Chilonché y La Blanca. Arquitectura monumental en la cuenca del río Mopán
Cristina Vidal Lorenzo, Gaspar Muñoz Cosme
Los trabajos en Chilonché y La Blanca tienen varios objetivos: investigar un territorio con una gran riqueza arqueológica aún escasamente explorado; poner en valor sitios con una destacada arquitectura monumental y hacerlos visitables, y contribuir así al desarrollo económico y social de las comunidades del entorno, mediante un proceso de rescate y gestión cultural de los recursos patrimoniales.
La cuenca del río Mopán
En este territorio de valles fluviales, bañado por las aguas del río Mopán y sus afluentes, se fundaron en la antigüedad numerosas entidades políticas mayas, presumiblemente motivadas por los beneficios que proporcionaban las activas redes de comercio que discurrían a lo largo de estos ríos.
Entre esos sitios destacan Chilonché y La Blanca, recientemente investigados gracias al “Proyecto La Blanca”. Las primeras noticias y fotografías de La Blanca se remontan al año 1913 y fueron proporcionadas por el investigador Raymond F. Merwin. Es muy posible que Merwin haya tenido especial interés por visitar estas ruinas debido a que en el plano que Teobert Maler realizó en 1905 de la cuenca del Mopán, las bautizó con el nombre de El Castillito, en alusión, sin lugar a dudas, a la monumentalidad de su arquitectura visible.
Chilonché, en cambio, permaneció en el anonimato hasta 1989, año en que fue referido en un informe del Instituto de Antropología e Historia de Guatemala. Años más tarde, investigadores guatemaltecos llevaron a cabo algunas acciones puntuales en ambos sitios, hasta que en 2004 se puso en marcha el “Proyecto La Blanca”, una labor en la que participan la Universidad de Valencia, la Universidad Politécnica de Valencia y la Universidad San Carlos de Guatemala, financiada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de España.
El “Proyecto La Blanca” nació con varios objetivos: investigar un territorio con una gran riqueza arqueológica aún escasamente explorado; poner en valor sitios con una destacada arquitectura monumental y hacerlos visitables, y contribuir así al desarrollo económico y social de las comunidades del entorno, mediante un proceso de rescate y gestión cultural de los recursos patrimoniales.
Tanto La Blanca como Chilonché se fundaron en un estratégico emplazamiento entre el río Salsipuedes y la serranía de suaves elevaciones que marca el límite occidental del valle del Mopán y, como decíamos, en ambos la monumentalidad de su arquitectura es muy llamativa, especialmente en La Blanca, donde los palacios de su Acrópolis rivalizan en tamaño y calidad constructiva con los de las grandes ciudades situadas más al norte, como Tikal, Nakum o Yaxhá.
Chilonché
Chilonché tuvo un gran desarrollo urbanístico, patente en los más de 50 conjuntos arquitectónicos documentados, así como una larga ocupación prehispánica, que se remonta al Preclásico Tardío y continuó hasta el Posclásico Temprano. Las investigaciones del “Proyecto La Blanca” en Chilonché han estado inicialmente dirigidas a detener los saqueos y a realizar acciones de salvamento de los edificios afectados por esas actividades ilícitas, que en pocos años destrozaron gran parte de sus edificios principales, entre ellos la Acrópolis central.
Fue precisamente durante la exploración de uno de los profundos túneles de saqueo que atraviesa el basamento de esta Acrópolis, cuando se encontró una espectacular escultura arquitectónica del Preclásico Tardío. Aunque lo habitual en la arquitectura maya de este periodo es que las fachadas de los cuerpos de los basamentos piramidales exhiban enormes rostros de seres sobrenaturales (mascarones), en este caso nos hallamos ante la escultura de una criatura fantástica en la que no sólo se representó su formidable rostro sino también sus patas, de ahí que no se trate exactamente de un “mascarón”. Distinguimos en él dos grandes ojos enmarcados por abultados párpados, elaboradas cejas, orejeras decoradas y un apéndice nasal que se apoya sobre la mandíbula superior de una pronunciada boca. El resto del cuerpo consiste en las patas recogidas y con garras que recuerdan las de un emidosaurio (caimán o cocodrilo). En definitiva, un personaje sobrenatural que apoya todo el peso de su cuerpo y rostro en el nivel de piso, dando la impresión de estar saliendo del agua o del interior de la tierra (Vidal y Muñoz, 2014, p. 80).
Este tipo de representaciones nos recuerdan, por su estilo, a ese otro gran ser zoomorfo hallado en Holmul, y cuyo aspecto es el de un ave con abundantes plumas en la zona del buche. En ambos, tanto el rostro como las patas adquieren un gran protagonismo. Es muy posible que durante este periodo, en la región del oriente de Petén, se pretendiera encarnar así a las fuerzas de la naturaleza mediante estas figuraciones de animales poderosos, con el fin de conmemorar el final de una era y el nacimiento de un nuevo orden político en la región, dirigido por un nuevo gobernante o linaje.
Cuatro metros por encima de esta escultura se encuentra el arranque de los palacios del Clásico Tardío, erigidos en la cima de la Acrópolis, los cuales también han sido víctimas del saqueo. Mediante el “Proyecto La Blanca” se han realizado excavaciones extensivas en el edificio que cierra por el norte la Acrópolis (3E1), para rescatar y consolidar aquellas partes del edificio que estaban a punto de venirse abajo. Gracias a ello se ha logrado descubrir y salvar las espectaculares pinturas murales del cuarto 6 de este palacio, al borde de ser destruidas por los actos vandálicos.
Esta estancia había sido cuidadosamente sellada por los mayas del final del Clásico Tardío con el fin de clausurar el edificio y levantar encima otro de mayores proporciones. Sin embargo, dichas obras quedaron inconclusas, seguramente debido a los sucesos que tuvieron lugar en el ocaso del Clásico, lo que coincidió con la profunda crisis que afectó a toda el área maya. Las escenas figurativas pintadas en este cuarto se extienden por los muros norte, oeste y sur, ya que el este está en gran parte ocupado por un amplio vano que comunica con lo que en tiempos antiguos debió ser un patio, y a través del cual entraría la luz del amanecer para iluminar estas hermosas escenas. La de mayores dimensiones es la del muro oeste; en ella participan numerosos personajes, dispuestos en dos planos superpuestos, que se muestran con un gran dinamismo y agitación. Sus cuerpos están pintados de diferentes colores (negro, rojo y ocre, principalmente), y sobre todo en los que aparecen en primer plano, lo que más llama la atención es la sensualidad y elegancia de las posturas, y el lenguaje gestual de los personajes. En las escenas de los muros laterales se concede un mayor protagonismo a cada uno de los individuos representados, y de hecho, algunos de ellos se hallan acompañados por jeroglíficos que evocan sus nombres y títulos. Una cenefa con jeroglíficos recorre toda la estancia, en los que se abordan los acontecimientos reflejados en las pinturas y que tuvieron lugar, según las primeras investigaciones epigráficas, a finales del siglo VIII d.C.
Otra estancia que ha logrado salvarse de la destrucción de los saqueadores ha sido el cuarto 4, en cuyas paredes se plasmaron unos bellísimos grafitos, algunos de ellos pintados. Y es que la riqueza de este palacio es incuestionable y también es muestra del poder que detentó Chilonché en esos años, debido seguramente a ese control de las rutas comerciales que atravesaban la región del Mopán. Cuando éstas decayeron como consecuencia de la inestabilidad política de finales del Clásico, todos esos sitios fueron abandonados. Años más tarde, en algunos de ellos se instalaron de forma esporádica pobladores del Posclásico Temprano. En el edificio 3E1 de Chilonché hay evidencias de esa ocupación en uno de los cuartos del ala sur de este palacio, en el cual los nuevos ocupantes levantaron un altar y, junto a sus incensarios, depositaron otros del Clásico Terminal, que aparentemente encontraron en el derrumbe de la misma estancia.
Todo ello nos lleva a afirmar que Chilonché fue una de las mayores ciudades de la zona, con una notoria importancia política y comercial desde el Preclásico Tardío hasta el Clásico Terminal. Las futuras investigaciones de sus restos materiales arrojarán luz sobre la importancia y el influjo regional de la sociedad que la habitó.
Cristina Vidal Lorenzo. Doctora por la Universidad Complutense de Madrid y profesora del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valencia, especializada en arte y arqueología maya. Desde 2004 dirige el “Proyecto La Blanca”, en Petén, Guatemala.
Gaspar Muñoz Cosme. Doctor en arquitectura, investigador del Instituto de Restauración del Patrimonio y profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, especializado en conservación y restauración de arquitectura maya. Director de arquitectura y restauración del “Proyecto La Blanca”, en Petén.
Vidal Lorenzo, Cristina, Gaspar Muñoz Cosme, “Chilonché y La Blanca. Arquitectura monumental en la cuenca del río Mopán”, Arqueología Mexicana núm. 137, pp. 60-67.
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