El de los restos de Cuauhtémoc es uno de los casos más polémicos en la no pocas veces difícil relación entre la investigación arqueológica y el uso que para su conveniencia hacen de ella los políticos. Con sólidos argumentos científicos, Eduardo Matos deja claro que los huesos encontrados en Ichcateopan no pertenecen al afamado tlatoani y nos enseña que tal idea se sostuvo porque así convenía a los gobernantes en turno.
“¡…Y ya solamente esperamos a que lleguen los miembros del inah para que de una vez por todas digan que aquí se encuentran los restos de Cuauhtémoc…!” Con estas palabras terminaba su discurso un diputado local ante la presencia del “señor gobernador” del estado de Guerrero, que por entonces lo era Rubén Figueroa, y del pueblo de Ichcateopan, reunidos una soleada mañana de 1976 en que se visitaría el lugar donde se encontraba el montículo arqueológico que se suponía cubría el palacio de Cuauhtémoc. A estas palabras siguieron cohetes, música de la banda y la petición a los presentes de que esperaran un poco para el arribo de los arqueólogos del INAH, los que, en realidad, ya habíamos llegado pero creímos prudente esperar detrás de la iglesia para que no se nos quisiera comprometer pidiéndonos que dijéramos algunas palabras ante la multitud. Poco después nos acercamos al gobernador y nos hicimos presentes. De inmediato se ordenó que fuéramos al lugar donde se hallaba el montículo y hacia allá nos dirigimos entre reiterados cohetes, música y grupos escolares. Visto el lugar y expresadas las necesidades para comenzar las excavaciones, nos dirigimos a la comida que se tenía preparada para tal acontecimiento. En medio de la comida, el señor gobernador nos dijo: “Todo cae por su propio peso. Por eso esperamos que hagan pronto su trabajo y digan que aquí está Cuauhtémoc para que puedan regresar a la capital, pero con cabeza…” Aquellas palabras en boca de tan connotado personaje hicieron que a Jorge Angulo, director del Centro Regional de Morelos-Guerrero, a Juan Yadeun, arqueólogo que se encargaría de los trabajos de excavación, y a mí, miembro de la Comisión para la Revisión y Nuevos Estudios de los Hallazgos de Ichcateopan, se nos atoraran los ricos tacos de mole en el pescuezo. Y no era para menos, pues bien sabíamos cómo se las gastaba tan conspicuo personaje…
Un poco de historia
En 1949 se dio a conocer, a nivel nacional, la noticia de que en el pueblo de Ichcateopan, Guerrero, se habían encontrado los restos óseos del emperador Cuauhtémoc. Los trabajos de excavación estuvieron a cargo de la historiadora Eulalia Guzmán, quien se precipitó a realizar las excavaciones sin contar con la técnica suficiente, pues quien había sido comisionado para tal fin por el arquitecto Ignacio Marquina, por entonces director del INAH, era el arqueólogo Carlos Margáin, quien no llegó a tiempo al lugar. En 1949, doña Eulalia realizó diversos sondeos tanto en la iglesia dedicada a San José como en la de Nuestra Señora de la Asunción, lugar en que ocurrió el hallazgo. En 1951, doña Eulalia volvió a excavar el montículo arqueológico ya mencionado y, conforme a las fotos del periodista Eliseo Salmerón que pudimos reunir, la falta de técnica es evidente en todas sus intervenciones. Se nombró una comisión que finalmente presentó sus resultados y dio pie a la controversia, pues unos aseguraban que no había duda de que se trataba de los restos del último emperador azteca, en tanto que otros tenían severas dudas acerca de esto.
Un dato fundamental para lo que venimos tratando es saber si los pisos que cubrían la fosa que contenía los restos óseos y la placa de cobre estaban intactos, ya que de ser así lo encontrado debajo de ellos estaría perfectamente sellado. Sin embargo, no fue así. No hubo controles arqueológicos durante el proceso de excavación, ni un diario de campo en que se llevara el registro de lo que se hacía día con día. Tanto Carlos Margáin como Jorge Acosta, arqueólogos comisionados al lugar después de realizadas las excavaciones, coinciden en señalar que no hubo controles arqueológicos. Dice el primero de ellos en carta enviada al arquitecto Marquina con fecha 12 de octubre de 1949:
Por lo que toca a las excavaciones ya efectuadas por la señorita Guzmán en el interior de la capilla de la iglesia de Ichcateopan, desde el punto de vista estrictamente técnico, ellas, según mi parecer y de acuerdo con los datos y el escaso material gráfico-documental que me fuera proporcionado, tanto por la señorita Guzmán, como por todos los peones que la ayudaron en la ejecución de los trabajos, adolecieron de fallas notables; toda vez que, por una parte: a) la documentación testimonial, necesaria en toda exploración, es del todo insuficiente […] dibujos y apuntes que indicaran la secuela de la exploración, no me fue presentado ninguno que tuviera valor documental de importancia (en Matos Moctezuma, 1980).
Por su parte, don Jorge Acosta dice: “El piso de tierra blanco no pasaba en toda su extensión por debajo del que descansaba sobre adobes, y la rotura de este segundo piso, no la habían tomado en cuenta por lo que no se fijaron dónde terminaba esa destrucción” (Acosta, 1962). En conclusión, en lo que a la arqueología se refiere no se pudo asegurar, de ninguna manera, que los hallazgos realizados correspondieran a los comienzos del siglo XVI y mucho menos que se tratara de los del emperador Cuauhtémoc. En esto coincidieron otros estudios publicados en 1962 bajo el título de Los hallazgos de Ichcateopan. Actas y dictámenes de la Comisión, si bien hubo estudios que apoyaron la posición contraria. Mucho se habló de que todo había sido una invención de algunos miembros de la familia Rodríguez Juárez.
La segunda comisión
En virtud de que la Secretaría de Educación Pública había dejado “abierta” la investigación al no encontrar elementos fehacientes para declarar los restos como los de Cuauhtémoc, se aprovechó la situación por parte del gobierno de Guerrero para solicitar a la Presidencia de la República, entonces presidida por Luis Echeverría, la creación de una nueva comisión para que realizara nuevos estudios sobre el caso. La nueva comisión estuvo formada por los siguientes investigadores: doctora Sonia Lombardo, quien atendería lo relativo a las iglesias coloniales del lugar; doctora Alejandra Moreno Toscano, responsable de detectar documentos periodísticos de todo tipo y otros más del momento en que se encontraron los restos; profesor Luis Reyes, nahuatlato que se dedicó al estudio de los documentos; antropólogo físico Arturo Romano y doctor Ramón Fernández, este último del Servicio Médico Forense, quienes estudiarían los restos óseos; químico Luis Torres, quien tuvo a su cargo lo concerniente a la placa de cobre; doctora Alicia Bonfil, para estudiar lo relativo a la historia regional, y arqueólogo Eduardo Matos, encargado de revisar los anteriores trabajos arqueológicos y emprender los nuevos para complementar la información. Todos ellos contaron con colegas y ayudantes para el buen desempeño de su cometido.
Durante varios meses se investigó desde distintos ángulos, como queda dicho. Todos los trabajos eran igualmente importantes, pues permitirían conocer con mayor profundidad todo lo relativo al tema. De gran interés resultó el análisis de la doctora Moreno Toscano, pues puso en evidencia la manera en que se quiso capitalizar el hallazgo. De mi informe tomo las siguientes palabras:
Diversos grupos políticos quisieron capitalizar el hallazgo: una “izquierda” que apoyaba a la profesora Guzmán (sus defensores escribían sus artículos, al igual que ella misma, en la Revista Cultura Soviética) a tal grado que cuando algunos sectores se dieron cuenta de lo anterior, las opiniones, caricaturas en periódicos y demás empezaron a estar en contra de doña Eulalia. La comisión nombrada en aquel entonces se vio presionada de diferentes maneras. No faltó quie nes pidieron se les acusara de traidores por negar el hallazgo. Finalmente, la Secretaría de Educación eludía el problema al dejar “abierta la investigación” (Matos, 1980).
Por mi parte, dejé claro los principios que me animaban a participar en la nueva comisión, y no dudo que mis colegas también pensaron de manera similar. Una vez más acudo al informe:
Es una gran responsabilidad revisar los estudios y dictámenes emitidos en el pasado por investigadores que nos precedieron en anteriores comisiones. Nuestra disciplina, la arqueología, tiene por objeto el estudio de los procesos de transformación social ocurridos en el pasado, es decir, estudia sociedades y no individuos aislados. No puede pretender ir más allá de donde el dato estrictamente científico lo permita.
A pesar de algunas presiones a que la investigación estuvo sometida […] podemos decir que como hombres de ciencia, como investigadores, nos concretamos a la búsqueda de la verdad y no aceptamos presiones de ningún tipo, ni políticas ni emotivas, que pretendieran cambiar en lo más mínimo el resultado de nuestras investigaciones (Matos, 1980).
Matos Moctezuma, Eduardo, “Ichcateopan y los restos de Cuauhtémoc”, Arqueología Mexicana núm. 82, pp. 58-61.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
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