Palabras pronunciadas en El Colegio Nacional el 24 de enero de 2022 con motivo de los 30 años del fallecimiento del doctor Ignacio Bernal.
Hay personajes que dejan huella en la historia de la disciplina que profesan. Es el caso de don Ignacio Bernal y García Pimentel. Hoy me uno a la magnífica iniciativa del doctor Leonardo López Luján para rendir merecido reconocimiento a quien fuera maestro de muchas generaciones de arqueólogos.
Múltiples son los aspectos que me unen a la persona del doctor Bernal. Al preparar mis palabras para este homenaje, me percaté de una gran cantidad de coincidencias que me relacionan con la figura del eminente arqueólogo. Son sólo coincidencias, pues no pretendo igualarme a una figura señera como es la del maestro en el campo de la arqueología. Sin embargo, no dejan de asombrarme tales similitudes y ya podrán juzgar quienes me escuchan o leen si el título que encabezan mis palabras tienen mucho de verdad. Para comenzar, diré que desde la inauguración del Museo Nacional de Antropología en Chapultepec estuvo al frente de aquel espacio emblemático en la historia de nuestra disciplina. Quién iba a decirme que años más tarde me correspondería ocupar la dirección del museo donde don Ignacio había dejado huella imborrable. Al conformarse el Consejo de Arqueología, a principios de la década de los setenta, don Ignacio fungió como su primer presidente y me distinguió al nombrarme como secretario del cuerpo colegiado. Años más tarde, en 1977, lo sustituí en el cargo y muchas fueron las enseñanzas que aprendí de mi antecesor. Pasaron los años. Mientras don Ignacio continuaba con sus estudios y excavaciones enfocados en los grupos asentados en el actual estado de Oaxaca, yo me dedicaba a los tres temas que de manera mayoritaria he atendido: la historia de la arqueología mexicana, la muerte en el México prehispánico y los estudios sobre el Templo Mayor. Fue precisamente el primero de ellos que me llevó a proponer al doctor que fuera mi director de tesis doctoral, que trataría acerca del devenir de la arqueología en México, pues era su alumno en el doctorado de la UNAM y llevé con él la clase de arqueología (en la ENAH cursé Mesoamérica III, de la que dictó pocas clases, pues dejó el curso en manos de su asistente, Eduardo Pareyón). Aceptó gustoso, pero nunca llevé a cabo mi propósito de graduarme. Esto no fue obstáculo para continuar investigando sobre el tema. Mientras tanto, el doctor Bernal dio a conocer, en 1979, su Historia de la arqueología en México, que abría las puertas de aquel mundo que la arqueología recuperaba por medio de las excavaciones y de recorridos interminables que llevaron a cabo nuestros antecesores.
La ruta estaba trazada, sólo había que seguirla. Así lo hice, y varias décadas después daba a conocer mi Historia de la arqueología del México antiguo, en cuya introducción escribí las siguientes palabras, a manera de reconocimiento al maestro, que eran las primeras con las que iniciaba el libro: “En 1979 publicó don Ignacio Bernal y García Pimentel su bien escrita y mejor pensada Historia de la arqueología en México. Algunos años antes nos había dado en dos artículos lo que serían los antecedentes de su Historia…” (Matos, 2017, t. I, p. 1).
No podía ser de otra manera. Siempre pensé que, de hacer una antología acerca de la historia de la disciplina, en ella incluiría el “Prólogo” que Ignacio Bernal preparó para su Historia… Erudición, conocimiento, inteligencia y una buena dosis de humor lo acompañan. Sin embargo, debo de hacer notar que no incluyó en su último capítulo, “El triunfo de los tepalcates”, a figuras como Enrique Juan Palacios, Roque Ceballos Novelo o Joaquín Meade, entre otros, que tuvieron presencia entre 1910 y 1950, lapso con que el autor termina su obra. Pero sigamos adelante.
Como se podrá apreciar, la relación con el maestro se dio siempre a lo largo de mi vida. Algo que me llenó de alegría fue lo que comentó el doctor John Paddock, especialista en las culturas de Oaxaca, en una entrevista que le hizo Jaime Bali para la revista Arqueología Mexicana. Dijo lo siguiente:
La presencia de Caso y Bernal, por cierto el primero marxista y el segundo católico conservador, influyó a muchos que como yo los conocimos cuando la arqueología mexicana alcanzaba grandes resultados. A pesar de sus diferencias ideológicas, sostuvieron siempre un diálogo fraternal y de respeto que les permitió enriquecer su experiencia, a diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos, donde el antagonismo era muy fuerte entre los profesionales que pensaban distinto. Empezaba a gestarse aquí un fenómeno nuevo. Cuando pienso en esos días se me ocurre decir que el más parecido a ellos hoy podría ser Eduardo Matos (Paddock, 1993, pp. 47-49).
Imagen: Ignacio Bernal y García Pimentel (centro) y Alberto Ruz Lhuillier (izquierda). Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Matos Moctezuma, Eduardo, “Tras las huellas de Don Ignacio…”, Arqueología Mexicana, núm. 173, pp. 30-33.