La división primaria exige un número más: el 7 central. Es el Eje Cósmico, del que los nahuas decían que era la casa del Dios del Fuego. Su composición es compleja. Sobre la superficie de la tierra se eleva como Monte Sagrado, promontorio hueco en cuyo interior reposan las aguas y las semillas-corazones. Las semillas-corazones son las almas de las criaturas que emergerán sobre la superficie terrestre. Por esta razón la calabaza repleta de pepitas y el panal de abejas son metáforas del Monte Sagrado, y su contenido se representa con un pez que nada en sus aguas. En la cumbre del Monte se yergue el Árbol Cósmico, y en su base está la Región de la Muerte. Todo hace del Eje Cósmico el cuerpo central que comunica el Cielo y la Tierra, y sirve como lugar de nacimiento y muerte de las criaturas.
El Eje se forma por la lucha dinámica entre los principios opuestos, el agua fría que brota del mundo de la muerte y el fuego que desciende del cielo. Son dos corrientes que en su oposición se enfrentan sin tocarse, como un gran torzal. El ramal frío del torzal es del color verde- azul del agua; el caliente es del color amarillo del fuego.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
López Austin, Alfredo, “El centro”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 83, pp. 24-26.