Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli en el centro de México

Eduardo Matos Moctezuma

Si bien su figura y algunos atributos variaron con el paso del tiempo, el dios viejo, señor del fuego y del año, Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli, estuvo siempre presente en el Centro de México desde tiempos muy remotos hasta el Posclásico.

 

 Bien sabemos cómo, en el transcurso del tiempo, algunos dioses mesoamericanos fueron transformándose hasta adquirir atributos diferentes de los que tuvieron en sus orígenes. Ejemplo de esto lo tenemos en la Serpiente Emplumada, que según sugieren algunos investigadores (Taube, 2002) en Teotihuacan se le representó con esas características que simbolizaban las aguas pluviales (el ave) y las aguas que corren por la superficie terrestre (la  serpiente). Posteriormente, en Tula, tenemos al gobernante y sacerdote Ce Ácatl Topiltzin, que asume el nombre de  Quetzalcóatl, en el que se encuentran presentes los dos aspectos antes señalados. El personaje adquiere la calidad de dios al inmolarse por medio del fuego y convertirse en lucero del alba. Entre los aztecas se le conoce con el nombre más común de Ehécatl-Quetzalcóatl, asociado al viento, y su figura ha sufrido una transformación: aparece ahora con un pico posiblemente de ave y se le adora en un templo de planta semicircular. En el caso que aquí tratamos veremos cómo Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli, dios viejo y del fuego, señor del año, surge en el Preclásico y su presencia es importante dentro del panteón del Centro de México, si bien tanto su figura como alguno de sus atributos varían con el paso del tiempo.

 

Huetehuetéotl-Xiuhtecuhtli en el Preclásico

Entre 1922 y 1925, el doctor Byron Cummings realiza trabajos de excavación debajo de las capas de lava arrojadas por el Xitle que cubrían Cuicuilco, al sur de la ciudad de México. Allí encuentra figuras hechas en barro que representan a un anciano encorvado, sedente, con un gran brasero sobre la espalda. Por sus características, se le asoció con el dios viejo y del fuego. Sobradas razones había para ello. Cuicuilco padeció los estragos de los conos volcánicos del sur de la Cuenca de México: Temblores de tierra, ruidos provenientes del interior del volcán y, finalmente, la ceniza y los ríos de lava que corren para cubrir tierras de cultivo. casas y el centro ceremonial. Estos eventos debieron de llevar algún tiempo, pues la forma circular que guarda el principal monumento de Cuicuilco es una imitación de los conos volcánicos cercanos. Sabemos cómo, en Teotihuacan, las dos pirámides mayores guardan similitud con los cerros circundantes, además ele ser representaciones simbólicas de montañas sagradas. Por otra parte, el carácter de vejez que se asocia al dios puede obedecer a que, en algunos mito, el primer y más antiguo elemento que los dioses crean, antes que el Sol y el hombre, es el fuego. A esto se aúna que una de las primeras representaciones de un dios es, precisamente, la de Huehuetéotl. La necesidad de rendir culto al dios viejo y del fuego está, pues, justificada. Su brasero representa el cráter del volcán que echa humo y arroja cenizas. El dios habita en su interior y tanto Cuicuilco como Copilco (Gamio encontró en este último figuritas del dios) van a sufrir las consecuencias de este aspecto negativo de la deidad. Los ríos de lava serán significativos en relación con los ríos y manantiales que vivifican, en tanto que los ríos de fuego destruyen. Esto nos hace recordar el símbolo de la guerra, el atlachinolli, que conjuga la dualidad de contrarios mencionada.

Los trabajos más recientes en Cuicuilco aportan nuevas figuras del dios. Todas son similares en atributos y una de ellas, en particular interesante, presenta una cabeza con el brasero directamente excavado en ella. La furia del dios aparejado el abandono del sitio y no pocos investigadores piensan que parte de esta población se desplazó hacia el norte, ocupando Teotihuacan, aunque nuevos datos de carbono 14 indican que la erupción que cubrió el sitio ocurrió hacia 300 d.C., es decir, en pleno periodo Clásico (Lugo et al., 2001: C. Siebe, 2000).

 

Hulhuetéotl-Xiuhtecuhtli en Teotihuacan

Uno de los dioses más representados en Teotihuacan es, sin duda, Huehuetéotl. Se le representa con la forma de un anciano encorvado  y desdentado, sentado  y con un enorme brasero sobre la cabeza. Una nueva particularidad presente en la figura son las manos. En efecto, la derecha está abierta con la palma hacia arriba, en tanto que la izquierda se cierra en forma de puño. ¿Qué podría significar esto? Quizá la mano derecha abierta representaría la entrega que hace el dios de sus dones, en tanto que la izquierda empuñada significa el lado negativo. El enorme brasero tiene, por lo general, un decorado a base de rombos con un círculo en medio. Parecieran ser ojos. Cada rombo está separado del otro por líneas verticales, haciendo un total de cuatro “ojos” alrededor del brasero que bien pudieran representar los cuatro rumbos del universo. De ser así, estaríamos ante la primera manifestación de una de las características de este dios: ocupar el centro del universo y estar relacionado con los cuatro puntos cardinales. Recordemos que hay otra figura del dios viejo en la Costa del Golfo, magnifica por cierto, que presenta al anciano con su enorme brasero adornado con quincunces que se refieren, precisamente, a los cuatro rumbos universales.

Como se ve, la figura no difiere mucho de las de Cuicuilco, salvo en los nuevos elementos mencionados. Por cierto que, en su mayoría, las figuras están elaboradas en piedra volcánica. Pensamos que el culto que en Teotihuacan se tiene por el dios viejo se debió a que se trataba de mantener su lado positivo -proporcionar calor, conocer los alimentos, el fuego como renovador, el centro del hogar, entre otros- debido a la terrible experiencia vivida en Cuicuilco, que mostró su lado negativo. En este lugar, por cierto, se ha encontrado un dios viejo teotihuacano depositado como ofrenda en la lava, lo que no deja de ser significativo (Pérez Campa, información personal).

 

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

 

Matos Moctezuma, Eduardo, “Huehuetéotl-Xiuhtecuhtli en el centro de México”, Arqueología Mexicana núm. 56, pp. 58-63.

 

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