En el México prehispánico, principalmente en la región conocida como Mesoamérica, vemos al perro relacionado con el hombre en un grado que quizá no tiene comparación en ningún otro lugar del mundo. Pocas actividades humanas se realizaban sin que estuviera asociado el perro, y por ello prácticamente no hay contextos arqueológicos en los que no se encuentren sus restos, asociados a actividades domésticas o rituales. En la civilización mesoamericana fue compañero de caza, amigo, guardián, alimento, fuente de materia prima (piel, huesos, dientes), ingrediente de medicamentos, animal de sacrificio, puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos, símbolo jerárquico, de linajes, calendárico, de la fertilidad, de la lluvia, de la muerte, personaje de mitos, de cuentos, compañero de dioses o él mismo divino.
Tomado de Raúl Valadez Azúa, “El origen del perro americano y su dispersión”, Arqueología Mexicana, núm. 125, pp. 30-37
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