La salida de Aztlan, el largo viaje que duró siglos y la épica fundacional que llevó al establecimiento de la ciudad de Tenochtitlan durante el primer cuarto del siglo xiv (ca. 1325), son parte neurálgica del gran relato que trasmitieron los mexicas a los pueblos que cayeron bajo su dominio. Parte del registro fue comunicado por tradición oral, parte en códices, parte en monumentos. Tras la conquista española, esta gran narrativa llegó a manos de los cronistas e historiadores de Indias que se encargaron de recopilar o de reconstruir mucho del antiguo pasado mexica que comenzaba a olvidarse durante las primeras décadas de la evangelización.
En efecto, a raíz de esta labor compiladora, se empezaron a producir un gran número de textos que dieron origen a las Historias de diversos autores, como las de fray Diego Durán, fray Bernardino de Sahagún, fray Toribio de Benavente, o las de diversos escritos anónimos en náhuatl, como la Leyenda de los soles, así como las crónicas de los historiadores Alvarado Tezozómoc o Alva Ixtlilxóchitl. Desde luego, no todas las fuentes, códices o tradiciones orales coincidieron puntualmente con respecto a los orígenes del grupo dominante, pues era natural que, tras un proceso de destrucción y pérdida de documentos, además de los particulares intereses de quienes las recopilaron, las historias comenzaron a diferir. Incluso, es pertinente pensar que, ya desde la época prehispánica, no existiera un único relato original u homogéneo, pues, probablemente, circularon distintas versiones de la “peregrinación mexica o azteca”.
Cabe pensar, también, que se realizaron diversos esfuerzos políticos por unificarlos –el más famoso quizá por órdenes de Itzcóatl–, lo que provocó una tensión dialéctica –a modo de resistencia cultural–, y se efectuó como consecuencia una mayor diversificación de las versiones. El tema lo ha tratado a profundidad nuestra colega María Castañeda de la Paz y lo discutimos durante varias sesiones del seminario en el que participamos de 2023 a 2025.
Tampoco debemos olvidar que la belleza de la oralidad en la tradición mesoamericana nunca se perdió, como se puede constatar incluso en las versiones más tardías que quedaron “petrificadas” por el texto escrito, en donde los registros en náhuatl se esfuerzan por conservar cierta musicalidad mnemotécnica. Esta naturaleza oral, como es natural, obliga a que el narrador no repita mecánicamente una historia, sino que ajuste lúdicamente los episodios en mayor o menor medida de acuerdo con su contexto, su audiencia y la intención, como apuntaba el historiador Alfredo López Austin (2018, pp. 100-120). De igual forma, López Austin subrayaba siempre la naturaleza dialéctica del relato mítico-histórico. Cuando nos referimos al “narrador”, debemos identificar no a un solo autor, sino a una constelación de hombres y mujeres encargados de la narrativa que además heredaban la labor, modificando el relato de acuerdo con la necesidad de cada generación; son entonces “constructores-usuarios” tanto los narradores como la audiencia.
El origen de los mexicas y de su ciudad se materializaron en una miríada de documentos que por sí solos contienen una enorme posibilidad de información sobre el pasado mesoamericano; resulta un verdadero reto historiográfico explicar el origen de fuentes tan diversas para un hecho histórico tan preciso o ubicarlo en el tiempo.
Aparentemente, contar con una gran variedad de códices, documentos en náhuatl, crónicas o textos de la nobleza indígena colonial, podría ayudar a reconstruir con mayor precisión la historicidad de la famosa “peregrinación”. Sin embargo, por contradictorio que pudiera parecer, la naturaleza tan variada de las fuentes y las distintas tradiciones que hay detrás de cada una de ellas, imposibilita una reconstrucción objetiva o que se aproxime a nuestro actual sentido de la historia.
No es el objetivo de este artículo lograr una reconstrucción histórica de los orígenes del pueblo mexica, sino el de señalar que las narraciones sobre el tema, por más antiguas que puedan ser, no deben tomarse como un relato fidedigno, sino una creación histórico-literaria confeccionada a partir de pinceladas de mitos y sentido estético.
Tomado de Patricia Ledesma Bouchan y Manuel A. Hermann Lejarazu, “De Aztlan a Tenochtitlan: la trayectoria de un dios y su pueblo”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 124, pp. 28-39.

