Como en todas las culturas, el matrimonio fue un importante rito entre los mayas, pues es la "institución que preside la transmisión de la vida... Simboliza el origen divino de la vida, cuyas uniones de varón y mujer no son más que receptáculos, instrumentos y canales transitorios. Forma parte de los ritos de sacralización de la vida" (Chevalier y Gheerbrant, p. 700).
Dice Landa que si bien antes se casaban de 20 años, al momento de escribir su relación lo hacían de 12, por ello “se casan sin amor e ignorantes de la vida matrimonial y del oficio de casados", y dejaban a las mujeres y a los hijos con mucha facilidad; añade que “con todo eso son muy celosos y no llevan a paciencia que sus mujeres no sean honestas; y ahora, en vista de que los españoles, sobre eso, matan a las suyas, empiezan a maltratarlas y aun a matarlas" (Landa, 1966, pp. 42-43). En las Relaciones de Yucatán, por el contrario, se asegura que “no podían casarse hasta los veinte y habían de estar bautizados para casarlos" ("Relación de Motul", 1980. vol. 11, p. 270).
Tanto entre los mayas de Yucatán como entre los de Guatemala hubo un sistema de parentesco patrilineal. Los de Yucatán nunca se casaban con alguna mujer de la familia del padre, ni con sus cuñadas, madrastras y tías; en cambio, lo hacían con todas las demás parientes, las de parte de su madre (Landa, 1966, p. 43). Respecto de los mayas de Guatemala, Las Casas afirma que no se casaban con los de su familia, pero sí con los nacidos en una familia ajena, aunque la madre fuera de ese linaje, ya que el parentesco se atribuía sólo a los hombres (Las Casas, 1967, p. 516). Según las lecturas epigráficas, en las inscripciones del Clásico también se hace referencia a ese sistema patrilineal. Por lo común, los padres elegían a las esposas para sus hijos, pues era mal visto que ellos mismos eligieran esposa o que los padres buscaran marido para sus hijas. Debían pedir a la doncella varias veces, dando cada vez más regalos a los padres de ella, hasta que éstos los aceptaban; entonces, los padres de ambos concertaban la dote y el padre del muchacho la entregaba al de la muchacha, en tanto que la madre hacía los trajes ceremoniales para su nuera y su hijo.
El día de la boda, ancianos y ancianas iban por la novia, a quien llevaban en hombros al sitio de la ceremonia, que era la casa del muchacho. Los contrayentes confesaban sus faltas, se entregaba a la muchacha y un anciano efectuaba el rito, que consistía en atar los extremos de sus mantas y exhortarlos a cumplir con los deberes como pareja y con los dioses. Se hacía una “gran fiesta, bailes y regocijo, y había grandes comidas y borracheras" (Landa, 1966, p. 43; Las Casas. 1967, p. 516) Los recién casados recibían regalos y purificaban la casa donde vivirían con resina de copal; se les bendecía, se pronunciaban oraciones y en la noche dos ancianas conducían a la pareja a su nueva casa, en la que los encerraban, "instruyéndolos en cómo ambos se habían de haber" (Las Casas, 1967, p. 517). Lo que consagraba realmente el matrimonio era que la mujer le hiciera la comida al marido; los viudos y viudas, que se unían sin ceremonia alguna, se consideraban casados cuando el hombre era admitido en la casa de la mujer y ella le hacía la comida.
Tomado de Mercedes de la Garza, “El matrimonio ámbito vital de la mujer maya”, Arqueología Mexicana núm. 60, pp. 30-37.
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