Los dioses-columnas

Alfredo López Austin

Las columnas tienen nombre de dioses. La Historia de los mexicanos por sus pinturas los llama Itzcóatl, Itzmalli, Cuauhtémoc y Tenexxóchitl (Historia de los mexicanos por sus pinturas, p. 32.), y los mayas peninsulares los distinguen como cuatro importantísimos miembros de su panteón, Bacab Rojo, Bacab Blanco, Bacab Negro y Bacab Amarillo, quienes se desdoblan para formar parejas conyugales, pues se cita en el Chilam Balam de Chumayel a la Madre Ceiba Roja, a la Blanca, a la Negra y a la Amarilla (Libro de Chilam Balam de Chumayel, p. 41). Sus figuras, tanto las cuatro masculinas como las cuatro femeninas, están grabadas en piedra en dos pilares del Anexo Inferior del Templo de los Jaguares, en Chichén Itzá, Yucatán. Las masculinas lucen prendas que remedan las alas de las abejas. Las femeninas tienen el torso desnudo y la única que conserva el rostro lo tiene descarnado.

Dicen las fuentes que los dioses bacaboob contribuyeron a la destrucción del mundo durante el diluvio, pero que ellos fueron, después, quienes levantaron y sostuvieron el Cielo para que no volviese a precipitarse. Así los describió el obispo de Yucatán, fray Diego de Landa:

Entre la muchedumbre de dioses que esta gente adoraba, adoraban cuatro llamados Bacab cada uno de ellos. Éstos, decían, eran cuatro hermanos a los cuales puso Dios, cuando crio el mundo, a las cuatro partes de él sustentando el cielo, [para que] no se cayese. Decían también de estos bacabes que escaparon cuando el mundo fue destruido por el diluvio. Ponen a cada uno de estos otros nombres y señálanle con ellos a la parte del mundo que Dios le tenía puesto [de]teniendo el cielo y aprópianle una de las letras dominicales a él y a la parte [en] que está; y tienen señaladas las miserias o felices sucesos que decían habían de suceder en el año de cada uno de éstos y de las letras con ellos (Landa, Relación de las cosas de Yucatán, p. 62).

Es necesario aclarar la parte final de la descripción del obispo Landa. Las letras dominicales son para los cristianos las claves para correlacionar los días de la semana con el principio de cada año. Landa usa el término “letras dominicales” para indicar que los bacaboob están vinculados al calendario adivinatorio maya, pues cada día –y cada año–, con su destino, va saliendo por uno de los cuatro árboles. Por esta misma razón, el obispo menciona que a cada bacab le corresponden “las miserias o felices sucesos que decían habían de suceder en el año de cada uno de éstos”. Son los buenos o malos augurios del calendario maya.

En cuanto al Centro de México, Michel Graulich observó que una parte del nombre de cada uno de los dioses mencionados se refería a uno de los 20 días del mes, y que los cuatro días eran equidistantes. Son los días cóatl o serpiente, itzcuintli o perro, cuauhtli o águila y xóchitl o flor (Graulich, “Myths of paradise lost in Pre-Hispanic Central Mexico”, p. 579). De estos días, serpiente sale por el árbol del oriente; perro, por el del norte; águila por el del poniente, y flor por el del sur. Por su parte, el Chilam Balam de Chumayel da a los “quemadores” –que son los árboles cósmicos– los nombres de Can Chicchán, Can Oc, Can Men y Can Ahau (Libro de Chilam Balam de Chumayel, p. 119), que sorpresivamente corresponden a los días serpiente, perro, águila y señor (éste, el equivalente maya de flor). Esto no es todo. Hay otro dato coincidente: en una escena del Códice Porfirio Díaz, los cuatro templos de los cuatro rumbos se ven rodeados por los días del mes; pero sólo son 16 días, pues los cuatro restantes –que son los cuatro anteriormente mencionados– se alojan en cada uno de los templos: águila en la casa de la Diosa Madre; perro en la casa del Dios Padre; flor en la casa del Dios de la Muerte, y serpiente en la casa del Sol.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

 

López Austin, Alfredo, “Los dioses-columnas”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 83, pp. 31-32.