De acuerdo con Elsa Malvido, destacada estudiosa de los aspectos relacionados con la muerte en México, la celebración del día de Muertos en la actualidad no debe verse como una derivada íntegramente de prácticas prehispánicas. Por el contrario, varios de sus elementos distintivos tienen su origen en costumbres vigentes en Europa al momento de la conquista. Algunos de esos elementos son los siguientes.
La celebración de Todos los Santos el día 1 de noviembre. Se inició en el siglo XI por iniciativa del abad de Cluny, y se buscaba honrar así a la multitud de creyentes que habían muerto en los primeros tiempos del cristianismo. A partir del siglo XIII, la Iglesia romana formalizó su presencia en el calendario litúrgico.
En los reinos católicos de León, Aragón y Castilla se tenía la costumbre de preparar, para las fiestas asociadas a la celebración del día de todos los santos, ciertos alimentos como dulces y panes que imitaban las reliquias (los huesos que se suponía habían pertenecido a los santos). Esas réplicas en dulce de los huesos pudieron ser canillas con miel, aunque hubo otras que semejaban distintas partes del cuerpo: cráneos, astillas de hueso y hasta esqueletos completos. En Cataluña se les conoce como panallets y se elaboran con almendras.
En Italia, los huesos de santo se hacían con almendras. También se elaboraban unas figuras con forma de frutas y animales, con los que identificaba a algún santo, y se les llamaba frutti dei morti. En México son típicas de Orizaba y la dulcería Celaya, aunque despojadas de su significado original. También de Italia son unas roscas que simbolizaban el fin de la vida.
Esos manjares eran bendecidos en las iglesias y después llevados a los hogares, en los que se le colocaba en la “mesa del santo”. Ahí había la imagen de un santo al que se adornaba con dulces y panes con forma de huesos benditos. Se le solicitaba así que santificara y protegiera el hogar. Esa costumbre persiste en zonas rurales de Europa y América.
En España y Nueva España, a esos dulces que imitaban las reliquias de los santos se les llamó alfeñiques, de los cuales los más demandados eran los que elaboraban las monjas de santa Clara y San Lorenzo. Éstos sólo podían adquirirlos los ricos, por lo que el resto de la población compraba los que se hacían en moldes de barro con azúcar derretida. También se elaboraban panes con forma de niños cubiertos con azúcar rosada, o panes redondos con los huesos alrededor.
El establecimiento el 2 de noviembre como día de los fieles difuntos se dio en el siglo XIV, a partir de la mortandad ocasionada por las epidemias que asolaron Europa en ese entonces.
En la antigua Roma un día, no sabemos cuál, se esperaba el retorno de las almas de los muertos y a las 12 de la noche el pater familia lanzaba al techo de la casa unas habas de dulce (en Italia aún se hacen y se llaman fabis dei morti), para avisarles que ya podían volver al mundo de los muertos, que no se quedaran entre los vivos. Esas habas de dulce, sin contexto ritual en México, las sigue confeccionando la dulcería española la Cubana.
En Santiago de Compostela y en Galicia en general, el día 31 de diciembre se deja la mesa puesta para que vengan los muertos familiares y compartan la comida de fin de año. En Sicilia se cree que los ancestros vienen y les traen regalos y dulces a los niños de la familia el 2 de noviembre.
Tomado de Arqueología Mexicana, edición especial núm. 52, p. 75.