El hombre mesoamericano percibió y reconoció las direcciones cósmicas en forma de diseños que semejan una cruz de Malta, y asoció cada dirección con un color, una pareja de deidades, un árbol y un ave. En el centro aparecían deidades primigenias ligadas al tiempo. La singularidad de estas direcciones queda de manifiesto al imaginarse un cielo oscuro sin estrellas. En tal caso no habría forma de definir direcciones importantes, pues cualquier dirección sería equivalente a otra.
El cielo introduce un orden en el paisaje. El Sol, la Luna y los planetas también señalan direcciones relevantes a partir de puntos particulares en su trayectoria aparente en el horizonte local. Estos puntos se refieren sobre todo a las posiciones extremas del Sol (solsticios), de la Luna (paradas mayores y menores) y de los planetas, así como a la posición media en la trayectoria solar (equinoccios) y la posición alcanzada por el Sol en los días en que éste alcanza el cenit; tales días dependen del emplazamiento del observado dentro de la franja intertropical.
Tomado de Jesús Galindo Trejo, “La observación celeste en el pensamiento prehispánico”, Arqueología Mexicana, núm. 47, pp. 28-35.