Linda R. Manzanilla
Las interacciones entre los individuos de una sociedad tienen lugar en diversos sitios: en los escenarios de las actividades productivas, en los sitios de reproducción, en los puntos de intercambio, en el ámbito público y en el privado.
Las escalas de análisis espacial son unidades territoriales incluyentes en las que están plasmadas estas interacciones: las áreas de actividad femeninas o masculinas, individuales o colectivas, el espacio arquitectónico rodeado por tres o cuatro muros, la casa de una familia, sus espacios externos de actividad, las unidades residenciales multifamiliares, el grupo de casas alrededor de plazas, el barrio, la comunidad y su área de sustentación, la región y la macrorregión (Struever, en Flannery, 1976, p. 5). En varios trabajos, siguiendo a Flannery, hemos insistido en la importancia que tiene abordar el tema de las áreas de actividad como las unidades espaciales mínimas del registro arqueológico en las que las acciones sociales, repetidas, quedan impresas (Flannery, 1976, pp. 5-6; Manzanilla, 1986). En nuestros proyectos definimos al área de actividad como concentraciones y asociaciones de materias primas, instrumentos, productos semiprocesados y desechos en superficies específicas o en cantidades que reflejen procesos particulares de producción, consumo, almacenamiento o desecho (Manzanilla, 1986, p. 11). Hemos preferido contrastar los tipos de producción (sean éstos de elementos de subsistencia, de manufactura y de construcción) contra los tipos de consumo y uso que se hace de ellos (individual/familiar inmediato, reproductivo, en la rama de la distribución y el intercambio, en la instancia política y en la vida simbólica).
Las cocinas se ubican en el registro arqueológico por el área de cocción de alimentos, sea ésta un tlécuil o un sitio donde se encontraba el anafre. Alrededor del área de cocción existen generalmente evidencias de consumo, y zonas ricas en químicos de fosfatos, así como áreas de preparación y molienda. En sociedades urbanas como Teotihuacan, las cocinas tienen anexos almacenes para guardar alimentos y plantas medicinales. Cerca de ellas hay traspatios donde se llevan a acabo actividades “sucias”, como el destazamiento o la cría de animales domésticos (Manzanilla, ed., 1993).
Generalmente es importante ubicar las cocinas, ya que las sociedades mesoamericanas por lo regular tienen familias independientes (como el caso de las familias que co-residen en los conjuntos multifamiliares de apartamentos en Teotihuacan) o familias rituales (según Kulp, citado en Blanton, 1994), es decir, aquellas que tienen cocinas independientes pero que comparten un santuario doméstico, y por ende, el número de cocinas nos indica el número de unidades domésticas.
Manzanilla, Linda R., “La vida doméstica. Donde y cómo vivía la gente”, Arqueología Mexicana núm. 121, pp. 58-65.
• Linda R. Manzanilla. Arqueóloga, maestra en ciencias antropológicas y doctora en egiptología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.
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