El antiguo futuro del k’atun. Historia y profecía en un espacio circular

Erik Velásquez García

Para los mayas prehispánicos y coloniales el futuro estaba escrito en el pasado. Por ello, para afrontar el incierto devenir, fijaron su atención en los acontecimientos históricos. Como estos últimos les eran conocidos y visibles, les quedaban adelante, mientras que el futuro, al no poderse ver, les quedaba detrás. Semejante manera de encarar el destino estaba enmarcada en una concepción circular del tiempo y del espacio.

Uno de los ciclos calendáricos más importantes para los mayas fue el de los k’atunes, término que se registra en los textos coloniales de Yucatán. Cada k’atun consta de 20 años de 360 días, lo que suma un total de 19.71 años solares. Durante el periodo Clásico (250-900 d.C.) dicho lapso recibía el nombre de winikhaab’, término que significa “veinte años”. Los mayas solían celebrar la terminación de esos ciclos mediante complejos ritos que incluían la erección de estelas y otros monumentos, mismos que eran amarrados con sogas para ponerlos de pie. Esos actos recibían el nombre de k’altuun, “atadura de piedra”, término del cual, según David S. Stuart, derivó el sustantivo yucateco k’atun (o más correctamente, k’atuun).

Cada k’atun recibía el nombre del día del calendario de 260 días con el que terminaba, que siempre era una fecha ajaw, aunque por razones aritméticas su coeficiente numérico iba retrocediendo de dos en dos. Así, por ejemplo, el k’atun 8 ajaw (672-692 d.C.) fue seguido por el 6 ajaw (692-711 d.C.) y éste a su vez por el 4 ajaw (711-731 d.C.), etc. Desde mediados del Clásico Temprano (250-600 d.C.) los mayas ya solían usar ese sistema de fechamiento en sitios como Caracol, Naranjo, Río Azul, Tikal y Toniná, pero solamente comenzó a sustituir a la cuenta larga en el noroeste de la península de Yucatán a partir de 633 d.C. Dicha forma de fechamiento constaba de 13 k’atunes (7 200 días x 13), que en conjunto sumaban un periodo de aproximadamente 256 años solares. Hoy conocemos ese sistema como la cuenta corta o rueda de k’atunes, misma que también implicaba la fragmentación del espacio geográfico en 13 segmentos, ya que se creía que cada k’atun ocupaba un lugar en el territorio.

El testimonio más temprano de semejante unión entre tiempo y espacio se encuentra posiblemente en el monumento circular número 3 de Altar de los Reyes, que registra la existencia de 13 señoríos o tronos, en los que los mayas del año 800 d.C. creían que se dividía su geografía regional. Semejante concepción tuvieron los mayas yucatecos del Posclásico, pues diversas esculturas de tortugas con 13 jeroglíficos ajaw grabados en el caparazón han sido encontradas en Mayapán, Santa Rita Corozal y Tulum. El caparazón discoidal de los quelonios simbolizaba para los mayas la superficie de la tierra que flota sobre las aguas del océano, concepto que se encuentra implícito en el sustantivo peten, “comarca, isla, provincia” o “región”, palabra que deriva del adjetivo pet, “circular” o “redondo”.

 

Velásquez García, Erik, “El antiguo futuro del k’atun. Historia y profecía en un espacio circular”, Arqueología Mexicana núm. 103, pp. 58-63.

 

 Erik Velásquez García. Doctor en historia del arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde imparte asignaturas sobre arte prehispánico y epigrafía maya. Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, especialista en arte y escritura jeroglífica maya. Forma parte del equipo de profesores de los Maya Meetings de la Universidad de Texas, Austin.

 

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