Carlos Viesca T., Maríablanca Ramos de Viesca
La medicina náhuatl prehispánica constituyó un sistema integral de conocimientos acerca de la salud y la enfermedad, así como de la manera de abordar los problemas relacionados con ellas. Tuvo respuestas congruentes con su visión del mundo y con las posibilidades tecnológicas de que se disponía.
La medicina que encontraron los españoles a su llegada a México en 1519 era un sistema médico integral, que resumía el saber en cuanto a las enfermedades y sus tratamientos, que se había acumulado a lo largo de por lo menos dos milenios y medio. Los mexicas habían hecho suyos ese conocimiento y prácticas y habían contribuido a su desarrollo, lo que hacía patente la vigencia de ese trasfondo cultural que conocemos como Mesoamérica.
El relato de los vaivenes que tuvo la relación entre la medicina de los conquistadores y la de los indígenas ha sido objeto de numerosos estudios, en los que se ha puesto de manifiesto la carencia de médicos de tradición europea al menos durante los 50 años posteriores a la conquista, la vigencia de los titici indígenas en el manejo de las enfermedades de la mayor parte de la población novohispana, la conversión de su medicina en curanderismo y su sobrevivencia manejando un sinnúmero de estrategias que la enlazan con las medicinas tradicionales contemporáneas.
Presentamos en las siguientes páginas algunas facetas de particular importancia de esa historia, ya sea por ofrecer una nosología que pudo ser contrastada y entrar en la dinámica de un proceso de aculturación y resignificación con la medicina hegemónica –en ese entonces hipocrático-galénica–; ya sea por constituir novedades en cuanto al conocimiento de enfermedades y sus tratamientos, o ya sea por su impacto sobre el diagnóstico y manejo de enfermedades ya conocidas. Veamos algunos de esos casos.
Una medicina que cuenta con una teoría general de la enfermedad
Las medicinas prehispánicas compartían una visión del mundo acorde con el concepto que tenían del cuerpo. La medicina náhuatl no fue la excepción. El universo era concebido como una serie de planos horizontales dispuestos a diferentes alturas de un eje vertical, un eje retorcido que recordaba al malinalli (Epicampes macroura), gramínea cuyo delgado tallo, erecto y retorcido, está constituido por dos filamentos torcidos sobre su propio eje y entrecruzados. Entre los pueblos mayas el malinalli era sustituido por una ceiba, el gran árbol de ramas extendidas horizontalmente. Paralelamente, el cuerpo humano contaba por igual con un eje vertical equivalente: la columna vertebral. Exactamente a la mitad del universo se ubicaba a la superficie terrestre, en tanto que el diafragma era la parte correspondiente del cuerpo. Por arriba de la Tierra se situaban los nueve pisos celestes que correspondían en el cuerpo a los órganos torácicos y la cabeza con su contenido, culminando esta última en el remolino de cabellos de la coronilla, sitio por donde –se creía– era establecida la relación del ser humano con los planos superiores del universo. La cavidad abdominal representaba los inframundos que se ubicaban debajo de la superficie de la tierra, y el piso pélvico y las plantas de los pies eran considerados el límite inferior de ese cuerpo microcósmico.
De tal manera, la estructura del cuerpo humano era una representación sumamente pequeña del universo, un microcosmos. Pero las semejanzas conceptuales no terminaban ahí. La dinámica del cuerpo era también concebida como un reflejo de los movimientos de los demás cuerpos del universo, en particular de los planetas, así como de las fuerzas cósmicas que les daban vida y les hacían trasladarse en las órbitas que tenían establecidas y salir de ellas, como es el caso de las estrellas fugaces y la aparición al parecer caprichosa de los cometas.
La imagen de un corazón, el sol dentro del cuerpo, que le da y distribuye vida, que late y se desplaza, esto último al menos simbólicamente, permite establecer semejanzas entre su ubicación en el lado izquierdo del cuerpo y el trayecto solar siempre a la izquierda de la línea media del cielo. La presencia del hígado, del lado derecho y abajo del diafragma, es similar a la manera en que el sol se desplazaría por las entrañas de la Tierra para surgir por el oriente y elevarse siempre “caminando” con una cierta tendencia hacia la izquierda, hacia el sur.
Esta visión del cuerpo no fue aceptada ni entendida por los médicos españoles que vinieron a la Nueva España, pero ha continuado vigente entre las poblaciones indígenas hasta nuestros días. Resulta curioso que esto tampoco influyó en la introducción y aceptación de la teoría de la circulación de la sangre enunciada por Harvey en 1628, misma que solamente fue tomada en cuenta aquí hasta finalizar el siglo XVII.
Lo que sí permitió un intercambio fructífero de ideas fue la descripción de las estructuras del cuerpo en un orden que va de cabeza a pies, empleado paralelamente por los anatomistas europeos de tradición galénica y luego vesaliana, y por los médicos indígenas de tradición prehispánica, en la que la descripción de las imágenes de los dioses se hacía de la misma manera. Sin embargo, esta forma de ordenar conceptos no se limitó a la anatomía, cuyo desarrollo en Nueva España fue muy limitado, y aún más si consideramos que en la medicina indígena realmente no permeó esta visión y el conocimiento de estructuras y partes del cuerpo fue mantenido en el mismo nivel que se tenía antes de la llegada de los españoles, es decir, en el de descripciones someras y el conocimiento de estructuras que podían ser reparadas en caso de lesiones accesibles de manera externa, y de traumatismos y heridas.
Aportaciones al conocimiento clínico
La afirmación de algunos de los conquistadores acerca de que los médicos indígenas eran hábiles en el arte de curar fue un lugar común hasta mediados del siglo XVI. Cortés y Antonio de Mendoza recurrieron a médicos indígenas para tratar sus dolencias. Poco más tarde, Nicolás Monardes, desde Sevilla, expresaba la opinión de que en los mercados mexicanos, hablando con curanderos y yerberos se podían conocer muchas novedades sobre medicina y terapéutica en particular. Fue más tarde, en los setenta del siglo XX, cuando se comenzó a desacreditar a los médicos indígenas al tildarlos de ignorantes. El comentario inicial de Francisco Hernández, el protomédico enviado por Felipe II para estudiar los recursos medicinales de sus dominios en el Nuevo Mundo, al decir despectivamente que los médicos indígenas no sabían medicina, pues desconocían las teorías hipocrático-galénicas, tuvo que ser modificado al darse cuenta de que esos médicos que considerara ignorantes, diagnosticaban y curaban.
Viesca T., Carlos y Maríablanca Ramos de Viesca, “Aportaciones de la medicina náhuatl prehispánica”, Arqueología Mexicana núm. 130, pp. 66 – 73.
Carlos Viesca T., Maríablanca Ramos de Viesca. Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina, UNAM. Dirección General de Estudios de Posgrado, UNAM. Academia Nacional de Medicina.
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