Actualmente continúa siendo materia de debate entre diversos especialistas no sólo el lugar de origen de uno de los manuscritos religiosos más importantes de la antigua Mesoamérica, sino también la manera en la cual pudo haber sido adquirido ese documento por el cardenal italiano Stefano Borgia hacia la segunda mitad del siglo XVIII.
Debemos a Alejandro de Humboldt uno de los relatos más “populares” acerca de la historia del Códice Borgia. Dice el ilustre alemán:
…parece haber pertenecido a la familia Giustiniani. No se sabe por qué infeliz casualidad cayó en manos de los sirvientes de esta casa, quienes, ignorando el valor que pudiera tener una colección de figuras monstruosas, se lo dieron a sus hijos. Un culto amante de las antigüedades, el Cardenal Borgia, quitó el manuscrito a estos niños, cuando ya habían procurado quemar algunas páginas o pliegues de la piel de ciervo sobre la cual están trazadas las figuras (Seler, 1963, p. 9).
Esta versión parece tan convincente que el propio Eduard Seler la incluyó en sus célebres comentarios al Códice Borgia publicados en 1904. Efectivamente, tanto en la cubierta externa del códice como en las páginas 1 y 2 del anverso y 74, 75 y 76 del reverso, se observan los estragos provocados por las llamas en algunas partes de esas páginas. Sin embargo, tan curiosa historia nunca fue escrita por el propio Stefano Borgia, a pesar de su interés en publicar una edición del códice con los comentarios del jesuita José Lino Fábrega. En realidad, desconocemos por completo la historia del manuscrito antes de que perteneciera a Borgia, pues únicamente se han conservado algunas historias y tradiciones que de forma anecdótica cuentan la manera en que salió de México y cómo llegó posteriormente a manos del cardenal.
Stefano Borgia (1731- 1804) era descendiente de una familia acomodada de Velletri, Italia, cuyo apellido los emparentaba lejanamente con los bien afamados Borgia de los siglos XV y XVI. Stefano estudió teología y desde muy joven se interesó por la investigación histórica, además de dedicarse a coleccionar monedas, antigüedades y, especialmente, manuscritos coptos (copto: idioma antiguo de Egipto). En 1770 fue nombrado secretario de la Congregación de Propaganda Fide (es decir para la propagación de la fe, pues se ocupa de difundir el catolicismo y regular los asuntos eclesiásticos en los países en que no se practica el cristianismo), lo que le permitió estar en contacto con las misiones evangelizadoras del norte de América, el Caribe e incluso de Asia. Ya como cardenal fue elegido pro-prefecto de la Congregación en 1798 y posteriormente prefecto en 1802, cargo en el que permaneció hasta su muerte en 1804. Justamente a finales de este año, Borgia viajó a Francia para acompañar al papa Pío VII, quien iba a París a coronar a Napoleón Bonaparte como emperador en la Catedral de Notre-Dame. Sin embargo, Borgia enfermó durante el viaje y murió en la ciudad de Lyon pocos días antes de la ceremonia.
Recientes investigaciones, llevadas a cabo por Anders, Jansen y Reyes García en los archivos de la Congregación, revelan que el cardenal Borgia era un verdadero erudito que compartía su colección científica con numerosos intelectuales de la época. Especialmente valioso para su museo era el “códice mexicano”, por lo que nunca reveló cómo logró adquirirlo. El mismo Fábrega llegó a mencionar que el cardenal Borgia había deseado desde muchos años atrás poseer un códice mexicano y sólo la fortuna le permitió que llegara a sus manos. Por lo tanto, son pertinentes las apreciaciones de Anders, Jansen y Reyes García sobre lo inverosímil de la historia escrita por Humboldt, pues opinan estos autores que uno de los herederos de Borgia puso en circulación esa anécdota para reforzar su posición en un pleito legal.
Una segunda versión acerca de la adquisición del manuscrito fue publicada por el padre Franz Ehrle en su estudio introductorio a la edición facsimilar del Códice Borgia de 1898 financiada por el duque Joseph Florimond Loubat.
Ehrle, quien fuera prefecto de la Biblioteca Vaticana, afirmó que el códice había sido salvado de un auto de fe en alguna plaza de México y que un ex alumno lo había sacado del fuego para posteriormente enviárselo a Stefano Borgia en 1762. Sin embargo, Anders, Jansen y Reyes García señalan que tal historia tampoco es convincente, ya que el documento debió haber llegado a manos de algún italiano en el curso del siglo XVI, pues en la página 68 se observan varias anotaciones escritas en ese idioma cuya letra o caligrafía corresponde al estilo entonces en uso.
En lo particular, he encontrado una referencia de don Francisco del Paso y Troncoso en sus comentarios al Códice Borbónico publicados en 1898. Ahí sólo señala que el cardenal Borgia “salvó del olvido y probablemente de la destrucción” el códice que lleva su nombre (Del Paso y Troncoso [1898] 1981, p. 54), pero tampoco menciona el famoso pasaje de la “quemazón infantil”, que no habría pasado desapercibida al sabio mexicano, aunque su comentario parezca sugerirlo.
Anders, Jansen y Reyes García opinan que una pista más sólida sobre la historia del códice se encuentra en la interpretación de Lino Fábrega. Según este autor, el manuscrito fue en efecto salvado de las llamas, pero durante varios siglos permaneció ignorado en plazas y gabinetes de América y Europa. Por lo tanto, es posible que el códice haya sobrevivido a algún “auto de fe” efectuado en el siglo XVI y que por mucho tiempo estuviera en posesión de diversos coleccionistas, hasta que por razones desconocidas fue vendido u obsequiado a Borgia. No obstante, Batalla Rosado (2008) ha externado sus dudas sobre esta última versión.
Un día antes de morir, el cardenal Borgia dictó su testamento. Declaró heredera de todos sus bienes a la Congregación de Propaganda Fide, exceptuando sin embargo su preciado museo, cuya mayor parte se encontraba en su residencia de Velletri y que legó a su hermano Giovanni Paolo Borgia. Pero una parte importante de la colección (que incluía el códice) se encontraba en su casa de Roma, el Palacio Altemps, por lo que la Congregación tomó inmediatamente posesión de todos esos objetos. La familia Borgia interpuso enseguida una demanda que reclamaba la herencia de dicha colección, ya que ésta pertenecía al museo Borgiano de Velletri. El hijo de Giovanni, Camillo Borgia, trató durante varios años de ganar el proceso jurídico para recuperar las piezas y reincorporarlas al museo. De ahí, quizá, la razón por la cual en 1805 Camillo contó a Humboldt, de visita en Italia, la historia del códice quemado por los niños, esperando sin duda el apoyo del sabio alemán en el proceso legal.
Finalmente, la Congregación ganó el pleito en 1809 y todos los objetos que habían permanecido incautados por los tribunales fueron entregados a los religiosos en 1814. Para 1883 la Congregación había formado el Museo Etnográfico Borgiano en el segundo piso del edificio de su sede y en 1902 la colección de manuscritos fue trasladada a la Biblioteca Apostólica Vaticana, lugar en el que se encuentra actualmente nuestro códice.
Manuel A. Hermann Lejarazu. Doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigador en el CIESAS-Ciudad de México. Se especializa en el análisis de códices y documentos de la Mixteca, así como en historia prehispánica y colonial de la región. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Hermann Lejarazu, Manuel A. “Códice Borgia”, Arqueología Mexicana, NÚM. 98, pp. 16-17.
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