Patrick Johansson
Entre las múltiples combinaciones simbólicas de los elementos que se observan en la cultura náhuatl prehispánica, la unión del agua y del fuego es la que determina, en última instancia, la generación y regeneración de los seres y de las cosas.
El agua, el fuego y la integración funcional de los opuestos que éstos representan son arquetipos mitológicos con carácter universal. En las culturas mesoamericanas prehispánicas, se manifestaban y se conjugaban de diversas maneras, según los contextos específicos y los apoyos materiales de su expresión. Desde las más sencillas y consuetudinarias tareas domésticas hasta los rituales propiciatorios mágico-religiosos más trascendentales, pasando por una red intrincada de relaciones mitológicas, la integración o la “des-integración” del agua y del fuego tuvieron un valor cosmológico.
En la cultura náhuatl, el agua, atl, el fuego, tletl, y el “agua-fuego”, tléatl (o “fuego-agua”), atl, tlachinolli, “agua, cosa (tierra) quemada”, en sus modalidades verbales o iconográficas, pero también simplemente en sus manifestaciones sonoras, táctiles, olfativas, visuales y gustativas, se volvieron nexos cruciales del pensamiento indígena prehispánico.
En esta rica profusión expresiva escogimos algunos ejemplos para ilustrar la síntesis o la “diálisis” (separar elementos de una misma disolución) mitológicas de estos elementos.
De la tierra al cielo
Antes de que se configurara el cosmos, el fuego y el agua estaban entrañablemente vinculados con la tierra. El fuego se situaba “en el ombligo de la tierra”, tlalxicco, lo que prefiguraba su carácter axial, mientras que el agua estaba disuelta en lo que pronto sería un vientre telúrico-materno. En la iconografía, el fuego infraterrenal está frecuentemente representado por un cuadrado en el centro del cual se encuentra el dios Xiuhtecuhtli, alias Nauyohuehue, “el anciano de los cuatro rumbos”, mientras que el agua aparece generalmente bajo la forma de un círculo de jade. El hecho de que Quetzalcóatl diera cuatro vueltas en torno al círculo de jade de Mictlantecuhtli, en el mito de la creación del hombre (Leyenda de los Soles), expresa una integración simbólico-geométrica del agua y del fuego con valor sexual.
En este mismo contexto pictórico, aunque en otro relato, la ruptura del marco de fuego y del cerco del agua determinaba mitográficamente el movimiento, ollin, imprescindible en la cosmogonía náhuatl prehispánica. La greca de fuego y la espiral de agua, expresión iconográfica de esta ruptura, así como la fecunda yuxtaposición de los elementos, manifiestan visualmente una integraciónvital que tiene como resultado el crecimiento de las plantas en un espacio-tiempo aéreo.
Asimismo, la fusión sintética de Nanahuatzin y Tecuciztécatl en el “horno divino”, teotexcalli, permitió, después de muchas tribulaciones mitológicas, la “diálisis” del fuego y del agua celestiales y la creación del Sol y de la Luna, astros respectivamente ígneos y ácueos cuyo movimiento abrió el espacio-tiempo existencial.
La unión del agua y del fuego produce humo (entre otras cosas). Este humo que vincula la tierra con el cielo constituye un axis mundi, un eje en torno al cual se organiza el cosmos. No podemos extendernos aquí sobre un tema extensísimo, mencionaremos tan sólo la consumación ígnea del copal (referido en los conjuros como iztaccíhuatl), resina estrechamente vinculada con el agua y la Luna y generadora de humo. En otros contextos, la quema ritual del tabaco o de la sangre autosacrificial representa también una unión de elementos simbólicamente derivados del agua con el fuego.
Johansson, Patrick, “El agua y el fuego en el mundo náhuatl prehispánico”, Arqueología Mexicana núm. 88, pp. 78-83.
• Patrick Johansson K. Doctor en letras por la Universidad de París (Sorbona). Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas y profesor de literatura náhuatl en la Facultad de Filosofía y Letras, ambos en la UNAM.
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