario de la armada, pronto se difundió en España y otros lugares de Europa. Entre otras muchas cosas habían ellos arribado “a un gran pueblo que, visto desde el mar, no parecía menos que Sevilla”.

Señuelo muy grande fue penetrar ya en definitiva en esa tierra, hacer en ella asentamiento, conquistarla y adueñarse de sus riquezas. A punto fijo no se sabía si era parte de Catay o de la India. Correspondió a Hernán Cortés no sólo averiguarlo sino invadir ese país para someterlo a la corona de Castilla y hacerlo parte de la cristiandad. Mesoamérica, con todas sus maravillas, iba a compensar el fracaso de no haber llegado a las anheladas Indias.

Cuando, en 1519 y al año siguiente, escribió Cortés sus primeras cartas al emperador, despertaron tanta admiración que algún tiempo después otro cosmógrafo, Johannes Schoner, redactó un opúsculo en el que sostuvo que esa tan opulenta Tenochtitlan no podía ser otra sino Quinsay, la metrópoli del sur de la China. De este modo, en medio de oscuridades, Mesoamérica se tornó presente. Su invasión fue inevitable.

Momentos claves en la gran confrontación

Acerca de esto tenemos testimonios de los vencedores y también de los vencidos, todos de enorme dramatismo. Momentos muy afortunados para Cortés fueron su encuentro con Jerónimo de Aguilar y luego con Malintzin. Éstos le facilitaron la comunicación con los principales pobladores de esas tierras, mayas y nahuas.

Decisión sagaz de Cortés fue establecer el primer ayuntamiento en Veracruz. Gracias a esto quedó dueño de la situación, teniendo sobre sí a nadie más que al emperador. Favorable le fue también la reacción de Motecuhzoma al enterarse de su llegada, de todo lo cual nos habla la Visión de los Vencidos. Con sus dudas y angustia terminó al fin recibiendo a Cortés como huésped en Tenochtitlan.

La llegada de Pánfilo de Narváez marcó otro momento clave. Enviado por el gobernador de Cuba para quitar el mando y apresar a Cortés, no sólo fracasó en su intento sino que, en Zempoala, el derrotado fue él. La mayor parte de sus hombres acrecentó el ejército de Cortés.

Pero la buena estrella de éste estuvo entonces a punto de eclipsarse. El codicioso y arrogante Pedro de Alvarado, que había quedado al mando en Tenochtitlan, pretendió acabar con cualquier resistencia mexica perpetrando la que se conoce como matanza del Templo Mayor.

Momento de audacia, vida o muerte, fue el que vivió Cortés al regresar a la metrópoli mexica. Él y todos cuantos lo seguían abandonaron la ciudad. En su huida muchos perecieron acosados por los guerreros indígenas. Para él fue ésa la noche triste. Los relatos españoles, y también los mexicas, hablan entonces de la muerte de Motecuhzoma. Confortado por sus aliados tlaxcaltecas, Cortés decidió volver. Construyó bergantines para asediar por agua a la ciudad. Cerca de 80 días se prolongó su sitio. Actos heroicos hubo por ambas partes. Al fin, el 13 de agosto de 1521, Tenochtitlan cayó en sus manos. El joven soberano que dirigió la resistencia, Cuauhtémoc, fue hecho prisionero. Cantos tristes en náhuatl lo recuerdan y también lo refiere con gran fuerza el soldado cronista Bernal Díaz del Castillo.

 

Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences. E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

León-Portilla, Miguel, “La conquista de México”, Arqueología Mexicana, núm. 51, pp. 20-27.

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