Reina A. Cedillo
Con la ayuda de las crónicas, se aborda una tradición muy extendida en México durante los siglos XVII, XVIII y XIX: los altares dedicados a la Virgen de los Dolores –patrona de los hogares, confidente de las aflicciones domésticas y defensora de la honra familiar–, que se realizaban los Viernes de Pasión o el sexto Viernes de Cuaresma en los templos y en las casas.
En la iconografía cristiana, la Virgen María es uno de los personajes más importantes y representados en cuadros y esculturas, y el ciprés fue tomado como uno de los símbolos de la Virgen por las cualidades que se le atribuyen, como ser siempre verde, como la palmera, el olivo y el cedro, característica que los convierte en emblema de la vida duradera. En la antigüedad se creía que la madera del ciprés no se corrompía, de ahí que se considerara símbolo de la inmortalidad, y también representa la angustia, el dolor, el duelo, la tristeza, pero a la vez significa la mansedumbre, la sabiduría y la esperanza (Monterrosa, 2004, p. 63). Así, se le puede encontrar junto con la palmera, y en algunas ocasiones el cedro, al lado de la Virgen.
La presencia del ciprés cerca de la Madre de Dios explica el hallazgo de una pequeña pieza de barro dentro de un pozo de agua cegado durante las exploraciones arqueológicas en la calle de Bolivia núm. 16, en el Centro Histórico de la ciudad de México. Por su rareza, no fue posible identificarla de inmediato y posteriormente, gracias a la investigación bibliográfica, se pudo establecer el uso y la función que tuvo desde el siglo XVII hasta el XIX.
Ese objeto, llamado “pino” por los cronistas de antaño, nos permitió recrear una antigua y arraigada tradición hogareña que ya no se conoce ni se practica, pero que fue muy importante para la sociedad novohispana e independiente de nuestro país. El pino es una pieza de barro anaranjado, de forma cónica, de 16 cm de altura, 8 cm de diámetro máximo, con soporte de pedestal; tiene un ligero engobe rojizo, es hueca y tiene una perforación circular en la parte superior e incisiones oblicuas y verticales paralelas.
Los pinos se llenaban de agua por el orificio y una vez que ésta era absorbida por el barro se le pegaban semillas de chía, previamente remojadas, para que segregaran mucílago y pudieran quedar adheridas a las incisiones de las paredes; se cuidaba que no le faltara el agua hasta que la chía germinara y cubriera totalmente la pieza, la cual adoptaba la forma de un ciprés que, como se dijo anteriormente, es uno de los símbolos de la Virgen María.
La Virgen de los Dolores
La devoción a la Madre de Dios bajo las advocaciones de Nuestra Señora de la Soledad, de la Piedad, la Dolorosa, Nuestra Señora de las Angustias, la Virgen de la Esperanza y la Virgen de los Dolores, entre otras, proviene del siglo XIII, cuando se funda en Italia la Orden de los Siervos de María o servitas, cuyo objetivo y espíritu era fomentar, difundir y conservar la devoción a la Virgen.
Doesburg, Sebastián van, “Los documentos pictográficos de la Mixteca Alta”, Arqueología Mexicana núm. 90, pp. 18-23.
• Reina A. Cedillo Vargas. Arqueóloga. Investigadora de la Dirección de Salvamento Arqueológico. Ha trabajado en el Centro Histórico de la ciudad de México. Realizó excavaciones en Comalcalco, Tabasco, y ha sido responsable de las exploraciones en el Museo Nacional del Virreinato.
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