Una esquina con historia

Eduardo Matos Moctezuma

Corría el año de 1566. En la Plaza de Armas de la capital novohispana se llevó a efecto, por primera vez, un acto de ejecución en las personas de varios conspiradores que tuvieron la osadía de oponerse a los designios reales. En efecto, en aquel año fueron ejecutados por decapitación los hermanos Ávila, hijos de conquistadores que habían colaborado con Cortés en la conquista de Tenochtitlan. Pero, ¿qué fue lo que llevó al patíbulo a tan distinguidos y jóvenes herederos? En acta de cabildo del 22 de febrero de 1527 está escrito que a don Gil González de Benavides, o por otro nombre Gil González Dávila, se le entregó en merced un lote, “el cual, estaba en esta ciudad, linderos con solar e casas de Alonso de Ávila, su hermano, que es la tercia parte donde estaba el Uchilobos”, según relata el cronista de la Ciudad de México, don Artemio del Valle Arizpe. Cabe aclarar que el nombre “Uchilobos” o “Huichilobos” era como se conocía al templo dedicado a Huitzilopochtli.

Que las casas de los Ávila se edificaron sobre el lugar que ocupó el Templo Mayor no hay duda, pues cronistas como fray Diego Durán y Hernando Alvarado Tezozómoc así lo mencionan. Dice el primero: “…era el más solemne y suntuoso y mayor y más principal entre todos los de la tierra del qual siempre oí a los conquistadores contar muchas excelencias de su altura y hermosura y galán edificio y fortaleza cuyo sitio ha en las casas de Antonio [Alonso] de Ávila que agora están hechos un muladar” (Durán, 1951).

Don Alfredo Chavero, hacia 1889, nos dice en relación con la ubicación del Templo Mayor que: “Tezozómoc dice que ocupaba un cuadro el lugar de las casas de Alonso de Ávila, Luis de Castilla y Antonio de la Mota. Nadie ignora que la casa de los desdichados Ávila estaba en la esquina de Santa Teresa y el Relox [hoy calles de Guatemala y Argentina]” (Matos, 1986).

Pero vayamos a los desafortunados hechos que acontecieron en las personas de los hermanos Ávila. Resulta que algunos hijos de conquistadores, como los hermanos Gil González y Alonso de Ávila, junto con Martín Cortés, hijo de don Hernán, y quien heredara el título de Marqués del Valle, se dedicaban a participar en fiestas y saraos, y este último llegó incluso a hacerse un sello en el que se leía “Martinus Cortesus Primus Hujus Nomini Dux Marchi Secundus”, lo que provocó que el virrey don Luis de Velasco diera aviso de este despropósito al rey Felipe II, quien prohibió el uso del sello. En otra ocasión el joven marqués se adelantó al virrey para recibir al visitador Valderrama, por lo que se le llamó la atención pues nadie podía adelantarse al pendón real. Con motivo del bautizo de sus hijos gemelos, don Martín lo celebró con gran pompa. Mandó erigir un tablado que conducía desde su casa hasta la puerta de la Catedral. Se recibió a los invitados con salva de artillería. Frente a la casa del marqués se recreó un bosque donde soltaron animales que eran cazados y se dio de comer al pueblo con manjares y vinos. A esto se unían las fiestas que se hacían, como aquella en que Alonso de Ávila llegó vestido de Moctezuma, acompañado de 24 amigos ataviados como indígenas, en tanto que el anfitrión, que no era otro que don Martín Cortés, vestía a la usanza de su padre. Simulaban el acatamiento de los caciques indígenas al capitán español.

Todo lo anterior, unido a que los jóvenes conspiraban para no pagar a la corona lo que le correspondía, lo que se constituía en una falta grave, llegó a grado tal que se dio orden de aprehender a los conjurados. Esto sucedió la tarde del 16 de julio de 1566. El marqués fue invitado a la Audiencia con el pretexto de que habían llegado noticias de España. El señor Ceynos, presidente de la Audiencia, se dirigió al joven marqués y le dijo:

–Marqués, sed preso por el rey.

–¿Por qué tengo que ser preso? –respondió sorprendido.

–Por traidor a su majestad.

–¡Mentís! Yo no soy traidor ni los ha habido en mi linaje. Sin embargo, tuvo que entregar su espada y en ese mismo momento eran detenidos sus amigos, como lo relata don Vicente Riva Palacio: “En la misma tarde fueron aprehendidos don Martín y don Luis Cortés y llevados á las casas reales, y á la cárcel pública Alonso y Gil González de Ávila; el deán Chico de Molina quedó preso en el arzobispado y al siguiente día fueron detenidos en sus casas, bajo pena de muerte, una multitud de personas de las más notables y distinguidas de la ciudad” (en Matos, 1986).

Acto seguido se hizo un juicio sumario que en tan sólo 17 días declaró culpables a los conjurados y algunos de ellos, como los hermanos Ávila, fueron sentenciados a ser decapitados en la Plaza Mayor, además de confiscarles sus bienes. También se ordenó que sus casas fueran derruidas y el terreno sembrado con sal. La sentencia se cumplió la noche del 3 de agosto de 1566. Los asistentes no daban crédito a lo que veían y los mismos condenados tampoco.

En el lugar en que estaba la casa se mandó colocar un padrón infamatorio de piedra que dice: “Estas casas heran de Al° de Avila Alvarado, vezino desta ciudad de Mexico, el qual fue condenado a muerte por traidor: fue secutada [ejecutada] en su persona la sentencia en la plaza pública de esta ciudad: le mandaron deribar estas casas que fueron las principales de su morada. Año de 15…” (seguramente el mismo año de 1566).

Esta placa en piedra pude rescatarla ya que se encontraba empotrada en el muro sur de la Librería Robredo, en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, cubierta por varias capas de cal y hoy puede verse en el recorrido que los visitantes hacen de los vestigios del Templo Mayor.

Para terminar sólo repetiré aquellas palabras que escribí en mi libro Los dioses que se negaron a morir, del cual he tomado la información que se proporciona en este artículo:

¡Terrible paradoja del destino! Quienes habían destruido el Templo Mayor hasta no dejar piedra sobre piedra son condenados a que sus casas, que se alzan en el lugar mismo de las ruinas del gran teocalli, también serán destruidas. Mueren decapitados los hijos de quienes destruyen el templo, y la diosa decapitada, Coyolxauhqui, hija de la diosa madre, yace a escasos dos metros de profundidad. El lugar parece negarse a que sobre él se edifique casa alguna (Matos, 1986).

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

 

Moctezuma Matos, Eduardo,  “Una esquina con historia” Arqueología Mexicana, núm. 155, pp. 90-91.

Texto completo en la ediciones impresa y digital. Si desea adquirir un ejemplar:

https://raices.com.mx/tienda/revistas-tehuacan-cuicatlan-AM155

https://raices.com.mx/tienda/revistas-tehuacan-cuicatlan-AM155-digital