Tlaxcala en la época prehispánica

Aleksander Borejsza

Tlaxcala fue en la época prehispánica una de las regiones más pobladas del continente americano: en su reducido territorio se ha registrado casi un millar de sitios arqueológicos, habitados en distintos momentos de los últimos tres milenios. Hoy, este rico patrimonio cultural está desapareciendo bajo una creciente mancha urbana.

 

El momento histórico que ha estigmatizado a Tlaxcala en el imaginario popular es sin duda el de la conquista española. Unos 20 000 soldados tlaxcaltecas formaron el contingente más importante en el sitio de Tenochtitlan, mientras que grupos más pequeños acompañaron a los españoles en sus aventuras de colonización desde Centroamérica hasta Nuevo México; así, lo que fue motivo de gloria antes de la Independencia, se volvió pasado incómodo después. No sin sorna, hace unos años los tlaxcaltecas resolvían estas contradicciones proclamando, en las placas de sus coches, que consideran su tierra ni más ni menos que la “cuna de la nación”.

Detrás de ese drama histórico del siglo XVI está un pasado milenario no menos turbulento e interesante, que sólo la arqueología puede dilucidar. En los 2 500 años que separan la conquista de las primeras aldeas de agricultores, Tlaxcala ha pasado por vaivenes que la han colocado a la vanguardia del desarrollo cultural mesoamericano en ciertas épocas y en el papel de una periferia atrasada con escasa población en otras.

 

Tlaxcala, tierra fértil

Tlaxcala cuenta con suelos fértiles de origen volcánico, pero su clima presenta ciertas dificultades para el cultivo del maíz, sobre todo las impredecibles lluvias y la siempre presente amenaza de las heladas: es quizá por eso que las primeras aldeas de agricultores aparecen sólo después de 1000 a.C. Todo parece indicar que se trataba de inmigrantes provenientes del sur, de regiones más favorecidas, y no de poblaciones locales de cazadores-recolectores que adoptaban un nuevo modo de vida. A lo largo del Preclásico (ca. 1000 a.C.-100 d.C.) aparecen y desaparecen cientos de estas aldeas, mientras que en algunos lugares se forman centros de población más grandes, con edificios monumentales agrupados alrededor de plazas. Desde los inicios, los aldeanos no viven aislados y son partícipes de un mundo que ya conoce ciertas jerarquías sociales: las cambiantes formas de sus vasijas y figurillas prueban que se mantienen al tanto de los estilos que prevalecen en regiones vecinas. Participan también en redes de intercambio a larga distancia que les permiten abastecerse de obsidiana, materia prima de la que carece Tlaxcala. El trato que dan a los difuntos asume formas muy complejas: los huesos de algunas personas son desenterrados para ser objeto de rituales que se prolongan por muchos años después de su muerte. Para 300 a.C. se puede hablar ya de una región densamente poblada. Xochitécatl y otros grandes centros del valle poblano-tlaxcalteca son sede de poderosos caciques y albergan a artesanos especializados. A finales del Preclásico muchos asentamientos sufren un abandono definitivo, tal vez porque muchos de sus habitantes migran a la emergente metrópolis de Teotihuacan u otras ciudades tempranas, como Cholula o Cantona.

El segundo florecimiento cultural tiene lugar durante el Epiclásico (ca. 650-950 d.C.), sobre todo en el suroeste, en los alrededores de una triada de sitios con arquitectura monumental: Cacaxtla, Xochitécatl y Mixco Viejo. La arquitectura de la imponente acrópolis de Cacaxtla, sus murales, las figurillas policromadas de Xochitécatl –que representan las diferentes etapas de la vida de la mujer–, son expresiones artísticas sumamente originales de este periodo, razón por la cual algunos investigadores postulan la influencia o incluso la conquista por parte de grupos étnicos de procedencia lejana. Hacia finales de este periodo las cenizas de una gran erupción del Popocatepetl alcanzan el suroeste de Tlaxcala, pero su cronología exacta e impacto quedan aún por determinar.

El tercer auge se da en el Posclásico, a partir de ca. 1200 d.C. Si los tlaxcaltecas del siglo XVI pudieron equipar y presentar a tantos soldados, fue en primer término porque la provincia estaba, en palabras del cronista Diego Muñoz Camargo, “poblada de gente como una colmena”. Junto con otras regiones del Centro de México, Tlaxcala había experimentado una verdadera explosión demográfica en los últimos siglos antes de la conquista, sustentada en una agricultura con rendimientos excepcionales. En las laderas de toda la provincia se crearon extensos sistemas de terrazas escalonadas delimitadas por muros de piedra. Algunas de ellas servían como plataformas en las que la gente construía sus casas, otras como parcelas de cultivo que retenían de manera eficiente el agua del temporal. En el sur, los humedales del curso bajo del río Zahuapan probablemente fueron acondicionados de tal manera que se pudiera levantar más de una cosecha al año.

Los gobernantes de Tlaxcala, de habla nahua, alentaron la llegada de refugiados de la Cuenca de México, muchos de ellos de habla otomí, y les otorgaron tierras en la periferia de la provincia. Muchas de esas tierras eran de mala calidad, degradadas por siglos de explotación anterior, y volvieron a producir sólo gracias a los esfuerzos de estos colonos. Los otomíes recién llegados y los otomíes “viejos”, asentados en la provincia desde tiempo atrás, llegaron a formar un sustrato étnico subordinado a los nahuas y a la vez una especie de cinturón de protección militar en los límites de la provincia. No obstante, aun cuando la mayoría de la población vivía en pueblos y caseríos dispersos entre parcelas de cultivos, en las afueras de la actual capital del estado se erigía Tlaxcallan, una de las ciudades más grandes del Centro de México. Hoy resulta difícil apreciar su tamaño e importancia, ya que carece de grandes pirámides y sus restos quedaron ocultos entre los matorrales del cerro de Tepetícpac y bajo las casas actuales de Ocotelulco y Tizatlán.

 

Aleksander Borejsza. Doctor en arqueología. Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

 

Borejsza, Aleksander, “Tlaxcala en la época prehispánica ”, Arqueología Mexicana núm. 139, pp. 26-31.

 

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