Composiciones demográficas, étnicas y socioeconómicas de los pueblos de Coyoacán y San Ángel a fines de la Colonia

Gilda Cubillo Moreno

La vida en la época novohispana estuvo dotada de un movimiento singular que le confirió a las actividades económicas y sociales que se desarrollaron en sus dominios, una marcha histórica generadora de cambios significativos. Este trabajo muestra una impronta de la vida a fines del siglo XVIII en la jurisdicción de Coyoacán, particularmente en su cabecera y en San Ángel, uno de los pueblos sujetos a aquélla.

 

A fines del siglo XVIII, Coyoacán como jurisdicción había conservado privilegios que lo habían hecho impermeable a ciertas reformas borbónicas, como el hecho de que se le seguía considerando un corregimiento y no una intendencia. Su cabecera era, ante todo, un pueblo de españoles; la historia ayudó a la villa de Coyoacán a afianzarse como bastión español porque fue, en primer lugar, la base militar donde se fraguó la parte final del asedio a Tenochtitlan y, en segundo, porque Hernán Cortés la escogió para instalar ahí su casa de descanso, ejemplo que posteriormente siguieron muchos españoles. El vecino pueblo de San Ángel reprodujo un esquema similar, como población con predominio de asentamiento español.

 

La población y sus calidades

Gracias al padrón levantado en la jurisdicción de Coyoacán en 1792, podemos tener una idea aproximada de su población en las postrimerías de la Colonia. La composición demográfica y étnica de toda la comarca de Coyoacán correspondía un total de 3 402 “almas”, que el padrón agrupó bajo la categoría de “calidades”, no de castas. Esta clasificación exige algunas precisiones: entre los españoles se incluía a los escasos peninsulares y fundamentalmente a los criollos, es decir, a los hijos de españoles nacidos en la Nueva España, también llamados en aquel entonces, españoles americanos. Los castizos comprendían el producto de españoles y mestizos. Los mestizos eran el fruto de la unión entre español(a) e india(o); los indios englobaban a “los naturales” sin mezcla étnica alguna; finalmente, en los denominados pardos se incorporaban a las mezclas entre la población africana e indígena. A esta forma de clasificación social a partir de diferenciaciones étnicas se le ha denominado de manera imprecisa sociedad de castas, caracterizada por ser rígida e inamovible. Imprecisa porque en sentido estricto, en la Nueva España nunca hubo, como en la India, una sociedad de castas, ya que en la práctica era imposible distinguir, por ejemplo, a un español del común de un castizo o a un mestizo de un castizo. Esta ambigüedad, siempre presente cuando se trataba de hacer dictámenes raciales, abrió un espacio para que algunos habitantes novohispanos tuvieran la posibilidad de manifestar, ante los otros, una identidad o una determinada calidad socialmente más conveniente a su interés particular; ocurría también que durante el sacramento del bautismo los padres del infante declararan al sacerdote una calidad superior que ayudase al niño a ampliar sus oportunidades de movilidad en el espacio social. Puede suponerse que no pocos jefes de familia catalogados en el padrón de Coyoacán de 1792 como españoles, fueran en realidad criollos, pues la mayoría de sus cabezas habían nacido en Coyoacán; además, la pureza de sangre entre los criollos fue relativa, pues un nacido, por ejemplo, de padre español (peninsular o americano), madre castiza y abuela mestiza, se elevaba de nuevo a la categoría de español. El cambio de “calidad” no era ciertamente la única vía para ascender socialmente, pero las aspiraciones sociales de las “castas” inferiores buscaban el ascenso mediante la concertación de matrimonios con calidades superiores; de igual forma, los españoles peninsulares o españoles americanos, con el propósito de preservar su calidad, buscaban contraer matrimonio con parejas de su propio grupo social.

La población india conformaba la mayoría en toda la jurisdicción, casi 80%; sin embargo, en la cabecera era de apenas 16%. Cuando se levantó el padrón, la cabecera de Coyoacán estaba constituida por una población predominante de españoles criollos; la vecina San Ángel, con menor número de habitantes, estaba en situación parecida aunque su porcentaje de población indígena no llegaba a 4%. El predominio de la población indígena en el con- junto de la jurisdicción hasta fines de la época colonial y en su cabecera en tiempos de la conquista, se explica por el hecho de que fue territorio del señorío precortesiano tepaneca de Coyoacán; en cambio, la escasa población indígena en San Ángel se entiende porque antes de la conquista era un terreno escasamente poblado, disperso y poco propicio para la agricultura.

 

Estructura socioeconómica

Desde la perspectiva de su actividad económica, en el conjunto de la jurisdicción existían múltiples haciendas y ranchos agrícolas; entre las primeras destacaban las de Coapa, Mayorazgo, Xotepingo, San Antonio, Huipulco, Peña Pobre, Contreras y San Borja.

Coyoacán y San Ángel, al igual que los pueblos de Contreras, Mixcoac, Tacubaya, ubicados en esa misma jurisdicción, eran poblaciones dedicadas principalmente a la producción textil; los obrajes constituían la unidad a través de la cual se producían paños de algodón y lana. Los obrajes están en el origen de la industria textil, sin embargo, en ellos predominaba el trabajo manual, lo que dio lugar a la explotación del trabajo de maneras más cercanas a la esclavitud que a las formas de explotación propias del capitalismo. La villa de Coyoacán contaba con un único obraje a fines del siglo XVIII, el cual no superaba en importancia al obraje conocido por el nombre de Posadas que se asentaba en las proximidades del pueblo de San Ángel. Al despuntar el siglo XVII, en toda la jurisdicción había dos obrajes en Contreras, uno en San Jerónimo y los ya referidos de la cabecera y el de Posadas. El número de establecimientos creció a lo largo de esa centuria hasta llegar a diez, pero hacia el último tercio del siglo XVIII los obrajes fueron desplazados parcialmente por talleres domésticos donde los dueños de obrajes encargaban una parte de la producción; este hecho hizo que su número se redujera a cuatro situados en Coyoacán, Mixcoac, Panzacola y Posadas. Asomarse un poco al obraje de Posadas es ilustrativo porque revela no solamente la forma en que se llevaba a cabo una actividad económica de gran importancia para la jurisdicción, sino porque muestra también el destino del principal componente étnico que laboraba en esos obrajes: los pardos o afroindios.

La posición social de los negros o pardos evidencia la certeza de que en la Colonia, casta no era destino: si bien en el obraje de Posadas vivían hacinados en condiciones infrahumanas, ajenos a la vida de la comunidad y prácticamente trabajando como esclavos alrededor de 98 hombres pardos que, con sus mujeres e hijos sumaban 198, es también cierto que en otras jurisdicciones del virreinato los negros, mulatos o pardos gozaron de privilegios que sólo calidades superiores podían disfrutar, al ser retribuidos por el gobierno español a causa de los grupos voluntarios de milicianos que formaron para la defensa del Estado español.

Cuando se analiza a detalle el padrón de Coyoacán de 1792, se descubre que, salvo excepciones, la generalidad de los españoles criollos contaba con una situación económica media o modesta, desempeñándose en oficios semejantes a los de la gente considerada de más baja condición racial; no obstante, 74% de los varones casados tenían cónyuges españolas. Siete eran los peninsulares que habitaban en la cabecera y sólo uno en San Ángel, pero los peninsulares adscritos a la elite de la oligarquía y al poder central no habitaban de forma permanente en Coyoacán o en San Ángel, sólo tenían ahí sus casas de descanso pues vivían en la ciudad de México, por lo que no fueron incorporados al padrón. Asimismo, los puestos del aparato político administrativo eran acaparados por españoles americanos; con excepción del de corregidor, en manos de un peninsular, los otros cargos habían sido ganados por los criollos. El resto de este grupo, en su mayo- ría originario de Coyoacán, realizaba actividades vinculadas a la agricultura o se desempeñaba en oficios como los de tejedor, sastre, herrero, panadero, carpintero, tocinero o barbero. En este sentido, nada los distinguía de otras calidades como los mestizos, los castizos o aun los pardos.

Es posible que las composiciones étnicas de Coyoacán, San Ángel y otras jurisdicciones de fines de la Colonia constituyeran universos demográficos germinales de un proceso de transición social en el que, una vez consolidado el mestizaje, y tras la guerra de Independencia, el uso de las taxonomías de casta o de calidad entró lentamente en decadencia y se orientó hacia un orden histórico distinto, en el cual la clase social adquirirá preminencia, pero siempre bajo el filtro del prejuicio racial. Aún ahora no hemos concluido ese proceso.

 

Gilda Cubillo Moreno. Etnohistoriadora y doctora en antropología por la ENAH. Investigadora de la Dirección de Etnohistoria del INAH.

 

Cubillo Moreno, Gilda, “Composiciones demográficas, étnicas  y socioeconómicas de los pueblos de Coyoacán y San Ángel a fines de la Colonia”, Arqueología Mexicana núm. 129, pp. 72-75.

 

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