Carlos Pallán Gayol
Lo que llamamos “calendario maya” representa en realidad un amplio sistema calendárico, compuesto de un conjunto de ciclos distintos aunque íntimamente entrelazados, cada uno con sus propios propósitos rituales, astronómicos, agrícolas o de otro orden. El calendario maya no puede considerarse un ente homogéneo, pues durante sus largos siglos de historia no estuvo exento de todo tipo de reformas, innovaciones, variaciones e idiosincrasias emanadas de las distintas tradiciones regionales.
Este año de 2012, el interés internacional se ha volcado sobre el calendario maya. En México y Centroamérica, donde se resguarda lo más vital del patrimonio maya, tal fenómeno cobra un significado especial. Factores de este tipo requieren de los investigadores y estudiosos un esfuerzo adicional de divulgación, a fin de tornar accesible el conocimiento sobre los últimos avances y hallazgos más allá de los círculos académicos, de tal forma que permita alcanzar a sectores más amplios de la sociedad.
Lo que llamamos “calendario maya” representa en realidad un amplio sistema calendárico, compuesto de un conjunto de ciclos distintos aunque íntimamente entrelazados, cada uno con sus propios propósitos rituales, astronómicos, agrícolas o de otro orden. De éstos, entre los más importantes y de uso más difundido figuran la cuenta larga (*tziikhaab’ o “cuenta del tiempo”), el ciclo de 260 días (tzolk’in), el ciclo de 365 días (*haab’) y la serie lunar. A partir de ciclos básicos como éstos se derivaban otros, no necesariamente distintos, sino también resultado del entrelazamiento de los anteriores entre sí o con otros, o bien de su reducción o simplificación. Tal es el caso de la llamada rueda calendárica de 52 años, o bien la rueda de los k’atunes (o ciclo k’atúnico) de 256 años, ampliamente usada en sitios de Campeche y Yucatán desde el Clásico Terminal hasta la época colonial, aunque con antecedentes en sitios del Clásico como Copán y Pomoná. También aquí cabría considerar a los distintos sistemas de “portadores del año”, empleados no sólo en la región maya a lo largo de los siglos, sino también entre culturas del Altiplano Central, Oaxaca, Veracruz, Chiapas y otras regiones. Junto con los anteriores –por lo demás comunes a otras grandes tradiciones mesoamericanas– destaca una sucesión de nueve días asociada por J. E. S. Thompson y otros investigadores –quizá erróneamente– con los “nueve señores de la noche”, idea más propia del Altiplano Central mexicano para el Posclásico Tardío (1250-1521 d.C.). Adicionalmente, los mayas emplearon un amplio número de ciclos de carácter más circunscrito geográfica o cronológicamente. Entre éstos: el ciclo de 819 días preferido por ciudades como Palenque, Yaxchilán y Copán; el ciclo sinódico venusino de 584 días; el de Marte, estimado en 780 días, o bien, los grandes intervalos de eclipses discutidos por el astrónomo Charles H. Smiley, que equivalían a multiplicar 36 veces el ciclo de 260 días (9 360 días) o más frecuentemente, 46 veces (11 960 días).
Pallán Gayol, Carlos, “Los calendarios mayas. Una introducción general”, Arqueología Mexicana núm. 118, pp. 22-29.
• Carlos Pallán Gayol. Arqueólogo y epigrafista. Desarrolló el Acervo Jeroglífico e Iconográfico Maya del INAH (Ajimaya/INAH). Ha impartido diversos cursos en la ENAH, DEA, MNA y la Universidad de Bonn, Alemania, y colaborado en diversos proyectos arqueológicos, incluidos Edzná, Toniná, Sabana Piletas, la región Puuc, Uxul y Uaxactún.
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