La escultura en piedra de Valle de Bravo y la región del río Cutzamala

Patricio Gutiérrez Ruano

En Valle de Bravo y la región del río Cutzamala se encuentran esculturas prehispánicas de piedra conocidas como esculturas pirindas. Estas esculturas, encontradas en diversos sitios arqueológicos, presentan características únicas con funciones rituales y votivas, y representan una mezcla de características de serpientes, felinos y criaturas sobrenaturales que formaron parte de las creencias y los mitos compartidos en Mesoamérica durante el Epiclásico o Clásico Terminal.

En la zona fronteriza entre Michoacán y el estado de México, región pirinda o matlatzinca, un conjunto de esculturas prehispánicas elaboradas en piedra ha llamado la atención de especialistas en los últimos años. Aunque la narrativa presente en los motivos de la escultura alude a una red de creencias que se compartió ampliamente en Mesoamérica durante el periodo denominado Epiclásico, o Clásico Terminal (650/800 a 900 d.C.), su singularidad recae tanto en sus aspectos técnicos de elaboración, como en sus formas y funciones particulares para las cuales fueron esculpidas.

Las esculturas han sido ubicadas en los sitios arqueológicos de Zinapécuaro y San Felipe de los Alzati, en Michoacán; y en Ixtapan del Oro, Valle de Bravo, y San Lucas del Pulque, en el estado de México. Esta zona es parte de una región que comprende la vertiente montañosa de la cuenca del río Cutzamala, misma que también forma parte de la macrocuenca del Balsas. Es un área de transición ecológica en donde la Tierra Caliente converge con el Altiplano Central.

El estilo escultórico de esta región, denominado “estilo pirinda”, es único en Mesoamérica ya que la mayoría de las esculturas posee recipientes con desagües (fig. 1) o acanaladuras (fig. 2) en la parte central superior de las espigas (fig. 3) . La espiga es un componente que está presente, por lo general, en esculturas de corte arquitectónico ya que una de sus funciones es articular la escultura a las alfardas o a los muros de los templos prehispánicos.

Sin embargo, en el peculiar caso de las esculturas pirindas, se infiere que su función está ligada a lo ritual o votivo, pudiéndose utilizar estos recipientes con desagües (fig. 4) o acanaladuras para verter líquidos, pues la singular inclinación de estas espigas sugiere que, tanto los recipientes como los desagües, funcionaban para que la escorrentía de dichos líquidos fuera transportada por la acanaladura de la espiga. En consecuencia, las esculturas no estarían empotradas a ninguna pared o alfarda de templos, y es más probable que estuvieran aisladas o desarticuladas de los edificios, fungiendo como altares más que como clavos arquitectónicos. Apoyando esta idea, una de las esculturas ubicada en Zinapécuaro, Michoacán, incluso está tallada con motivos de volutas a los costados de su espiga (fig. 5), por lo que no serían visibles sus motivos de haber estado empotrada a un muro o alfarda. 

Las cabezas de serpiente: ¿son realmente de serpiente? 

La primera mención sobre una serie de esculturas en la región fue descrita por el padre José Castillo y Piña en 1938, autor del libro El Valle de Bravo histórico y legendario. El padre menciona cómo fueron descubiertas en el sitio arqueológico de La Peña, en Valle de Bravo, estado de México, unas “enormes cabezas de serpiente”, cerca de una casa de adobe, frente al Cerro de La Palma, mismo que también describe como un “cerro escalonado” (Castillo y Piña, 1938, p. 628): “...indiscutiblemente que allí estuvo edificada una enorme pirámide que servía de teocalli, ni más ni menos que semejante al célebre templo de Quetzalcóatl en la ciudad de Teotihuacán. En ese lugar se han encontrado cuatro enormes cabezas de serpiente e infinidad de ídolos pequeños…” (Castillo y Piña 1938, p. 628).

Otros autores indican que, “Son serpientes de cascabel que representan la sequía o la cuenta del tiempo” (Rivas Castro, 2009, p. 187). En efecto, aunque se aprecian ciertos rasgos de ofidio, como unos largos colmillos y ojos biconvexos (fig. 6),  también son visibles otros elementos iconográficos que no necesariamente aluden a serpientes: sobre la oquedad frontal se distinguen cuatro dientes incisivos que hacen referencia, en cambio, a mamíferos (fig. 7), recordándonos a los felinos, como el puma y el jaguar. Estos elementos, junto con las variadas volutas, hacen de las esculturas portadoras de características mixtas de diferentes animales o seres míticos.

La aparición de la “serpiente guerrera” en el Clásico (200-900 d.C.) tiene variaciones dentro del arte teotihuacano, así como entre diferentes culturas como en el área maya y Oaxaca. Aunque la manifestación de la serpiente guerrera en el área maya tiende a poseer rasgos más de ofidio que la serpiente de guerra teotihuacana, que aparece generalmente como un felino, coincidimos que se trata en última instancia de una criatura sobrenatural compuesta con rasgos extraídos de jaguares, serpientes, orugas y mariposas (Turner, 2017, p. 57).

Así, la escultura retrata una criatura sobrenatural o mítica con rasgos ofidios y felinos que, en algunos casos, prefiguran a las serpientes de fuego del Posclásico o xiuhcóatl, pero en otros, como en la pintura mural teotihuacana, nos recuerdan a los jaguares cubiertos de plumas verdes que soplan caracoles marinos que representan guerreros (Ruiz Gallut, 2005, p. 30). 

Con frecuencia, los motivos de estas esculturas presentan ojos circulares con anteojeras, y entre éstos, dos espirales divergentes que ascienden. Este elemento puede representar el hocico de un felino, o más bien, por los ojos tan redondos, la probóscide de una mariposa que asciende hacia la parte superior (fig. 8). Como hemos dicho, en Teotihuacan la mariposa o algunos de sus elementos característicos ‒como las alas, las antenas o los ojos‒ fueron representados frecuentemente.

Los receptáculos colocados en la parte superior de la cabeza de las esculturas pudieron inspirar a los utilizados en los rituales prehispánicos del Posclásico, concretamente en el océlotl cuauhxicalli. Estos receptáculos se asociaban tradicionalmente con ofrendas de corazones y sangre (Matos Moctezuma et al., 1988). Sin embargo, en este caso concreto, la incorporación de rasgos de mariposa y oruga (Turner, 2017, p. 61) en relación con los receptáculos, simboliza metáforas relacionadas con la transformación –o metamorfosis– de los cuerpos físicos y la elevación de los guerreros fallecidos a un estatus divino. 

Haciendo referencia a la transformación de los guerreros, muchas de las esculturas de esta región presentan rostros humanos vivos e incluso inmolados (fig. 9),  generalmente asociados a motivos de humo, vapor y fuego. En Ixtapan del Oro, estado de México, una escultura tiene representado un fardo de ocotes sobre el rostro inmolado, concordando con esta narrativa. De esta manera, la escultura pirinda estaría más relacionada a la serpiente de guerra teotihuacana, con sus propias variantes y particularidades, y sería la antecesora de las deidades del Posclásico Tardío, como la xiuhcóatl.

Una tradición que inspiró a sociedades tardías 

La escultura pirinda ofrece una valiosa visión de una región poco investigada sobre las expresiones artísticas y culturales de aquella época, incluyendo los detalles técnicos, formas complejas y fines específicos, y arroja luz sobre las creencias y prácticas nucleares de la cultura mesoamericana. Tras el declive de Teotihuacan surgieron nuevas organizaciones políticas en toda Mesoamérica, lo que llevó al establecimiento de centros de poder multiétnicos y prácticas religiosas sincréticas.

El estudio de las subregiones del occidente de Mesoamérica es crucial para comprender la dinámica más amplia de esta época, ya que esta área sirvió como conducto para la difusión de bienes prestigiosos y la convergencia de ideas y creencias intrincadas. Durante el Epiclásico, esta zona fue espacio de desarrollo y florecimiento de múltiples pueblos: otomíes (ñah ñü), matlatzincas (b’otuná o pirinda), purhépechas (p’orhé), mazahuas (jñato) y nahuas (náhuatl). La conformación de estos pueblos tendió a atomizarse hacia el Posclásico, en donde se gestaron relaciones conflictivas entre los mismos.

A pesar de un flujo migratorio continuo a lo largo del tiempo, las afinidades culturales materializadas en las esculturas pirindas del Clásico Terminal apuntan a una conformación pluriétnica que articuló fenómenos de intercambio tanto de bienes como de ideas desde regiones aledañas como el Bajío y Tula, o más lejanas, como la región ñuiñe del norte de Oaxaca, hasta incluso lugares tan distantes como la costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala.

Para el Posclásico Tardío, incluso las sociedades de la ciudad imperial de Tenochtitlan fueron inspiradas y, así, se apropiaron de estilos del Epiclásico de la cuenca del Balsas, desde la región pirinda hasta Xochicalco, retomándolos con gran admiración. Dicho lo anterior, la abundante y constante pérdida del contexto espacio-temporal arqueológico, producto de la carencia de excavaciones controladas y el alto índice de saqueo, aunado a la omisión y falta de información, supone una enorme dificultad interpretativa de este tipo de restos arqueológicos. Se suma también la omisión de un pasado prehispánico de estas regiones académicamente marginadas, que, a la vez, hacen de lado gran parte de la historia, y así también a personas, las cuales simbolizan la realidad de las sociedades actuales herederas de este legado que son clave para entender un pasado integral de Mesoamérica.

Figuras

 

Para leer más
Castillo y Piña, José, El Valle de Bravo histórico y legendario, Efrén Rebollar, México, 1938.

Matos Moctezuma, Eduardo, y Michel Zabé, Obras maestras del Templo Mayor, Fomento Cultural Banamex, México, 1988.

Rivas Castro, Francisco, “César Lizardi Ramos: informe del paradero y condiciones de cuatro esculturas pétreas precolombinas de Valle de Bravo”, Arqueología, segunda época, núm. 40, 2017.

Ruiz Gallut, María Elena, “Tras la huella del jaguar en Teotihuacan”, Arqueología Mexicana, vol. 12, núm. 72, 2005, pp. 28-33.

Turner D., Andrew, “Ixtapan del Oro, Monument 1 and the Transition from War Serpent to Xiuhcoatl in Late Classic Mesoamerica”, Mexicon, XXXIX, junio de 2017, pp. 55-64.

Patricio Gutiérrez Ruano. Maestro en bioantropología por la Universidad de Montana, Missoula. Arqueólogo por la ENAH (2020). Especialista en ADN antiguo y escultura en piedra prehispánica del Occidente y Centro de Mesoamérica. Trabaja en varios proyectos de conservación y divulgación del patrimonio.

Artículo tomado completo de Patricio Gutiérrez Ruano, “La escultura en piedra de Valle de Bravo y la Región del río Cutzamala”, Arqueología Mexicana, núm. 184, pp. 80-85.