Alfredo López Austin
Debían ser la explicación cosmológica que necesitaban las sociedades indígenas.
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El gran aparato cósmico era la fuente de los mayores anhelos y las mayores desgracias.
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El recorrido tal vez desconcierte al observador cuando encuentre los fuertes contrastes a los que Naxín ha recurrido para mostrar su mundo.
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Para entender la naturaleza de lo existente, los hombres imaginan una secuencia de aventuras que desemboca en el momento justo de formación de este mundo.
Del amplio campo de la cosmovisión mesoamericana se han elegido dos temas. Uno se refiere a la cosmogonía, la historia que se inicia en los intensos límites del mundo de lo sagrado y el nuestro. Otro habla de la geometría cósmica, del sometimiento del yo y su circunstancia a la rigidez de un modelo, de una guía de percepción y acción que son indispensables para la subsistencia.
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El cuerpo de Cipactli se dividió en nueve pisos que formaron la Tierra y nueve que dieron lugar a los estratos de un cielo superior. El espacio intermedio, el que ocuparon las criaturas, tuvo cuatro niveles. Los nueve pisos inferiores dieron al 9 el carácter femenino. Los restantes, de la superficie de la Tierra hasta el piso más lejano del Cielo, fueron los 13 pisos celestes y masculinos.
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La concepción del Eje Cósmico y sus cuatro proyecciones es de una gran antigüedad. Aparece ya en la cultura olmeca, en el Preclásico Medio
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Los dioses mesoamericanos también se distribuían en el espacio horizontal. Los antiguos nahuas concebían que, dado el poder de desdoblamiento divino, Tláloc se dividía para formar de sí mismo cuatro.
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Mesoamérica fue uno de los varios centros del mundo donde nació la agricultura. Los especialistas han estimado que la más antigua domesticación de plantas fue aquí hace aproximadamente 9 000 años.
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¿Qué sería del ser humano sin modelos? Modelos –buenos y malos– que le permiten sentirse, saberse; enfrentarse al entorno y transformarlo; conocer y comunicarse con el semejante y el extraño; apoyarse en el pasado para lanzarse a la prevención, al proyecto o a las ilusiones.
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Aprendimos, además, que aquellas realidades tenían un presente o habían tenido un presente, y que esos presentes y esos pasados, aun los remotos y antiguos, eran nuestro tiempo, nuestra historia.