Miguel León-Portilla
Este año de 2017 se cumplen 50 de la partida del padre y doctor Ángel María Garibay (1892-1967). Mucho de su obra continúa influyendo en incontables investigadores y atrayendo a otros interesados en el legado cultural de los nahuas y también de los griegos. Como decía Jorge Luis Borges, un libro que perdura sus primeros 50 años prenuncia con ello que se está convirtiendo en un clásico que perdurará durante muchos más. Éste es el caso de buena parte de la obra de Garibay. Al cumplirse estos cincuenta años de su partida quiero hacer una recordación, reiterando así la gratitud y hasta diría la devoción que le tengo y le tienen centenares de mexicanos.
Era Garibay varón de mediana estatura, tez blanca y hasta un tanto sonrosada, y a partir de sus años 60 había perdido buena parte de su cabello. Su mirada era penetrante y su rostro estaba enmarcado por una barba que al final terminó blanquecina. Con su mirada chispeante acompañaba sus palabras a veces un tanto irónicas, pero siempre pertinentes y sabias.
Tenía fama de hosco y hasta de apartado del mundanal ruido pero, como pude comprobarlo siendo su discípulo por más de quince años, tenía siempre las puertas del corazón de par en par para recibir a quienes, serios y capaces, acudían a él. Varón sin reposo, desde muy joven se interesó por el legado cultural de México. Lo hizo ya durante los días de la Revolución Mexicana hallándose en el seminario conciliar de México donde ocupó, entre otros, el cargo de bibliotecario. Allí pudo consultar obras con transcripciones de textos en lengua náhuatl y también en griego, hebreo y hasta otomí.
Garibay me refería que alguien llegó a reprocharle por qué si conocía el griego y el hebreo distraía su tiempo dedicado al estudio del náhuatl y su literatura. La respuesta de Garibay fue que precisamente porque apreciaba las lenguas clásicas, entre ellas encontraba como otra fuente al náhuatl.
Raro ejemplo de humanismo sin fronteras
Fue él raro ejemplo de humanismo sin fronteras, tan interesado en descubrir lo nuestro como en allegar para la cultura patria la riqueza espiritual del mundo clásico. Se han ponderado, y habrán de valorarse más, sus merecimientos de estudioso de los textos nahuas, grecolatinos y hebraicos. Monumento de sabiduría siempre asequible son sus obras; presencia del humanista que de sí mismo dijo: “Si soy el primero en acoger las ideas nuevas, soy igualmente el último en olvidar las antiguas” (Esquilo, 1939, p. 66).
Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, de El Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
León-Portilla, Miguel, “Ángel María Garibay. A 50 años de su muerte”, Arqueología Mexicana núm. 146, pp. 14-19.
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