El descubrimiento del fuego

Rafael Tena

En esta provincia de Tetzcoco arriba descrita señoreaban los otomíes, como os hemos referido. Pero muy cerca, hacia la Mixteca, vivía otra suerte de gente llamados los popolocas, los cuales adoraban al sol, como los otomíes a la Luna, creyendo que era el creador de todas las cosas. Eran grandes hechiceros y encantadores y los primeros que descubrieron el fuego, como os referiré.

Uno de estos popolocas, como fuesen gente ociosa y que no se preocupaba de nada, tomando un bastón muy seco, puntiagudo en un extremo, lo puso sobre un trozo de madera también muy seco por el lado puntiagudo, estando al sol, y sin pensarlo hizo girar el bastón sobre el trozo de madera como [si fuera] un taladro, con gran fuerza, con el cual movimiento algunas pequeñas astillas salieron de uno y otro palo y se molieron muy menudo, hasta que por el grande y continuo movimiento que el indio hacía, el bastón se prendió por medio de las astillas que de inmediato tomaron fuego.

Lo cual, visto por los [otros] popolocas, les causó maravilla, y los principales de entre ellos ordenaron, para hacerse más excelentes que los demás, que se encendiera un gran fuego. Y habiendo cortado bastante leña, la llevaron a la cima de las más altas montañas de su provincia y le prendieron fuego, creciendo el cual y siendo visto el humo por los otomíes, de lo cual estaban admirados y a la vez molestos y como avergonzados de que otros y no ellos hubiesen descubierto tal cosa, enviaron mensajeros a los popolocas para saber por qué o quién les había dado el atrevimiento de hacer tal cosa sin su mandato, porque decían: “Hacer un milagro tal nos compete a nosotros y no a vosotros”.

A lo cual los popolocas respondieron que ellos eran tan buenos como ellos, y aún más, para poder hacer aquello. Por lo cual los otomíes les declararon la guerra, y ellos también tomaron las armas; mas cuando la batalla estaba a punto de comenzar, los otomíes pidieron a los popolocas que, puesto que su dios era más poderoso, les hicieran algún portento, lo que habiendo sido aceptado por los popolocas, los otomíes les pidieron tres cosas.

Imagen: Del Sol, la Luna, las estrellas y la cuenta de los años, Códice Florentino, lib. VII. f. 233r. Foto: Biblioteca Medicea Laurenziana.

Rafael Tena. Maestro en historia por la Universidad Iberoamericana e investigador de tiempo completo en la Dirección de Etnohistoria del INAH. Su campo de interés académico es la historia, la cultura, la lengua y la literatura de los antiguos nahuas del centro de México.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Tena, Rafael, “Capítulo II. De las barbas del Sol, y cómo fue descubierto el fuego”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 114, pp. 11-12.