Luz María Mejía
“¿Qué era la Nao de China? Algo que se escapa a la historia, una nave de Turner esfumada en el resplandor del crepúsculo, un tesoro de Aladino que cabalgaba sobre la espalda del océano, un purgatorio marinero, un barco fantasma, la nave de locos, la ambición de los reyes, el botín de los piratas, la falda de las mujeres, los manteles de Damasco, el pañuelo de los adioses, el sufrimiento humano, la lotería de los pobres, la riqueza de las naciones, el ave del paraíso, esa magia que duró 250 años y que sólo se extinguió cuando el viento de la Independencia la echó a pique y que permanece intacta en el fondo del mar” (Benítez, 1992).
La descripción de Fernando Benítez refleja todo lo que representaba el Galeón de Manila, pero ¿será que aún permanece intacto en el fondo del mar? Pareciera ser que esta fascinación persiste en la mente de los investigadores, científicos, cazadores de tesoros y aventureros, que lo buscan ansiosamente por el cargamento o por la historia que ha guardado a lo largo de tantos años; pero entonces, ¿qué era el Galeón de Manila?
El Galeón de Manila o la Nao de China era el nombre con el cual se denominaba a la ruta comercial que conectaba al reino de España con las riquezas de Asia a través de la Nueva España. La corona española había impulsado varias expediciones a fin de encontrar la ruta de las especias, pero fue hasta la expedición de Miguel López de Legazpi que se encontraría exitosamente la ruta del tornaviaje. Legaz-pi habría ordenado a Felipe de Salcedo y fray Andrés de Urdaneta zarpar hacia el puerto de Acapulco, hazaña que lograrían gracias a los conocimientos obtenidos por este último durante los años que había vivido en las islas. Mientras tanto, Legazpi sentaría las bases para establecer el comercio con Asia y la administración española en las Filipinas.
La navegación
Fray Andrés de Urdaneta y Felipe de Salcedo establecieron la ruta de tornaviaje el 8 de octubre de 1565, cua ndo arribaron al puerto de Acapulco e iniciaron un comercio que duraría cerca de 250 años. El Galeón de Manila, llamado así por la dirección que llevaba, debía zarpar en el mes de junio aprovechando los vientos de los monzones para llegar al norte y evitar la época de tifones; una vez fuera del archipiélago filipino se encontraba en mar abierto, seguía rumbo al norte hasta situarse muy cerca de la costa del Japón y hallar la corriente del Kuro-sivo, con la cual navegaba hasta avistar las costas de California, para luego continuar hacia el sur por toda la costa hasta llegar al puerto de Acapulco. La navegación solía demorar alrededor de seis meses, pero se tiene registro de que en 1724 el galeón de La Sagrada Familia tardó hasta nueve meses en realizar el viaje.
La ruta del tornaviaje fue descrita por muchos viajeros como la más larga, tediosa y arriesgada que existía en el mundo (Schurtz, 1992). La duración del trayecto implicaba una serie de inconvenientes, pues si acaso se demoraba la partida, el navío podía encontrarse con tormentas tanto a la salida del archipiélago como a lo largo de la travesía, lo que acarrería a la tripulación desde grandes dificultades para la navegación, el rápido progreso de enfermedades como el escorbuto o el desabasto de provisiones, hasta la necesidad en medio del viaje de reparar una embarcación seriamente dañada o enfrentar su naufragio. Tan importante y valioso era el cargamento que llevaba el galeón que un peligro más acechaba al cruce trans-pacífico: la posibilidad de encontrarse con piratas o corsarios europeos y asiáticos.
Mejía, Luz María, “El Galeón de Manila. La ruta transpacífica”, Arqueología Mexicana núm. 105, pp. 34-38.
• Luz María Mejía. Investigadora en arqueología e historia. Ha participado en diversos proyectos de la Subdirección de Arqueología Subacuática, así como en el de El Canal de la Perla en Torreón, Coahuila, donde realizó parte de la investigacion histórica. Coordinadora mexicana del “Proyecto Galeón de Manila”.
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