Leonardo López Luján
A los pies del Iztaccíhuatl, a una altitud de 2 590 msnm y a tan sólo 5 km al este del poblado de Amecameca, se encuentra un monumento prehispánico singular. Conocido popularmente como “la piedra del tirador” o “la piedra semilla de Tomacoco”, este monumento fue esculpido sobre una gran roca de andesita que quizás formaba parte de la morrena de un antiguo glaciar.
En 1972, Jeffrey R. Parsons y su experimentado equipo de arqueólogos recorrieron esta suave pendiente de superficie irregular, dedicada al pastoreo y la agricultura, y rodeada por un denso bosque de pinos y encinos. Allí se toparon con un enorme recinto ceremonial –hoy inexistente– al que dieron la clave “Ch-Az-47”. De acuerdo con su reporte, dicho recinto era un espacio triangular de 750 por 650 por 440 m, limitado por espesos muros de piedra de entre 50 y 100 cm de altura y unos 2 m de espesor. En su interior pudieron recuperar escasos fragmentos de cerámica azteca tardía y, cerca del vértice septentrional, hallaron la roca en cuestión, de unos 2.5 m de altura, 5 m de norte a sur y 3 m de este a oeste. En 1987, la astrónoma Lucrecia Maupomé añadiría a esta magra lista de vestigios un marcador teotihuacano que fue tallado a escasos 4 m al suroeste.
El monumento de Amecameca posee como uno de sus rasgos distintivos un conjunto de seis escalones que fueron excavados en su costado sur, los cuales permiten acceder a la cara superior de la roca y realizar desde ese punto observaciones a 360 grados. El costado poniente, en contraste, es relativamente plano y está cubierto por una rica iconografía. Ahí podemos distinguir dos grupos de figuras talladas en bajorrelieve. El primero de ellos es una banda glífica que acusa la forma de una L acostada. Está dividida en 13 cartuchos rectangulares –cada uno de 38 cm por lado– que enmarcan los días de la primera trecena del tonalpohualli o calendario adivinatorio de 260 días. Aunque algunos numerales y signos de día son hoy casi imperceptibles, es evidente que se trata de la serie que comienza con la fecha 1 cipactli y continúa con 2 ehécatl, 3 calli, 4 cuetzpallin, 5 cóatl, 6 miquiztli, 7 mázatl, 8 tochtli, 9 atl, 10 itzcuintli, 11 ozomatli, 12 malinalli y 13 ácatl. Dicha serie, dividida por chalchihuites, asciende numéricamente de izquierda a derecha y, a partir del recodo, de abajo hacia arriba.
El segundo grupo está integrado por una figura antropomorfa y dos zoomorfas, todas representadas de cuerpo completo, erguidas, de perfil y dirigiendo sus miradas hacia la derecha. Destaca la esquemática imagen de un hombre que luce un tocado geométrico y viste, quizás, un xicolli (chaleco ritual) y un máxtlatl (braguero). Aparece de pie y abriendo el compás de las piernas en actitud de caminar. Con su brazo izquierdo sujeta en alto lo que parece ser un tlémaitl, el típico sahumador de cerámica en forma de cazoleta que era utilizado durante las ceremonias religiosas. Debajo de él se encuentra un brasero bicónico de gran tamaño, decorado como los encontrados en el Templo Mayor con un gran moño en la cintura. Inmediatamente a la derecha fue esculpida la fecha 10 tochtli, compuesta por un simpático conejo de cuya boca emerge una vírgula de sonido y por 10 anillos que siguen un patrón de C invertida. La cuarta y última figura está muy borrada, pero podría representar a un mono araña. A partir de un cuidadoso análisis del relieve, así como de fotos y grabados antiguos, vislumbramos su silueta, tal vez dotada de un hocico alargado o de un pico que lo vincularía con Ehécatl-Quetzalcóatl.
Tras el significado de los relieves
En la literatura especializada existen interpretaciones tan variadas como disímbolas acerca de las funciones del monumento de Amecameca, las cuales conviene repasar a continuación. Debemos la primera noticia al capitán de dragones flamenco Guillermo Dupaix, quien visitó el paraje en 1806, en el contexto de la segunda real expedición anticuaria por tierras novohispanas. Como es sabido, lo acompañaba el dibujante toluqueño José Luciano Castañeda, autor de un dibujo imperfecto de la roca que muchos años después sería publicado en forma de litografía. Según Dupaix, el monumento hacía las veces de observatorio astral, en tanto que los relieves figuraban a una suerte de Galileo aborigen con su “tubo óptico”, además del símbolo astronómico del conejo y algunos signos celestiales “producto al parecer de lo observado”.
López Luján, Leonardo, “Bajo el volcán. El memorial a Motecuhzoma II en Amecameca”, Arqueología Mexicana núm. 95, pp. 54-57.
• Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Universidad de París X-Nanterre. Investigador del Museo del Templo Mayor y director del Proyecto Templo Mayor, INAH. Prepara con Eduardo Matos Moctezuma el libro Escultura monumental mexica.
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