El paisaje secular coyoacanense
Como resultado de un largo proceso geológico, la Cuenca de México se formó donde, en otros tiempos, existió un mar somero. De manera paulatina los movimientos orogénicos, la denudación y el vulcanismo formaron las cadenas montañosas y el paisaje que la ciñeron por el oriente, el norte y el poniente.
Así surgió un valle cuyo piso se inclinaba ligeramente de norte a sur; los escurrimientos generaron riachuelos que drenaban sus aguas hacia lo que ahora se conoce como el valle de Cuautla-Cuernavaca. Sin embargo, una nueva actividad volcánica formó otra serie de volcanes.
A finales del Plioceno (hace unos 2.5 millones de años) la ahora llamada Sierra del Chichinauhtzin cerró el valle por el sur con el surgimiento de muchos volcancillos monogenéticos. Los escurrimientos antiguos quedaron bloqueados y dieron paso a la formación de cuerpos de agua que fueron aumentando gradualmente su profundidad, hasta dar paso a una cuenca endorreica muy extensa, que ocupó partes de los actuales estados de Tlaxcala, Hidalgo, México y la Ciudad de México.
La cuenca estaba ceñida al oriente por la Sierra Nevada, al norte por las sierras de Pachuca y Tepozotlán, al occidente por la Sierra del Ajusco (conformada por los cuerpos sucesivos de las de Chichinauhtzin, Ajusco, Cempoala, de las Cruces, Monte Alto y Monte Bajo), ocupada en su región central por las serranías bajas de los Pitos, Guadalupe o Cuautepec, Cerro Gordo, El Pino y Santa Catarina, además de los conos cineríticos aislados del Peñón del Marqués (Tepepolco), de los Baños (Tepetzinco), Iztapalapa (Huizachtécatl) y otros menores (fig. 1).
Imagen: El Valle de México antes de su transformación en cuenca endorreica. Ilustración: Jaime Abundis
Jaime Antonio Abundis Canales. Autodidacta, trabajador del INAH desde 1975.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Abundis Canales, Jaime Antonio, “Coyoacán, entre volcanes y lagos. El territorio prehispánico y del siglo XVI”, Arqueología Mexicana, núm. 184, pp. 14-23.