La concepción común mesoamericana parte de una antiquísima herencia de sus antepasados recolectores-cazadores. Una gran división del cosmos en dos partes opuestas y complementarias tiene tan remotos orígenes y aparece en tantas culturas del mundo, que algunos antropólogos la consideran innata en el ser humano. Cada cultura, sin embargo, le ha impreso sus propias características. En la naciente Mesoamérica los agricultores temporaleros dieron una importancia fundamental a los ciclos pluviales, adaptando la oposición complementaria a las dos únicas estaciones que se suceden en los trópicos: la estación de aguas y la estación de secas. La taxonomía cósmica de los agricultores tropicales identificó la estación de lluvias con la muerte generadora de la vida, mientras que la estación de secas correspondió al tiempo del disfrute de la cosecha y fue interpretada como la vida que se desliza hacia la muerte. La gran taxonomía segmenta todo lo existente, haciendo simultáneamente pares de opuestos que se ordenan, vinculados entre sí, en dos grandes grupos.
Los agricultores formaron sus grupos clasificatorios dando a su mundo la separación primaria entre una Tierra femenina, que comprendía desde la superficie hasta las tenebrosas regiones de la muerte, y un Cielo masculino, luminoso y vital. La Tierra caracterizó lo frío, lo húmedo, lo inferior, lo primigenio, lo nocturno; el Cielo, lo caliente, lo seco, lo superior, lo derivado, lo diurno.
Los dioses hijos, como sus padres, aparecen con frecuencia en los textos con su doble atributo, muchas veces como parejas conyugales, marcando así los sectores complementarios que cada uno de los cónyuges domina. La señora de la tierra, por ejemplo, atenderá la fertilidad de la planicie; el señor de la tierra distribuirá las lluvias que proceden del interior de la montaña.
Con la oposición dual complementaria se generaría en Mesoamérica la concepción de un fuerte dualismo divino. La Divinidad fue personificada a partir del desdoblamiento en el Dios Padre y la Diosa Madre, entes supremos del cosmos, que repartieron bajo su protección y poder las mitades de todas las clases de criaturas. Así lo asentaron los mayas coloniales en los Cantares de Dzitbalché con el ejemplo de las aves que alegran el mundo con su canto, su plumaje y su vuelo:
Allí cantas, torcacita, en las ramas de la ceiba.
Allí también el cuclillo, el charretero y el pequeño
kukum y el sensontle.
Todas están alegres, las aves del Señor Dios.
Así mismo la Señora tiene sus aves:
la pequeña tórtola, el pequeño cardenal y el
chichin-bacal, y también el colibrí.
Son éstas las aves de la Bella Dueña y Señora.
Un mito mexica explica la división dual Tierra/ Cielo. Relata que un ser primigenio, acuático y feroz, flotaba en las aguas en el tiempo originario. Dos dioses ciñeron fuertemente su cuerpo hasta partirlo, y los dos pedazos originaron la segmentación primaria de la Tierra y el Cielo. Aquel enorme ser, dolido por la separación de su cuerpo, hizo que su parte superior se precipitara sobre la inferior, provocando un gran diluvio con las aguas celestes. Tras el desastre, los dioses restauraron el orden, levantaron de nuevo el Cielo, y soportaron la bóveda en grandes columnas. Tras su obra, innumerables criaturas poblaron el mundo.
Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
López Austin, Alfredo, “La división dual primaria”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 83, pp. 19-23.