La serpiente emplumada. Cúmulo de símbolos

Blas Castellón Huerta

La presencia de la gran serpiente con plumas en su cuerpo es permanente en el pensamiento antiguo de Mesoamérica. Este monstruo mítico tiene vida propia en las tradiciones ancestrales y modernas, desde épocas que se remontan al inicio de la agricultura, donde es la personificación misma del mundo rural y la vida aldeana. Desde los inicios de la civilización, la serpiente es un reptil ampliamente representado en relación con la tierra, el agua y los poderes fecundadores, aunque es difícil establecer con precisión la época en que comenzó a acumular significados tan numerosos como tal vez ninguna otra divinidad los tuvo. Sabemos que desde inicios del periodo Clásico (150 d.C.) aparece con sus rasgos de serpiente cubierta de plumas preciosas en las pinturas murales de la gran ciudad de Teotihuacan.

En los siglos subsecuentes, la concepción de Quetzalcóatl se enriqueció hasta llegar a convertirse en un enjambre de símbolos muy complejo, con múltiples significados históricos y sociales. Los pueblos antiguos no sólo la asociaron a la tierra y sus frutos; también fue una referencia obligada a sus orígenes y destinos, y se le consideró fuente de vida y símbolo de legitimidad y poder. Cuando las antiguas comunidades desarrollaron formas complejas de organización política y los linajes nobles dominaron al resto de la sociedad, el pensamiento mítico fue el medio de expresión para fundamentar el dominio de unas gentes sobre otras. Entonces, la evocación a la serpiente sagrada y sus relaciones con los hombres y los dioses se convirtió en parte de la historia misma de estos pueblos, que la personificaron y plasmaron profusamente en escultura, arquitectura, pintura mural, cerámica, así como en sus tradiciones orales.

El mundo agrícola 

El aspecto agrícola de la serpiente emplumada parece ser el más antiguo y también el más permanente en la ideología tradicional de los pueblos campesinos actuales, los cuales creen en la existencia de un monstruo en forma de serpiente emplumada que vive en la profundidad de las cuevas y barrancas cercanas a sus poblados. Sólo las personas con poderes especiales dicen haberla visto. Este temible ser es también quien procura los mantenimientos y tiene un aspecto celeste, pues cuando surca el cielo viaja sobre las nubes generadoras de las lluvias para la germinación de las plantas comestibles. Quetzalcóatl es el dios capaz de arrancar las ocultas riquezas del mundo subterráneo, oscuro y egoísta, principalmente el maíz, sustento esencial de los humanos. Para lograrlo contó con la ayuda de sus aliados, las hormigas, habitantes del inframundo, que le indicaron el lugar donde se ocultaba el preciado alimento.

En la antigüedad mesoamericana, y aún en el presente, la serpiente emplumada se relaciona con el ciclo de crecimiento del maíz, cuyas hojas verdes se comparaban con las plumas del quetzal, símbolo de lo precioso; las mazorcas se confundían con las escamas de su cuerpo. De hecho, durante la época de lluvias, los campos de cultivo con las plantas de maíz crecido y sus hojas verdes en movimiento se expresan mediante la metáfora visual de la serpiente emplumada como un inmenso monstruo omnipresente que cubre la extensión de los terrenos.

El maíz no sólo es el alimento sagrado que fue arrancado por Quetzalcóatl a los dioses del mundo subterráneo, es también la carne misma de este dios, la sustancia divina que da vida a los humanos, obtenida para ellos por mediación de la serpiente nutriente. Los huastecos actuales cuentan que su héroe, “el corazón del maíz”, fue quien trajo este alimento a los hombres, ayudado por las hormigas y los peces. Fue descuartizado por su malvada abuela y de los pedazos surgieron muchas más plantas de maíz. Desde entonces se muestra gran respeto hacia los granos, pues son la carne de los dioses y de éstos hicieron a los hombres.

Con frecuencia, este dios se conduce desde las ocultas profundidades hasta la superficie terrestre, en un movimiento serpentino y continuo, habilidad que lo relaciona con el movimiento giratorio que extrae las fuerzas generativas de la vegetación, pues también es el dios del viento que barre los caminos y precede la llegada de la lluvia, a la vez que fertiliza los campos de cultivo con las sustancias obtenidas del mundo de los muertos.

Como divinidad del viento es también el dueño del remolino. Una de sus insignias principales es la joya del viento o ehecacózcatl, un caracol cortado con un diseño en espiral que sugiere el movimiento rotatorio del aire y también de la serpiente, la cual en escultura casi siempre es mostrada enroscada en sí misma o insinuando un movimiento ondulante. Su habilidad para moverse entre distintos niveles hace de este ser divino el transportador privilegiado de las materias que crean la vida sobre la superficie de la Tierra.

Cuentan los mixtecos actuales que su plumaje brillaba cuando lo tocaban los rayos del Sol, pues Quetzalcóatl también es el dios que trajo a la Tierra la luz y los distintos colores que se manifiestan en el maíz, en las aves de pluma rica, en las piedras preciosas, en los árboles y en las distintas direcciones del mundo de los vivos. Como dueña de los reflejos iridiscentes, la serpiente está directamente relacionada con el rayo y el fuego, como fuerza creadora de la vida. 

En la serpiente emplumada se sintetizan las materias frías extraídas del mundo subterráneo y las sustancias luminosa y ardiente necesarias para el crecimiento de la vegetación. Esta síntesis también se expresa en el contacto del viento y la lluvia con la Tierra largamente calentada por el Sol durante la época de secas, según lo expresan muchos pueblos campesinos en la actualidad.

El orden cósmico

La mediación de Quetzalcóatl en el origen y crecimiento de la vegetación, fuente principal de sustento de los antiguos mesoamericanos, debió ser el fundamento para asignarle a este dios muchos otros atributos relacionados con la energía esencial para la vida de los humanos y el equilibrio necesario para su preservación. Los significados que se desprenden de esta cualidad son muy ricos.

Alfredo López Austin ha considerado a este dios personificado como el creador de las cosas del mundo. En los tiempos primordiales, Quetzalcóatl, viajero incansable, bajó a la región de los muertos, donde gobernaba el señor del inframundo, y pidió a éste los huesos sagrados, en los que residía la materia que otorgaba la vida. Como éstos le fueron negados, Quetzalcóatl los robó y huyó con su preciosa carga; posteriormente, se sangró el pene sobre ellos y así, mezclando las sustancias frías y calientes, dio origen a la humanidad. Éste fue el acto de creación de la vida y del género humano, sólo posible por intervención de este dios, que posee la facultad de desplazarse con movimientos serpentinos entre los distintos niveles del cosmos.

 

Blas Castellón Huerta. Arqueólogo por la ENAH. Maestro en antropología por la Arizona State University. Doctor en antropología por la UNAM. Investigador en la Dirección de Estudios Arqueológicos, INAH. Director del Proyecto Cuthá, Zapotitlán Salinas, Puebla, INAH, y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y en la Universidad Iberoamericana.

 

 

Castellón Huerta , Blas, “La serpiente emplumada. Cúmulo de símbolos”, Arqueología Mexicana, núm. 53, pp. 28-35.