El interés por el pasado mexicano floreció en los siglos XVIII y XIX. La arqueología se utilizó no sólo para llenar los estantes de estudiosos, coleccionistas ricos o artistas, sino también para reforzar las ideas de nacionalidad en México. Muchas de las colecciones de objetos mexicanos de museos y de particulares comenzaron a formarse a principios del siglo XIX,
Eugene Boban comenta en un manuscrito de 1866 (ahora en la Hispanic Society of America): “Al regresar a Estados Unidos, los norteamericanos pagaron muy bien por los objetos esculpidos para enriquecer sus museos. Cuando México abrió sus fronteras a los forasteros, luego de la guerra de independencia, el mercado de falsos se incrementó. La llegada de europeos y estadunidenses creó una demanda que los artesanos nativos cubrieron con habilidad y diligencia.
Boban comenzó a escribir acerca de la “falsificación de antigüedades mexicanas” en la década de 1870, y apunta que los principales productores de falsos eran los indígenas de Tlatelolco y Los Ángeles, por entonces un suburbio de la ciudad de México. Le ofendía, en particular, cierto tipo de cerámica que se puso de moda a mediados de ese siglo: las piezas de cerámica negra, café y roja presuntamente azteca (o tolteca), bastante grandes y coronadas por cabezas de supuestas deidades prehispánicas. “Estos objetos no son hechos con moldes ni copian los artefactos antiguos del país; son mera fantasía y una peculiar caricatura cuya fuente de inspiración desconocemos y cuyo único propósito es engañar al público”, escribió con desprecio. Una fotografía que muestra a Boban posando orgulloso con su colección mexicana parece indicar que él también fue engañado, pues vemos una de las peculiares caricaturas a sus pies.
Tomado de Jane MacLaren Walsh, “Falsificando la historia. Los falsos objetos prehispánicos”, Arqueología Mexcicana núm. 82, pp. 20-25.