En el marco de la campaña “Contigo en la distancia”, organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los investigadores de la Máxima Casa de Estudios, Carlos Alfonso Viesca Treviño y Sandra Guevara Flores, hablaron acerca de la viruela negra –nombrada por los indígenas como totomonaliztli o “enfermedad de las ampollas”– padecimiento por el que murió el grueso de la población no sólo de Tenochtitlan y Tlatelolco, sino también de Chalco, Texcoco, Coatepec, Chimalhuacán y la propia Tlaxcala, pueblo aliado a Cortés.
Historia de un error
Por los detalles citados en algunas fuentes se ha determinado que el contagio de la viruela negra inició a partir de septiembre de 1520 por el mundo mesoamericano, ambos especialistas coincidieron que, con base en las fuentes históricas, por mucho tiempo se manejó que el “paciente cero” fue un esclavo negro que desembarcó en Veracruz, proveniente de Cuba, como parte de la tropa de Pánfilo de Narváez, en persecución de Hernán Cortés. No obstante, en dicho barco venían, por lo menos, 15 nativos caribes que mantuvieron viva la enfermedad o fallecieron a causa de ella, éste fue el grupo portador que propagó la enfermedad.
Ese error, explicó la investigadora Sandra Guevara, que se extendió en el tiempo y llega aún a nuestra época, se explica porque los españoles señalaron a ese individuo, a más no poder, en sus crónicas y otros documentos. “La idea que impregnaba las mentalidades ibéricas, era: ‘vamos a hacer una visión distinta de los africanos, porque no han aceptado la buena religión, es decir, el cristianismo. Además, por su piel oscura, la cual según ‘denotaba una carga demoniaca’; de manera que los españoles se encargaron de estigmatizar a este sector como causante de males graves”.
Quizás, porque el relato de la población indígena diezmada por la viruela, le habría restado gloria y mérito a la empresa de conquista, soldados como Bernal Díaz del Castillo y frailes cronistas no abundan en sus testimonios sobre el hecho; lo hicieron tiempo después los cronistas indígenas evangelizados como Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin o Diego Muñoz Camargo (hijo de un español que sirvió a Cortés y de una tlaxcalteca).
Aunque los datos sobre el número de muertos por la viruela son inciertos, el historiador Alfonso Viesca expuso que, centrándose en Tenochtitlan y Tlatelolco, y conforme cálculos de diversos autores sobre una estimación de 120 mil casas, cada una ocupada por tres y siete miembros, en promedio, ambas ciudades concentrarían aproximadamente a 300 mil habitantes. Se calcula que más de la mitad falleció por esta enfermedad, es decir, más de 150 mil mexicas.
Alfonso Viesca mencionó que para finales del siglo XV e inicios del XVI, cuando el reino español inició la exploración y posterior conquista de América, primero en las Antillas y luego en el continente a través de Mesoamérica, la viruela era endémica en Europa desde hacía casi un milenio, aunque se presentaban epidemias graves “de vez en vez”, aproximadamente cada 100 años.
Con información de la Dirección de Medios de Comunicación del INAH.