En este año el INAH cumple 80 años de vida. Hay mucho que festejar pero también algo que lamentar. Festejar, porque la institución ha mostrado a lo largo de ocho décadas su labor ininterrumpida a favor de la investigación, la conservación, la difusión y la formación de nuevos cuadros de investigadores en la Escuela Nacional de Antropología (ENAH) y en la de Restauración, Conservación y Museografía de Churubusco. Lamentar, porque hoy como nunca se pone en peligro esas tareas que por ley le corresponde llevar a cabo a la institución, ante la falta de presupuestos y seguridad social que ofrezcan un salario decoroso a muchos de los trabajadores sobre los que descansa esta tarea prioritaria para el país.
En 2019 cumplo 59 años de pertenecer al Instituto Nacional de Antropología e Historia. En esta institución me formé y crecí como investigador, al igual que muchos colegas que egresaron de la Escuela Nacional de Antropología, con las enseñanzas de maestros que fueron otros tantos egresados de ese plantel y hoy se les reconoce por sus aportes en el campo de nuestras disciplinas. He visto pasar el tiempo y la manera en que nuestra institución se transformaba y cobraba presencia en el ámbito nacional e internacional, como defensora de nuestro patrimonio arqueológico, colonial e histórico, y se mantenía a la vanguardia de la investigación, la conservación, la docencia y la difusión de las sociedades antiguas y las actuales, estas últimas que aún luchan por tener un mejor futuro. En estos años he visto muchas cosas.
Mencionarlas todas es imposible, pues forman legión. Sólo recurriré a algunas de ellas que, pienso, dejaron huella profunda en la institución por su relevancia. Entre ellas quiero destacar la labor pionera de los primeros egresados de la ENAH, escuela que se había fundado en el seno del Instituto Politécnico Nacional en 1938, obra del presidente Lázaro Cárdenas, como también lo fue la creación del INAH un año más tarde. Pronto la escuela se incorporó al INAH y estos primeros profesionales fueron la base fundamental de maestros que años más tarde, a su vez, formaron nuevos cuadros de investigadores. No puedo dejar de mencionar la presencia de Alfonso Caso, Ignacio Marquina, Ignacio Bernal, Alberto Ruz, Fernando Cámara, Eusebio Dávalos y muchos más, que tuvieron la noble misión de preparar a esos investigadores que a poco mostraban su valía como estudiosos del hombre por medio de sus especialidades. Allí estaban un Mauricio Swadesh, lingüista dedicado al estudio de la glotocronología; Johanna Faulhaber, con sus estudios de medición en vivo de niños y jóvenes, al igual que Arturo Romano, antropólogo físico que dirigió muchos de los estudios en esta rama. El maestro Wigberto Jiménez Moreno, profundo conocedor de la historia antigua de México; Barbro Dalhgren, que nos dejó su tesis sobre la Mixteca; la presencia indeleble de José Luis Lorenzo, creador de laboratorios para los estudios de paleobotánica, paleozoología, etc., y que llevan el nombre de un distinguido prehistoriador: don Pablo Martínez del Río.
El doctor Román Piña Chán, quien me adentró en el ámbito de la arqueología mesoamericana. Recuerdo la grata presencia de Roberto J. Weitlaner, quien caminó incansablemente los senderos de tierra de las comunidades rurales. Y qué decir de Ricardo Pozas, con su Juan Pérez Jolote. Después vinieron otras generaciones de antropólogos como Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera, Margarita Nolasco y otros más que en su momento hicieron la revisión crítica de la antropología mexicana. A estos destacados académicos se unen los trabajadores que han tenido a su cargo la custodia de zonas y monumentos, técnicos, dibujantes, museógrafos, en fin, un grupo mayoritario que son apoyo fundamental para las tareas encomendadas a la institución.
Todos ellos y muchos más fueron forjadores de lo que hoy es el INAH. Su presencia fue esencial para la creación o fortalecimiento de muchas dependencias como el Museo Nacional de Antropología; la biblioteca, especializada en temas antropológicos; el surgimiento y consolidación de los centros regionales; la creación de la red de museos, tanto nacionales como regionales, y de los museos de sitio a lo largo y ancho de nuestro territorio. La enorme producción de libros, revistas, catálogos y guías que están al alcance de todos aquellos que desean profundizar en los temas antropológicos e históricos. Algunos de ellos se han constituido en clásicos en su género. Dentro del ámbito de lo jurídico, no puedo dejar de mencionar la promulgación de la Ley Federal de Monumentos, en 1972, que establece las normas que rigen el pasado prehispánico, colonial e histórico de nuestro país.
La creación del Consejo de Arqueología, como órgano de aprobación de proyectos en materia arqueológica es un derivado de la ley mencionada. A lo anterior hay que añadir, en el campo de la academia, los premios INAH, que año con año son entregados en las diversas ramas del saber antropológico e histórico y que sirven como estímulo importante para jóvenes y veteranos investigadores que ven así reconocido su trabajo y dedicación.
Muchos de estos premios han recaído en diversos investigadores de diferentes dependencias en las que se practica la antropología, y un buen número de ellos se han otorgado al personal académico de nuestro instituto. Para terminar con este rubro, sólo quiero recordar que nueve egresados de la Escuela Nacional de Antropología han recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el ramo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, máximo galardón que entrega México. La mayoría de ellos pertenecieron o forman parte actualmente del cuerpo de investigadores del INAH.
A nivel internacional, el INAH es reconocido en varios aspectos. Su sistema de enseñanza en base a las distintas disciplinas antropológicas es fundamental. Esto parte desde la presencia de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana y el estudio de don Manuel Gamio sobre la población del Valle de Teotihuacan, iniciado en 1917, donde aplicó dos categorías esenciales: población y territorio. Al fundarse el INAH, en 1939, se continuó con la formación de especialistas en las distintas ramas antropológicas que atienden el estudio del hombre de manera integral.
Por otra parte, el INAH ha solicitado la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad para sitios arqueológicos, coloniales e históricos, y es el país latinoamericano que más declaratorias tiene por parte de la UNESCO. También ha recibido reconocimiento a diversas exposiciones en el extranjero que hablan de nuestro pasado. En el medio académico, se han obtenido premios y distinciones para proyectos e investigadores.
Entre los más recientes están los premios Shangai, que reconocieron la labor desarrollada tanto en Teotihuacan como en el Proyecto Templo Mayor. Prestigiadas universidades reconocen a miembros del inah y, sin embargo, todo ello no hubiera sido posible sin el apoyo y participación de un buen número de colaboradores que con pasión y entrega dedicaron su tiempo para que muchos de estos proyectos salieran adelante. A ellos quiero referirme más adelante.
A lo largo de estos años la institución también hubo de padecer aspectos negativos. Fue el caso del robo, en 1985, del Museo Nacional de Antropología; el saqueo de bienes arqueológicos, coloniales e históricos, y la afectación de muchos monumentos a raíz de los sismos. Pese a esto, el INAH ha sabido superar estos factores, total o parcialmente, gracias a la labor conjunta con otras dependencias y al quehacer, entrega y profesionalismo de su personal especializado.
Llegamos a este 2019 con todo ese bagaje de logros que miran por el patrimonio cultural de México y por nuestra historia, pero también con la incertidumbre de lo que le depara el futuro a la investigación y protección de los bienes que son responsabilidad de nuestra institución. Hay muchas señales que no son portadoras de buenas noticias. Hay peligro de que no se renueven contratos ni de que haya aumentos de sueldos, por el contrario, en diversos organismos relacionados con la cultura y en otros ajenos a ella hay protestas por despidos y, en el caso del INAH, esas protestas se han dejado sentir de manera inmediata. De concretarse esos hechos, afectarán proyectos de investigación que deberán detener su marcha con su consiguiente deterioro.
Desde aquí, en la celebración de los 80 años de existencia del INAH, solicito a las autoridades de la Secretaría de Cultura y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que hagan ver a la Secretaría de Hacienda lo que el INAH significa para el país. Que no reduzca el presupuesto con la grave afectación que ello conlleva. No sólo es causa de desempleo, lo que de por sí es grave, sino que se trata de un personal que ha demostrado su capacidad para la preservación y conocimiento de nuestro patrimonio tangible e intangible. De lo contrario, la formación y experiencia que obtuvieron durante años se perderá y va a redundar en el menoscabo del conocimiento y, en última instancia, de nuestra propia historia y del patrimonio del pueblo de México.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Moctezuma Matos, Eduardo, “INAH, una institución con pasado ¿y con futuro?” Arqueología Mexicana, núm. 156, pp. 10-12.