Bajo un cielo que combina luces y sombras alborotadas por el movimiento de las nubes, Susana se sienta sobre una cobija en el patio de su casa para tejer un ware con vainas de sotol entrecruzadas en una urdimbre que, eventualmente, resultará en un canasto redondo utilizado para guardar semillas y otros alimentos.
Esa misma noche, varios hombres se reúnen para beber y danzar después de una larga jornada de trabajo en la siembra; bailan formados en círculo al ritmo de una sonaja, un violín, alguna guitarra y las entonaciones del owirúame o curandero.
En Semana Santa, el inicio del ciclo ritual está anunciado por el eco de los tambores que se escuchan a todo lo largo y ancho de la Sierra Tarahumara. Y Juanita, una niña de seis años, abraza con gran fervor una gruesa tortilla de maíz recién hecha por su madre al calor del comal.
La forma de las cosas nunca es una casualidad. Los canastos, los movimientos coreográficos de las danzas, la rampora, las tortillas y el comal son redondos como lo es el mundo rarámuri, pues todo es parte de un mismo orden. En el inicio de los tiempos, nuestro planeta era plano, oscuro y frío hasta que un colibrí comenzó a dibujar con su pico lo que hoy vemos como ríos y barrancos.
Los rarámuri empezaron a danzar con ahínco para hacer más sólida y fuerte la Tierra, e hicieron tortillas y sacrificaron animales para que el Sol siempre saliera.
Imagen: El atardecer para una familia rarámuri. Retosachi, Chihuahua. Foto: Blanca Cárdenas.
Blanca María Cárdenas Carrión. Etnóloga por la ENAH y candidata a doctora en filosofía de la ciencia (comunicación de la ciencia) por la UNAM. Líneas de investigación en museología crítica, historia de la antropología, cultura y alimentación, y culturas de la Sierra Tarahumara. Jefa de la licenciatura en etnología en la ENAH.
Cárdenas Carrión, Blanca María, “La cultura rarámuri y su territorio”, Arqueología Mexicana, núm. 175, pp. 26-32.