Los perros de Lázaro

Alfredo López Austin

Sobre la figura de Lázaro es conveniente pensar cómo y dónde sus historias pueden compaginar con la cosmovisión de los pueblos indígenas de nuestro territorio. El motivo principal, la resurrección, es un proceso fundamental en la cosmogonía de la tradición indígena.

 

La fusión

¿Quiénes de mis coetáneos no recordarán haber oído en la radio –años más tarde en la televisión– la rítmica y aceleradísima jerigonza del cubano Miguelito Valdés? La potente voz de Miguelito dominaba la música afrocubana, desplegándola como rumba, bolero, guaracha, conga o son que invocaba con frecuencia, como una oración, a los orishas de la santería, convirtiéndose en un tributo entre festivo y devoto que hacía referencia al culto, a los velorios, y a las peticiones que el fiel dirigía a los sobrenaturales. Al llegar al mundo, el cantor había recibido el nombre de Miguel Ángel Eugenio Lázaro Zacarías Izquierdo Valdés Hernández, y con la fama y los años ganaría el apodo de Míster Babalú, derivado de la más famosa de sus canciones. Reunía así la representación conjunta del santo Lázaro de Betania, del imaginario pobre Lázaro de la parábola, y del orisha Babalú Ayé. En efecto, estos tres personajes, fundidos en una sola persona sagrada, reciben devoción y culto en el Santuario Nacional del Rincón, a pocos kilómetros de La Habana. En su altar, la imagen del santo-pobre-orisha con sus perros acumula las ofrendas de los católicos, de los fieles a la Regla Osha-Ifá y de quienes son al mismo tiempo seguidores de ambos credos.

 

El hombre

Ante tan disímbola fusión, se hace indispensable desglosar. Empecemos por el ser humano. La historia de Lázaro de Betania tiene como fuente documental el Evangelio de San Juan (11: 38-44). Jesús, al conocer la muerte del hermano de Marta y María Magdalena, acudió al sepulcro y, pese a que el fallecimiento había ocurrido cuatro días antes, por lo que el cadáver empezaba a descomponerse, pidió que fuese retirada la piedra que lo cubría. Descubierto el cuerpo, Jesús dijo con voz fuerte “¡Lázaro, sal fuera!”, tras lo cual el muerto volvió a la vida y abandonó la tumba arrastrando las vendas con las que había estado envuelto.

La imaginación pía fue enriqueciendo este relato a través de los siglos. Durante la Edad Media surgieron leyendas contradictorias que se referían a la vida posterior de Lázaro de Betania. Una de ellas narra que después de la crucifixión de Jesús, Lázaro viajó con San Pedro a Siria. Siguió a Chipre, y en Kitión (Lárnaca) fue nombrado obispo. Otra leyenda, más conocida, cuenta que tres o cuatro años después de la muerte de Jesús, los hermanos Marta, María y Lázaro, junto con Maximino y otros tres viajeros, partieron de las costas orientales del Mediterráneo en una embarcación que carecía de velas, remos y timón; pero que milagrosamente navegó por el Mediterráneo, dirigida por su destino e impulsada por el deseo de arribar, hasta llegar a las costas cercanas al rico puerto de Massalia (hoy Marsella). Allí los extranjeros descendidos del navío predicaron la palabra de Jesús entre los incrédulos habitantes. En la misma Provenza se enteraron de los sufrimientos de los pobladores de Tarascón, que eran oprimidos por un terrible monstruo con cabeza de león y orejas de caballo, seis patas semejantes a las de un oso, torso como de buey, caparazón semejante al de una gran tortuga y cola terminada en un aguijón ponzoñoso. Compasiva, Marta marchó a enfrentarse a la bestia; sus convincentes prédicas y plegarias la convirtieron al naciente cristianismo, y regresó tirando de ella, domesticada totalmente como si fuera un manso cachorro. Lázaro, por su parte, también progresó en sus enseñanzas, y con el tiempo llegó a ser obispo de los conversos de la ciudad. En Massalia y con esa dignidad terminó, por segunda vez, sus días.

Muchas leyendas pías medievales, entre ellas la de Lázaro obispo de Marsella, fueron registradas entre las vidas de los santos que dieron existencia a la Legenda aurea de Jacobo de la Vorágine, obra que alcanzó tal fama que se reprodujo en múltiples versiones a lo largo del tiempo. Sin embargo, la criba crítica fue depurando los relatos, y así tenemos que en la edición española de 1853 (vol. III, p. 557) queda únicamente una nota, escueta y cautelosa, que dice: “San Lázaro, obispo y confesor. – En la ciudad de Marsella es honrado en este día [17 de diciembre] san Lázaro obispo, el mismo que según leemos en el Evangelio fue resucitado de entre los muertos. Fue hermano de santa María Magdalena y de santa Marta, y según dicen, primer obispo de Marsella”.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

 

López Austin, Alfredo, “Los perros de Lázaro”, Arqueología Mexicana núm. 146, pp. 20-25.

 

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