Iconografía guerrera en la escultura de Tula, Hidalgo

Esperanza Elizabeth Jiménez García

La ciudad prehispánica de Tula fue una de las urbes más importantes de su época: la cerámica, las figurillas y la escultura toltecas se exportaron a casi toda Mesoamérica, donde fueron reproducidas en numerosos sitios. Además, las fuentes históricas del siglo XVI constatan la influencia que los toltecas ejercieron sobre pueblos de diversas culturas, que reclamaron ser los herederos de la nobleza de sangre, de las artes en todas sus ramas, del conocimiento erudito y, particularmente, de su dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.

Construida sobre un amplio valle, en la confluencia del río Tula con el Rosas, Tula alcanzó una longitud máxima de 6 km entre 900 y 1150 d.C. Casi en la parte central se encuentra el conjunto de edificios conocido como Tula Grande, recinto monumental de donde procede una gran parte del material escultórico conocido. Allí, en el corazón de la ciudad, la escultura se integró a la arquitectura para reflejar una cosmovisión que se propagó por el resto de Mesoamérica.

La escultura

El estilo escultórico tolteca se distingue por la presencia constante de características formales con rígidas convenciones en sus trazos y temas. Entre éstos, el más frecuente es la imagen masculina que porta una o varias armas, acompañada en la mayoría de los casos por una serpiente emplumada y, en menor medida, por serpientes de nubes. Ya fuera en esculturas tridimensionales o en lápidas talladas en relieves, los personajes armados aparecen asociados a elementos arquitectónicos como atlantes, chac mool, pilastras, estelas, frisos y banquetas.

Las representaciones tridimensionales parecen haberse dedicado a personajes míticos, entre los que destacan los atlantes y los chac mool. El atlante o cariátide es una figura masculina, de pie, cuya función aparente fue soportar el techo de las habitaciones situadas en la cúspide de los basamentos piramidales. Las más conocidas son las situadas en el Edificio B, que miden 4.60 m de alto. Chac mool es un nombre maya que significa “tigre rojo” y con el cual Augustus Le Plongeon bautizó, en el siglo XIX, a la primera escultura de este tipo descubierta por él en Chichén Itzá. Son figuras humanas de tamaño natural, en posición recostada y con el vientre hacia arriba.

En cambio, los relieves preferentemente evocan personajes históricos, aunque no como retratos, pues se privilegia la indumentaria y los atributos que indican su rango sobre sus características físicas individuales, que son sometidas a un prototipo cultural idealizado. En las pilastras (soportes de planta cuadrangular y de altura y función similares a los atlantes), los guerreros aparecen rodeados por conjuntos de armas, mientras que en las estelas (elementos aislados, generalmente empotrados en el piso, destinados a conmemorar a personalidades de suma importancia) únicamente se muestra a un personaje de pie y visto de frente. Los frisos, lápidas con relieves que iban empotrados en las paredes, ya fuera en los cuerpos de las estructuras piramidales o rematando la parte superior de cuartos abiertos, como en el Palacio Quemado, representan individuos tanto de pie como recostados, aunque la mayoría de ellos se muestran en esta última postura. En las banquetas (elementos arquitectónicos adosados a la parte inferior de los muros y que, al parecer, funcionaban como asientos) se ven numerosas figuras humanas alineadas en posición de caminar, dirigiéndose hacia un punto central.

 

Jiménez García, Esperanza Elizabeth, “Iconografía guerrera en la escultura de Tula, Hidalgo”, Arqueología Mexicana núm. 84, pp. 54-59.

 

• Esperanza Elizabeth Jiménez García. Arqueóloga por la ENAH, con maestría en estudios mesoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Investigadora del Centro INAH Guerrero.

 

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