Manuel Gándara Vázquez
En 1979 la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) trasladó su sede del Museo Nacional de Antropología a Cuicuilco, luego de un acalorado debate que señalaba que el nuevo edificio afectaría el entorno visual del sitio. Años más tarde la escuela compensaría esta agresión con una férrea defensa de Cuicuilco cuando surgieron amenazas mucho más graves.
La ENAH se traslada
Dependiente del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la ENAH estuvo ubicada de 1964 a 1979 en el Museo Nacional de Antropología (MNA). A partir de 1971, la escuela había iniciado un proceso de cambio acelerado: eran los días posteriores al movimiento estudiantil-popular de 1968 y estaba fresca la represión del 10 de junio, en la que murió un estudiante de la escuela. Eran los días de la autogestión y la asamblea como máximo órgano de gobierno. La efervescencia política se respiraba en el aire. Lo que para algunos es la “leyenda negra” de la escuela, fue un periodo más bien de claroscuros, pero al menos en un sentido fue brillante: teníamos la convicción de que, organizados, podíamos cambiar al mundo. Y para probarlo, empezamos cambiando la escuela.
No obstante, algunos de los cambios resultaron problemáticos: los requisitos de ingreso se transformaron para permitir que accedieran alumnos de segmentos sociales que se pensaba estaban siendo excluidos; esto ocasionó pronto una sobrepoblación que llevó primero a convertir laboratorios en salones y a usar el auditorio Sahagún para dar clases; luego, a emplear el pasillo entre la escuela y la Biblioteca Nacional de Antropología como improvisada aula y, finalmente, a que ¡se dictara clase en las escaleras!
Una solución pronto rebasada fue la renta de espacios externos. En el caso de arqueología, por ejemplo, se rentó una casa en Presidente Masaryk, en la que se reubicaron los laboratorios y habilitaron algunos salones. Pero, además de incómoda por la distancia, la solución era cara y rápidamente fue insuficiente. Es por eso que, cuando menos desde 1976 y en coincidencia con un cambio en el plan de estudios, empezó a surgir la demanda de un nuevo edificio como reivindicación inaplazable. Se creó una comisión negociadora que elevó la petición al INAH y a la Secretaría de Educación Pública (de la que dependía el INAH). El problema no era tanto el costo de la escuela o su construcción, sino la ubicación de la nueva sede. No había muchas opciones disponibles. Pero finalmente surgió una: un terreno localizado en el perímetro del sitio arqueológico de Cuicuilco, a causa de un extraño trueque con terrenos supuestamente en poder del Distrito Federal.
Los más suspicaces pensaban que esa ubicación no había sido accidental: querían alejarnos lo más posible del Paseo de la Reforma, en donde se ubica el MNA, que era el sitio del que partían las marchas y manifestaciones, siempre con un contingente de la ENAH. A otros lo que nos preocupaba era el entorno visual de la pirámide, dada la proximidad que tendría el nuevo edificio e incluso la afectación física del mismo con la cimentación. Se hizo un estudio sobre este último punto que mostró que, en buena parte del terreno, la lava que cubrió parcialmente el sitio tenía no menos de 20 o 30 m de espesor, como se podía cotejar en una cantera abandonada hacia el lado sureste. Es decir, no se afectarían depósitos arqueológicos. Pero sí lo que llamamos “las visuales”, es decir, el hecho de que, desde ciertos puntos de observación, el nuevo edificio aparecería prominentemente detrás de la pirámide, rompiendo su integridad visual.
Se argumentó que el entorno visual ya había sido afectado por Villa Olímpica, una unidad habitacional que se construyó sobre la parte occidental del propio sitio, afectándolo directamente, así como por otras construcciones cercanas. A este argumento se respondió que no había entonces que empeorar ese entorno visual ya afectado. El debate al respecto fue apasionado: para algunos, se ponía al patrimonio por encima de las necesidades del proyecto progresista y democratizador de la ENAH; para otros, era obligación política de la escuela no afectar el sitio. Finalmente prevaleció la primera opinión y, por mayoría, se decidió aceptar la nueva sede. La construcción quedó lista en 1979. La ENAH se trasladó.
EL PROYECTO CUICUILCO DE LA ENAH (1984-1989)
Esta agresión al sitio arqueológico pesó en la conciencia de muchos. Quizá de manera especial en la de quien esto escribe, dado que en 1983 propuse un proyecto para reactivar la investigación arqueológica del sitio, que había sido suspendida prácticamente a finales de los sesenta, con excepción de ciertos trabajos fuera de su perímetro y como parte del proceso de registro legal de la zona.
El Proyecto Cuicuilco de la Coordinación de Investigación de la ENAH (1984-1989) fue el segundo realizado directamente por la escuela, en un momento en que se discutía el derecho de la ENAH a tener proyectos propios, derecho que finalmente quedó establecido en la reglamentación respectiva. Fue un proyecto que caracterizamos como de “investigación formativa”, dado que produciría no sólo conocimiento nuevo, sino nuevos investigadores: iba más allá de la clásica “práctica de campo” en la que los alumnos eran enviados a proyectos de terceros a realizar trabajos que podían o no coincidir con su proceso de formación. La práctica debía ser congruente con lo que se enseñaba en el aula.
Fue un proyecto piloto, experimental, en el que se utilizó de manera sistemática la microcomputadora y el flamante sistema de grabación portátil VHS (ambos conseguidos por donación), la digitalización de imágenes mediante un equipo periférico que se conectaba a la computadora, así como el uso de técnicas de prospección físico-química, como el magnetómetro, con la colaboración de Luis Barba, e incluso un resistivímetro casero, de un diseño propuesto por el Dr. Litvak (Linares, 1989), del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, todo mediante un acuerdo interinstitucional. Nos propusimos también obtener información sobre tiempos y costos de las técnicas arqueológicas, bajo la hipótesis de que el dibujo detallado de contextos era la tarea más cara y lenta. Esta hipótesis se corroboró, lo que nos impulsó a probar mecanismos alternativos al dibujo, como el videotape (Gaspar de Alba, 1995), o el uso de cámaras Polaroid.
Paradójicamente, nada de eso se usó dentro del sitio, sino hasta la última temporada, en 1989. A pesar de nuestra intención original, que era excavar debajo de la lava, el resto del tiempo nos la pasamos haciendo arqueología de salvamento en áreas cercanas que no había cubierto el Xitle: por ejemplo, en donde hoy es la Unidad Habitacional Fovisste; en un predio ubicado en una fuente de arcilla en “La Ladrillera”, y finalmente en el Parque Ecológico “Peña Pobre”. Pero nos parecía que eso era necesario, si queríamos entender el sitio fuera de la actual cerca de protección. Era una manera de reponerle al sitio lo que la ENAH le había, por necesidad, quitado.
Manuel Gándara. Doctor en diseño y nuevas tecnologías (UAM-A) y doctor en antropología (ENAH). Profesor de tiempo completo en el posgrado en Museología de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH. Actualmente investiga nuevas estrategias de comunicación para promover una cultura de conservación del patrimonio.
Gándara, Manuel, “Cuicuilco y la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Recuento personal de una relación intensa”, Arqueología Mexicana núm. 151, pp. 56-59.
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