Cantona, localizado cerca del limite entre Puebla y Veracruz, fue uno de los sitios más impresionantes del Epiclásico (650-900 d. C.). Descubierto formalmente en 1855 por Henri de Saussure. fue investigado por Diana López de Molina en la década de los ochenta del siglo XX y fue objeto de intensas excavaciones y obras de restauraci6n en la década de los noventa del siglo XX por parte de Ángel García Cook y Leonor Merino Carrión.
Nuestra impresión sobre Cantona es que sus habitantes estaban decididos a no estar sujetos a la hegemonía de Teotihuacan. Toda la población de Cantona se ubicaba sobre una zona de escasa vegetación o malpaís. un derrame de lava tan escabroso que representaba un obstáculo importante para posibles atacantes. Con el fin de volverlo más impenetrable, sus constructores cavaron una zanja en la base de la ladera y redujeron el acceso al lugar mediante una serie de callejones tan estrechos, que los atacantes sólo podían entrar en fila india. Las murallas, calzadas y callejones, se construyeron de mampostería sin argamasa, pues la fuente de agua más cercana se encuentra a muchos kilómetros de distancia. Las piedras de estas murallas están tan estrechamente unidas que el sitio parece más andino que mesoamericano.
Durante el Epiclásico, la extensión de Cantona llegó a 12.6 km cuadrados. Era una ciudad densamente poblada que constaba de cientos de barrios habitacionales rodeados de murallas e interconectados mediante una red de callejones que controlaban rígidamente el movimiento de personas. Además de los templos y grandes patios. contaba con no menos de 24 juegos de pelota, de tamaño y estilo arquitectónico tan diferentes que sugieren que Cantona era lugar de residencia de varias etnias.
Tomado de Joyce Marcus, “Tiempo mesoamericano VI. Clásico Tardío (600-900 d.C.)”, Arqueología Mexicana, núm. 48, pp. 20-29