Chaneques

TRADICIÓN ORAL INDÍGENA MEXICANA

Elisa Ramírez

Los chaneques viven en el monte, en la humedad, junto a los ríos. Sienten gran curiosidad por la vida de los hombres y se acercan a ellos –suelen ser chaparritos como niños.

Cuento y testimonio nos dicen que los chaneques y otros seres extraordinarios no son siempre malos; si bien espantan, también conceden dones. Ellos guardan la medida de la caza, norman el uso de los recursos, castigan o premian la obediencia o transgresión de los humanos. Como todos los seres sobrenaturales que toman la apariencia humana –o son humanos que se transforman, como en el caso de los nahuales–, hay algo que los distingue de éstos: patas de guajolote, modos de comer, comportamientos inusitados.

Dioses, héroes o simples mortales en mitos y sagas, se casan, conviven y hasta tienen descendencia con parejas que no son de su misma especie –con ranas, osos, monos, rayos, dueños, salvajes y otros–; esto sucede sobre todo en los cuentos. Las bodas, uniones y amoríos entre seres diferentes rara vez tienen a veces buen fin, como en el caso de este muchacho que se casó con una mujer chaneca:

Sucedió en una laguna. El muchacho se estaba bañando cuando escuchó un ruido en el agua. Desde lejos se dio cuenta que eran unas muchachas y cuando llegó a la orilla vio que ahí estaba sentada una vieja; era una chaneca. Iba cuidando a las chanecas jóvenes.

La viejita le preguntó al muchacho: –Oye, hijo, ¿quién eres?

Vio que el muchacho era como todos los cristianos –tenía cinco dedos en cada mano. Eso fue lo que le interesó a la viejita, porque los chanecos sólo tienen dos dedos y por eso encantan, nos sacan una poca de sangre y con eso nos llevan al mundo de ellos.

Dijo la vieja: –Te voy a llevar; te voy a regalar una hija, esa va a ser mi voluntad.

El muchacho se conformó y se fue con las chanecas, pero antes de caminar hacia el mundo de ellos le advirtieron: –Muchacho, vas a cerrar los ojos y no los vas a abrir hasta que lleguemos.

Eso hizo; caminaron hasta llegar. El muchacho se dio cuenta que ya estaban en otro mundo, pues todo era muy diferente al mundo de aquí, donde nosotros vivimos.

Preguntaron las muchachas: –Mamá, ¿dónde vamos a esconder al muchacho?

–Yo lo escondo en el otro lado de las lajas, porque no tardan en llegar ahorita tus hermanos y no sea que se lo vayan a comer. Mejor se los enseño después, poco a poco.

Cuando los chaneques, dijeron: –Aquí huele a hombre, ¿dónde está?

–Quién sabe qué olerán ustedes.

No se imaginaban que el muchacho estaba detrás de las lajas y se pusieron tercos, exigiéndole a su madre que les diera al hombre que olían.

–Pues miren, hijos, no se los enseño: no sea que se lo vayan a comer.

–Madre, si lo enseñas, no lo vamos a comer, sólo queremos conocerlo.

Y así fue: les enseñó al muchacho y también les informó que era su cuñado, porque le había regalado a una de sus hijas, para que se casara con ella.

Pero la viejita tenía otra intención: quería que tuviera hijos con su hija y para que esos hijos tuvieran cinco dedos en cada mano. Para eso lo estaba necesitando.

El muchacho vio que tenían bodegas de dinero, de puros billetes; entonces un día quiso darle a su esposa para el gasto: –Mujer, ten este dinero.

–No, aquí hay mucho dinero; es más, aquí nada te va a costar, todo es gratis.

Vino su suegra y dijo: –Hijo, nosotros aquí tenemos bodegas de dinero.

Se sorprendió cuando le enseñó todo lo que tenían los chanecos. –No te preocupes de nada; te di a mi hija para engendrar hijos parecidos a ustedes.

Pasó tiempo y la madre del muchacho estaba muy preocupada por su hijo. No sabía que se había casado con una chaneca, que se habían ido abajo de la tierra. Cuando ya había pasado algún tiempo, el muchacho quiso ir a visitar a su mamá y le dijo a la chaneca: –Vamos a visitar a mi mamá, invita también a tu mamá, que nos acompañe.

Se fueron a visitar a la mamá, pero antes de que llegaran a la casa la mujer chaneca se detuvo: –Yo ya no voy, mejor me regreso. Te vengo a alcanzar aquí mismo, nada más que llegando aquí tienes que cerrar nuevamente los ojos. El día que tu gente me vea pierdo toda mi herencia. Mejor vete solo y yo vengo a esperarte aquí.

El muchacho se fue y llegó a su casa después de mucho tiempo de estar perdido. Su madre le reclamó: –Hijo, por Dios, ¿dónde estuviste todo este tiempo, que no venías a verme?, ¿qué te pasó?

–Madre, me junté con una muchacha que encontré en la laguna cuando se estaba bañando con sus hermanas. La mujer que tengo no es de aquí, sino que es de otro mundo, viven bajo tierra.

–Hijo, ¡no te vaya a comer!

–No mamá, ya me hallé con ellos, sólo vine a visitarte y me regreso, porque allá me esperan.

El muchacho salió en ese momento, porque su mujer le había dicho que lo iría a esperar en el camino. Luego empezó a caminar, pero al llegar al lugar indicado no la vio; cerró los ojos como le había dicho, para llegar al lugar de los chanecos, pero no pasó nada; lo repitió varias veces, pero nunca lo logró y se quedó en este mundo. Pasó un poco de tiempo y el muchacho falleció.

 

Elisa Ramírez Castañeda. Socióloga, poeta, escritora para niños y traductora. Colaboradora permanente de esta revista.

 

Ramírez Castañeda, Elisa, “Chaneques ”, Arqueología Mexicana núm. 147, pp. 16-17.

 

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