En un primer acto, señorío de la Triple Alianza digno de entregarse, después de la conquista, como encomienda a los descendientes de Moteczuma. En un segundo acto, pueblo de indios novohispano paulatinamente reducido en extensión y sin embargo sobreviviente con su gobierno propio, su cabecera y varias dependencias. En un tercer acto, municipalidad acosada dentro de un Distrito Federal al que no le correspondía pertenecer pero que le hizo participar de sus problemas. En un cuarto acto, entidad borrada del mapa político y reducida a un mínimo estatus en la jerarquía urbana.
En un principio, la expansión de la ciudad de México sobre Tacuba se dejó sentir de manera indirecta, en primer lugar con la creación de la Escuela Nacional de Agricultura, de la que se sustrajo terreno para la Escuela Normal para Varones (cuyo edificio fue inaugurado en 1910 y después destinado al Colegio Militar) y la posterior Escuela Nacional de Maestros, y en segundo lugar con la fundación del Instituto Técnico Industrial (predecesor del Politécnico). En la municipalidad también se instaló la incipiente Cervecería Modelo. En contraste con estas fundaciones, un buen pedazo de su jurisdicción fue elegido para establecer extensos panteones. La vía del Ferrocarril Nacional casi rebanó la plaza principal. Todo ello dejó huella profunda en la vida de Tacuba y sus consecuencias llegan al día de hoy. Sin embargo, nada de esto implicaba un desplazamiento demográfico importante como el que ocurrió, de manera simultánea, como resultado de la apertura de las nuevas “colonias”, como se llamó a las áreas, casi siempre destinadas a un grupo social determinado, que recibieron a la creciente población de la ciudad.
Tomado de Bernardo García Martínez, “Los últimos días de Tacuba”, Arqueología Mexicana núm. 136, pp. 72 - 79.