El cosmos, y con él el calendario, se estructuran a partir del arte combinatoria de números sagrados. Se han mencionado los elementales y su posible origen: el 2, el 4, el 7; pero en Mesoamérica hay otros más que son fundamentales, entre ellos el 5, el 9, el 13 o el 20. ¿De dónde proceden? Es imposible determinarlo. Tal vez los cuatro horizontales más el centro, o la división dual del eje, contada arriba y abajo, con el centro, hayan dado el 5; tal vez el eje dual, proyectado hacia los cuatro rumbos del cosmos, haya producido un 8 que con el centro dio 9; tal vez ese 4 y ese 2, ambos dobles, con el centro, haya dado como resultado un 13. Tal vez ese centro, el yo que cuenta, haya contado con todos sus dedos –de manos y pies– para dar 20.
El cuerpo de Cipactli se dividió en nueve pisos que formaron la Tierra y nueve que dieron lugar a los estratos de un cielo superior. El espacio intermedio, el que ocuparon las criaturas, tuvo cuatro niveles. Los nueve pisos inferiores dieron al 9 el carácter femenino. Los restantes, de la superficie de la Tierra hasta el piso más lejano del Cielo, fueron los 13 pisos celestes y masculinos.
Los ciclos calendáricos resultaron de las combinaciones de los números sacralizados. El ciclo adivinatorio es el resultado del 13 por el 20, y se compone de 260 días. El ciclo solar es de 18 meses de 20 días cada uno, lo que da 360, a los que se agregan los 5 días complementarios. Se ajustaron a dichas combinaciones los cursos aparentes de los astros en el cielo. Los 20 días del mes fueron circulando sucesivamente en el árbol del este, el del norte, el del oeste y el del sur. Todo obedecía a los flujos matemáticos en un sistema sumamente complejo. Hasta los dioses entran en el juego de los números y los tiempos. Cada día es una unidad divina compuesta por un dios que tiene nombre figurativo y otro dios que es un numeral. Los mayas tenían un dios llamado Oxlahuntikú, “Dios Trece”, enemigo del dios Bolontikú, “Dios Nueve”. Los zapotecos, de los que desafortunadamente no hay una fuente que explique en forma suficiente su panteón, tenían como uno de los nombres del señor supremo celeste Leta Aquichino,14 “Dios Trece”. Y en este orden, los principales flujos matemáticos circulaban por los troncos huecos de las columnas del cosmos.
No debe extrañar que los gobernantes mayas se hayan arrogado el prestigio divino de la estructura cósmica. Un excelente ejemplo es el del soberano Utzip Chan, cuyo retrato quedó grabado en una estela de Quiriguá, en el siglo viii de nuestra era. Utzip Chan significa “Esquina del Cielo”. En su efigie de piedra, el ex o banda que cubre el bajo vientre y los genitales cae hasta las rodillas figurando el tronco del Árbol Cósmico; el gran penacho hace las veces de fronda, y allí se posa el ave celestial; a los lados del cuerpo desciende la serpiente bicéfala (Linda Schele y David Freidel, en su libro A Forest of Kings. The Untold History of the Ancient Maya (Nueva York, Quill William Morrow, 1990, pp. 90-91, fig. 2:15) muestran claramente la relación de los atavíos de un gobernante maya con el Árbol Cósmico.. El señor es el Árbol. Como herencia de aquellos siglos, hoy los gobernantes tzotziles dicen que cargan a los dioses vaxakmen, los que son “a manera de pilares de una casa” (Arias, San Pedro Chenalhó, pp. 114-116).
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
López Austin, Alfredo, “Las columnas y el calendario”, Arqueología Mexicana, edición especia núm. 83, pp. 34-36.