La suma de culturas –las indígenas y la occidental– que constituyen al México actual implica contradicciones esenciales. Se trata de diferencias que se dan en todos los ámbitos –económico, social y político– y que lejos de resolverse con la implantación del dominio español o con la consecución de la independencia, han permanecido latentes a lo largo de nuestra historia. Así, los pueblos originarios fueron sometidos y forzados a vivir en una situación desfavorable, la que poco mejoró incluso con las guerras de Independencia y Revolución, en las que desempeñaron un importante papel.
Aun así, las comunidades indígenas, en buena medida gracias a una historia común milenaria, se las han ingeniado para vivir en un estado de resistencia que les ha permitido conservar elementos fundamentales de su cultura –como la lengua y ciertos modos de organización social–, y dar un toque particular a otros –como los ritos religiosos y las prácticas culinarias.
Sin embargo, esta resistencia, históricamente planteada y resuelta en el día a día de individuos y comunidades, no ha logrado resolver sus ancestrales problemas, y con mayor frecuencia de lo que pudiera pensarse han pasado de la resistencia a la rebelión, es decir, de una situación en la que se busca evitar o resolver los conflictos con la autoridad por medio de la negociación, a otra en la que la vía pasa por la violencia y el enfrentamiento directo. La mayoría de las veces, las rebeliones de los grupos indígenas fueron motivadas por problemas asociados a la tenencia de la tierra y el derecho al agua, así como por el hartazgo ante abusos de las autoridades, aunque no pueden dejarse de lado aquellos levantamientos propiciados por motivos religiosos, si bien estos mismos, en el fondo, buscaban además una mejoría en las condiciones de vida.
Es común el acercamiento a nuestro pasado prehispánico como una época de grandes desarrollos, de pujantes ciudades, de logros en todos los ámbitos de la creación humana. Los hubo, no cabe duda, pero como la de cualquier pueblo es también una historia plena de contradicciones, de tensiones entre distintos grupos sociales, que no siempre encuentran la mejor manera de resolverse y desembocan en violentas rupturas. Esta entrega de Arqueología Mexicana da cuenta de algunos ejemplos de las muchas rebeliones indígenas surgidas a lo largo de nuestra historia, un hecho lógico si se considera el papel francamente desventajoso de los indígenas en la estructura socioeconómica y política, y lo poco capacitada que la sociedad se ha mostrado para incluirlos en mejores condiciones. A diferencia de otras regiones americanas, México se distingue por haber prohijado rebeliones desde la misma época prehispánica –es bien conocida la secular oposición a la dominación mexica–, durante el periodo colonial, en la época independiente, para llegar incluso a las puertas del siglo XXI, con el levantamiento zapatista.
Tomado de Arqueología Mexicana núm. 111, pp. 24-25.
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