Diez años más tarde, en 1964 —tras la publicación del cuento “Chac Mool”, de Carlos Fuentes, que apareciera en Los días enmascarados en1954— Elena Garro concibe un cuento excepcional, “La culpa es de los tlaxcaltecas”, incluido en su libro La semana de colores. Según sabemos, la conquista de México fue posible, entre otras razones, porque los tlaxcaltecas se unieron a los españoles para combatir a los aztecas, que los habían sometido cruelmente. Desde entonces y de manera injusta, la palabra “tlaxcalteca” equivale a “traidor”. En el relato, esta culpa legendaria se extiende a la mujer, que una tradición machista y patriarcal convirtió en figura desconfiable, irracional, perturbadora. La trama vincula dos planos temporales, la vida doméstica de Laura en el siglo xx y el pasado prehispánico donde tiene un romance. Una frase define la lógica del texto: “Todo lo increíble es verdadero”. Laura está casada con Pablo, hombre aceptable y rutinario. En un puente que comunica dos realidades, ella conoce a un indígena herido que sobrevivió a la conquista y al que llama “primo marido”. Al sentir la sangre del guerrero en su cuerpo, piensa que son una sola persona. Por contraste, su esposo le parece aburrido y controlador, alguien que “no hablaba con palabras sino con letras”.
Laura ama al guerrero sin que eso represente una deslealtad, pues su pasión se cumple en otro tiempo, al que sólo ella tiene acceso; sin embargo, está marcada por el estigma de su género. En el presente, el tedioso y confortable universo donde dispone de sirvienta y electrodomésticos, su amorío con el “primo marido” representa una transgresión incestuosa, ajena a los discriminatorios privilegios de su clase. Su amante es un peligro, un indio dispuesto a secuestrar a una mujer blanca. Pero él no busca extirpar el corazón de Laura, sino ganarlo para su causa: “Traidora te conocí y así te quise”. Estigmatizada en su época por el hecho de ser mujer, Laura es aceptaba sin restricciones en el tiempo sin tiempo del guerrero. El pasado, que en “Chac Mool” aparece como una fuerza que fascina y destruye, en “La culpa es de los tlaxcaltecas” es una arriesgada opción de amar lo indígena; no representa una condena sino una liberación. Tendrían que pasar muchos años para que la mirada precursora de Elena Garro fuera vista como algo más que un caso de literatura fantástica.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Villoro, Juan, “Las palabras de las piedras”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 44-59.