Las cuatro columnas

Alfredo López Austin

Hay mitos que narran que la cumbre del Monte Sagrado se fracturó en cuatro pedazos, y que éstos fueron lanzados hacia los cuatro rumbos. Estos relatos aluden a una proyección del gran edificio, que se reproduce en los extremos del mundo para impedir una nueva precipitación del Cielo sobre la Tierra. Las cuatro partes proyectadas son las columnas. Pars pro toto, destaca simbólicamente el árbol de la cúspide, por lo cual las columnas que soportan el peso de la bóveda celeste aparecen representadas como cuatro árboles. Entre los mayas, la ceiba es el símbolo privilegiado. La ceiba verde ocupa el sitio central; quedan las ceibas roja, blanca, amarilla y negra en los extremos. Los mexicas las representaban como cuatro especies arbóreas, y para la tradición mixteco-poblana eran árboles cargados de símbolos.

La concepción del Eje Cósmico y sus cuatro proyecciones es de una gran antigüedad. Aparece ya en la cultura olmeca, en el Preclásico Medio. Los cinco componentes están esgrafiados en las hachas rituales de piedra verde. En estas Si bien la figura del árbol-saurio describe a los árboles cósmicos por su origen mítico cocodriliano, otros símbolos enriquecerán sus representaciones en la pintura y la escultura: ceiba de tronco hinchado como vientre en preñez; tronco de dos ramales helicoidales, uno del color azul-verde y el otro amarillo; árbol mítico herido del que sale el tiempo en forma de sangre; árbol que ocupa la centralidad del mundo al brotar del ombligo cósmico; árbol de tronco listado helicoidalmente de cuatro colores; árbol que nace de las aguas de un cenote o del cuenco de un maguey, en cuyas aguas nada el pez germinal; árbol del que surge el Sol, y muchísimos más.

Las columnas son vías. La mencionada Historia de los mexicanos por sus pinturas dice que los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcóatl colocaron   cuatro caminos para entrar por ellos y alzar el cielo” (Historia de los mexicanos por sus pinturas, p. 32). El árbol es la figura por excelencia para conceptuar, con las venas de savia, las vías de los flujos divinos procedentes del cielo y del mundo de los muertos que comunican el cosmos y llevan el movimiento al mundo de las criaturas, las bocas de los meteoros, los sitios de los ortos y los ocasos astrales. Ya en la Nueva España, en las Constituciones Diocesanas del Obispado de Chiapa, publicadas en 1702, fray Francisco Núñez de la Vega dice que la ceiba “es un árbol que tienen [los indios] en todas las plazas de sus pueblos a vista de la casa del Cabildo, y debajo de ella hacen sus elecciones de alcaldes, y las sahúman con braseros, y tienen por muy asentado que en las raíces de aquella ceiba son por donde viene su linaje”. Núñez de la Vega, Constituciones Diocesanas del Obispado de Chiapa, p. 9.

A principios del siglo pasado Alfred M. Tozzer recogió entre los lacandones la creencia de que en el centro del mundo se erguía una gran ceiba por la que viajaban los muertos a la morada definitiva (Tozzer, Mayas y lacandones, pp. 180 y 191). En nuestros días Guido Mü nch Galindo registró que en el sur de Veracruz hay dos árboles que crecieron juntos. Son de naturaleza opuesta: la ceiba es caliente, el amate es frío. Los habitantes de la región los consideran una imagen natural del Árbol Cósmico, y los hombres de saber se reúnen periódicamente bajo su follaje para rendirles culto (Münch Galindo, Etnología del Istmo Veracruzano, pp. 160, 176-177).

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

 

López Austin, Alfredo, “Las cuatro columnas”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 83, pp. 20-29.